PARTIDO COMUNISTA DEL PERÚ
(PATRIA ROJA)
INFORME POLÍTICO AL VII CONGRESO NACIONAL
Presentación
Entregamos a los militantes y a la opinión pública el Informe Político y el Programa que aprobó el VII Congreso luego de un debate previo de seis meses. Su importancia para el Partido es fundamental, pues ambos documentos guiarán su trabajo a lo largo de los próximos años.
El Congreso se realizó los primeros días de noviembre del 2000, razón por la que su apreciación del momento político y sus conclusiones para el manejo táctico responden a esa circunstancia en que no estaba del todo claro el proceso de transición iniciado, luego de la convocatoria adelantada de elecciones por parte del ciudadano japonés Fujimori que gobernó el país con el respaldo de los militares y los grandes empresarios que hegemonizaron la CONFIEP.
El Partido necesitaba contar con un programa actualizado. El que aprobamos en el V Congreso era ya insuficiente para dar respuesta a la nueva situación. Esto es lo que abordó el VII Congreso. Tarea nada fácil ni simple. Todo lo contrario. Por las circunstancias señaladas y porque la utilidad de un programa no termina con su aprobación, es menester ahora organizar su estudio ordenado y constante a fin de tener idea precisa de sus contenidos, y con el propósito de convertirlo en la “bandera de lucha” de los comunistas y el pueblo en respuesta a la ofensiva del capital y el neoliberalismo.
El informe político señala las tareas a realizar y los objetivos a alcanzar. Sin tales tareas, políticas, métodos, asimilados y llevados a la práctica, no lograremos ni la unidad de orientación que necesitamos ni la unidad en el terreno práctico. La fuerza de un partido radica en la justeza de sus objetivos, táctica, planes y tareas, pero igualmente en la voluntad y en la acción unificada de sus integrantes para llevarlos a los hechos.
El VII Congreso ha hecho el balance de lo actuado entre congreso y congreso. Ha valorado los éxitos del VI Congreso como sus avances; ha señalado igualmente las deficiencias, carencias o errores producidos. Esta actitud crítica es indispensable para examinar los puntos débiles a superar, pero también para valorar los aciertos que no son pocos.
El Estatuto aprobado ya está en circulación. Corresponde a los organismos, cuadros y militantes asumir sus contenidos y luchar para traducirlos en orientaciones y normas de trabajo cotidiano. En conjunto, suman tres los documentos fundamentales del VII Congreso, todos ellos muy importantes. Separarlos, olvidando que todos son parte de un mismo propósito, sería un grave error.
Los documentos del VII Congreso no anulan las decisiones de los congresos pasados, sino en aquello que ha sido materia de debate y resolución. Por ejemplo, continúa vigente la línea general aprobada por el V Congreso.
Finalmente, acompañan como apéndice dos documentos: la Resolución Política del Primer Pleno del VII Congreso, y el Manifiesto que difundió el Buró Político en febrero pasado. En ambos documentos se aborda la situación política y la táctica específica iniciado el postfujimorismo, asunto que no examinó el Congreso por las razones ya explicadas.
Hacemos un llamado caluroso a los militantes del Partido, simpatizantes y amigos a unirnos en torno de las decisiones del VII Congreso, actuando como un solo puño para asegurar el cumplimiento de sus decisiones. Hacia del futuro se abren las mejores condiciones para la recuperación de la izquierda peruana y para la reconstrucción del Partido. Preparémonos para recoger los frutos de la lucha.
Lima, abril del 2001
Alberto Moreno Rojas
Secretario General
INFORME POLÍTICO
INTRODUCCIÓN
Camaradas:
El VII Congreso del Partido tiene la singularidad de ser el puente entre dos siglos en la historia política nacional y en la del propio Partido. Hacia atrás tenemos una historia de 72 años desde el momento de su fundación en octubre de 1928. A lo largo de ella alcanzamos importantes éxitos, también hubieron errores, derrotas y divisiones de consecuencias graves para su unidad y desarrollo. El resumen histórico de ese proceso está por hacerse.
Nos esperan retos enormes que plantea a la humanidad -y también al Partido- el ingreso al siglo XXI. Siglo que, con seguridad, estará marcado por cambios sorprendentes y bruscos virajes a escala mundial y nacional. Lo que hoy parece dominante y estable, no lo será necesariamente mañana. Necesitamos vislumbrarlos y encontrarnos preparados en lo ideológico, político, cultural y organizativo, para enfrentar esta realidad con la inteligencia, la claridad y la firmeza que permite contar con una base teórico-científica, como es el marxismo-leninismo, y la experiencia acumulada a lo largo de 7 décadas por el Partido.
El único principio inmutable en todas las esferas de la actividad humana es que TODO ESTA EN MOVIMIENTO Y SUJETO A CAMBIO. Esto rige también para el Partido, su táctica, sus métodos de trabajo y de dirección, sus formas organizativas. Si las condiciones de la lucha y la correlación de fuerzas cambian, deben también cambiar los medios y las formas de acuerdo con la nueva situación. El inmovilismo, la rutina, el quedar amarrados a lo establecido cuando se modifican la circunstancia y las condiciones de la lucha, equivalen a la sumisión al movimiento espontáneo, a la parálisis del pensamiento y la acción creadora, a la pérdida de la iniciativa política, afectando seriamente la conducción revolucionaria como la construcción del Partido.
Con esta afirmación no estamos dando libre curso al relativismo, a la creencia de que sólo interesa el momento, la coyuntura, la particularidad en desmedro de la situación de conjunto, lo que sí sería un grave error dado que se pierde de vista la totalidad del proceso, las leyes objetivas, la trabazón dialéctica entre la parte y el todo, entre causa y efecto.
Necesitamos darnos cuenta que se han producido y continuarán produciéndose cambios importantes en diversas direcciones de la actividad humana, y también en el ámbito de la economía y la política. El siglo al cual ingresamos no será, definitivamente, el territorio de la armonía bajo el dominio del capital y el imperialismo. Esta es una ilusión que carece de fundamento. El llamado fin de las ideologías es también una ideología en cuya base está la creencia en la eternidad del capitalismo y en la imposibilidad de un nuevo sistema económico y social capaz de superarlo. Esta conclusión no corresponde a la realidad. En esta cuestión convergen como hermanos siameses tanto neoliberales a ultranza como los abanderados de la «tercera vía» o «nuevo centro» que promueven Clinton, Blair, Schröeder. Los une la defensa del capitalismo y el imperialismo, así como su pánico inveterado al socialismo.
La Revolución de Octubre inició un nuevo ciclo en la historia de la humanidad y el socialismo. La URSS, bajo la conducción de Lenin, demostró su viabilidad. De teoría fundamentada por Marx y Engels se convirtió en realidad, en demostración concreta, es verdad que compleja, difícil, conflictiva, como toda gran obra humana que trastrueca el mundo desde sus goznes. 7 Décadas después se derrumbó por la ofensiva del capitalismo, pero sobre todo como resultado de la traición y los errores en el seno del propio partido fundado por Lenin y en la conducción del Estado socialista. Esta victoria transitoria del imperialismo es presentada por sus defensores económicos, políticos, ideológicos y culturales como la liquidación teórica y práctica del socialismo y como la señal de que el capitalismo nos acompañará por los siglos de los siglos. Vana ilusión. Ahora mismo el mundo constata, por experiencia vivida, cómo el imperialismo y el capitalismo, ávidos de ganancia, arrastran a la humanidad a la barbarie.
Por el momento la correlación de fuerzas favorece al imperialismo que no cesa de expandir su dominio sobre el mundo. «Globalización», «pensamiento único», «fin de las ideologías» , «liquidación del marxismo y el socialismo», «mercado capitalista perfecto», «uniformización cultural», intervencionismo en «defensa de los derechos humanos», consumismo desenfrenado, individualismo e irracionalismo , entre otros, son anti-valores que inundan el mundo apoyándose en el control mediático que ejercen los monopolios. Sin embargo, nuevas revoluciones de Octubre maduran en las mismas entrañas del capitalismo y el imperialismo y en los países del Sur expoliado, excluido y empobrecido. Los reveses sufridos por el socialismo no invalidan su necesidad histórica, de la misma manera que los éxitos y ventajas transitorios del capitalismo no desaparecen sus contradicciones fundamentales, que siguen siendo insolubles en los marcos del mismo capitalismo.
La década que culmina ha puesto al descubierto la fragilidad ideológica, teórica, programática y ética de camadas enteras de revolucionarios peruanos, constatando el paso de muchos de ellos al liberalismo, al reformismo, en suma, al oportunismo. El transfuguismo político tan desenfrenado ahora, incentivado por el pragmatismo neoliberal, donde todo, incluso las convicciones ideológicas, se convierten en mercancía, hace mucho que hizo estragos en las filas de la izquierda. Sobran los argumentos y pretextos absurdos para justificarlo. Esta experiencia debe llevarnos a una seria reflexión y al examen de sus causas, para establecer sus consecuencias y los antídotos del caso. Lo que queda claro es que muchos se aproximaron al marxismo arrastrados por la ola expansiva del movimiento social y el auge de las ideas socialistas y antiimperialistas. No fue el marxismo que asumieron, sino la ilusión del pronto advenimiento de la revolución. Cuando esta ola pasó se aflojaron también sus entusiasmos iniciando la diáspora que los ha colocado en todas las tiendas políticas, aupándose allí donde podían obtener mayores ventajas. La emoción social o la radicalidad no siempre coinciden con el marxismo leninismo, ni significan solvencia socialista.
La fase más crítica del reflujo, afortunadamente, está terminando. Ingresamos en un nuevo período cuyas posibilidades para la recuperación y expansión del movimiento revolucionario son considerables. De los comunistas dependerá si las lecciones son aprendidas y si estamos en capacidad de dar el salto audaz que necesitamos para colocarnos a la cabeza del descontento popular y de la lucha por el cambio social que el Perú necesita.
Definitivamente, el país está urgido de cambios. No es posible dar un paso serio adelante sin echar abajo toda la armazón económica, política y policiaca construida por la dictadura y el neoliberalismo. El pueblo peruano, en grado creciente, intuye que las cosas no deben quedar como están. Pero no encuentra aún la brújula que lo oriente. Ese es el mensaje de fondo de las elecciones de abril del 2000 expresado en las movilizaciones espontáneas de cientos de miles de peruanos contra la dictadura y contra el fraude, resignados a marchar detrás de candidaturas de derecha o centro derecha que no los entusiasma pero que no pueden evitar porque no les queda otra opción. Entre dos males prefieren lo que consideran el menor.
Más allá de las vicisitudes que debimos enfrentar a lo largo de estos años, el Partido tiene el mérito histórico de haberse mantenido firme en sus convicciones y defendido sin vacilaciones ni temores cobardes las banderas del socialismo y el comunismo, las banderas del marxismo leninismo, las banderas de José Carlos Mariátegui. Pero seríamos ilusos si creyéramos que eso es suficiente. Sobre esa base necesitamos abrirnos a las nuevas condiciones de la lucha de clases, trabajar con audacia de cara a las masas, aprender a practicar la política grande y disputar la dirección en todas las esferas de la vida económica, social, política, teórica, cultural y ética. Aprender, en suma, a sumar fuerzas reconstruyendo la izquierda, encontrando canales de comunicación y unidad de acción con los sectores democráticos, patrióticos y progresistas del país; a construir un partido revolucionario de masas rompiendo la caparazón que significan el espontaneismo, el movimientismo, el economicismo, el burocratismo, el sectarismo o la rutina.
Tendamos la mirada al amplio horizonte. La década que se inicia distará mucho del período de reflujo que debimos soportar. Será, definitivamente, una década de obligada redefinición de fuerzas políticas, de reconstrucción del tejido social y sindical, de recuperación y expansión de la izquierda y el socialismo. En suma, de intensa lucha de ideas y de alternativas, si estamos en disposición y capacidad de darla. Dependerá de nosotros conseguirlo si sabemos ubicarnos en el lugar que corresponde, aprovechando las condiciones favorables que se irán presentando.
El VII Congreso del Partido, los primeros congresos del MNI y la JP se llevarán a cabo en el curso de este año y principios del próximo. El congreso de la CGTP y la FEP tendrán igualmente una importante influencia en la recuperación del movimiento obrero y estudiantil. La presencia activa de los frentes regionales así como su orientación correcta, es una tarea de primer orden que el Partido debe tomar en sus manos. Cada uno de estos acontecimientos constituyen herramientas valiosas para alcanzar la unidad y la dinamización del movimiento popular.
La vida nos convence que el socialismo, como teoría revolucionaria y científica y como proyecto de transformación social y humanizador, no está terminado. Apenas comienza su larga marcha hacia la emancipación del ser humano del yugo de la explotación y la opresión capitalista e imperialista, de la extrema polarización social que caracteriza el mundo, de la enajenación que transforma al ser humano en mercancía y en irracional y destructiva su relación con su medio ambiente. Esta lucha titánica, a escala planetaria y dentro de las fronteras de cada país, marcará el siglo que ingresa, independientemente de las circunstancias, formas, intensidad y actores que participen en ella.
En este contexto y con estos sentimientos realizamos el VII Congreso. Un Congreso de unidad, de reconstrucción y de avance sostenido del Partido. Un Congreso de cara al siglo XXI. Somos optimistas; tenemos razones para serlo. También realistas, con los pies puestos sobre la tierra.
ALBERTO MORENO
en representación del Comité Central
Informe Político - Capitulo INUESTRA POLITICA INTERNACIONAL
Debemos ocuparnos de los aspectos más importantes de la situación internacional, precisando que este punto está considerado en este informe y, en especial, en el Programa. Esto es así porque, conforme lo aprobamos en el VI Congreso Nacional, seguimos viviendo en la época del imperialismo, forma desarrollada del capitalismo, y, por ser nuestro país parte de este sistema por nuestra evolución interna y por la penetración imperialista internacional, en condición de neocolonialidad.
Al ratificar nuestra Línea General Básica, aprobada en el V Congreso Nacional, estamos reafirmando que los factores internos son lo fundamental para la elaboración y éxito de nuestras políticas, lo que de ninguna manera supone desconocer el factor externo, dado que son interdependientes. Es, además, resultado de la correcta apreciación de la situación política internacional después de la caída del “Muro de Berlín” y la desaparición de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
Cuando la situación internacional era favorable al cambio más o menos rápido, este aspecto era considerado de manera prioritaria en los documentos. Pero es justo señalar que esta prioridad correspondía, en muchos casos, al seguidismo de muchos partidos, o a la preponderancia que se daba al desarrollo de la lucha nacional a partir de los éxitos en el Movimiento Comunista Internacional (MCI).
Nuestro Partido aprobó su Política Internacional en el II Pleno del Comité Central del V Congreso, y, sus reajustes y Línea Internacional en la Resolución y un documento especial en el VI Congreso Nacional. Consecuentes con tales principios y el mandato expreso del VI Congreso, hemos desarrollado políticas concretas expresadas en circulares, artículos en nuestro órgano central, resoluciones del Comité Central y ponencias para encuentros internacionales. Debemos atender el estudio de éstos, en particular la ponencia “ Una Mirada al Mundo de Hoy”, presentada al Seminario Internacional de Partidos y Organizaciones Revolucionarias” de Quito, Ecuador, el año pasado.
Con relación al documento de Línea Internacional, la Secretaría de Relaciones Internacionales del CC ha asumido su responsabilidad en la imposibilidad de publicarlo. Es necesaria la elaboración de un documento que difunda la línea internacional aprobada en el VI Congreso porque mantiene su vigencia, y, también, una evaluación completa de la situación política internacional y el balance de nuestra política internacional desde la ruptura del MCI en 1963.
1.- LA POLITICA INTERNACIONAL EN EL MUNDO “UNIFICADO”
La llamada “Globalización” (de Globe, en inglés) o “Mundialización” (de Monde, en francés) nos trata de imponer el Pensamiento Unico neoliberal en un mundo “unificado” que, por el desarrollo de la revolución científico-técnica, se habría convertido en una “aldea global”. Este proceso no está concluido y nos remite al hecho real que se produce con la revolución en las comunicaciones. El proceso de internacionalización del capital es un suceso histórico que Marx ya lo demostró en el Manifiesto Comunista y que hoy se realiza en su forma de predominio del capital financiero y especulativo.
Según sus patrocinadores, en las relaciones internacionales los factores económicos han sustituido a los factores políticos. El objetivo es hacer cumplir el rol político que asumen abiertamente los organismos multilaterales de carácter económico, como el Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional y otros, con el fin de imponer la política económica imperialista, el neoliberalismo; aunque esté sufriendo cambios ante su fracaso en todas partes.
El programa neoliberal, para países como el nuestro, procura la adecuación de los estados, como fue la política exterior de “reinserción” en el Perú, a la reestructuración del capitalismo y a la garantía del pago de la Deuda Externa. En los últimos tiempos vemos que se impone un nuevo discurso: lucha contra la pobreza, contra la corrupción, gobernabilidad, política social, etc. El eje de la política es el mismo, es decir, reducir el rol social y económico del Estado, aunque para imponerla a los pueblos no pueden prescindir de aquel. Sin embargo las desigualdades crecieron y las metrópolis imperialistas nunca han dejado de lado el proteccionismo.
Esto ha creado un nuevo colonialismo –que analizamos en el Programa- en el que los estados pierden cada vez más autonomía en decisiones económicas y sufren una fuerte presión en las decisiones políticas de carácter internacional, mientras crece el papel de las transnacionales y la omnipotencia de las principales potencias imperialistas, con el norteamericano a la cabeza.
2. - LA LUCHA POR LA HEGEMONIA EN LA “ALDEA GLOBAL”
El proceso de “globalización” corresponde a una fase de la crisis general del sistema capitalista y había sido previsto por los fundadores del Marxismo. Es la forma que toma el proceso del necesario desarrollo incesante de las fuerzas productivas para la garantía de la existencia de la burguesía. Las crisis financieras que hemos visto en este periodo así lo confirman, otra cosa es su transformación en crisis política y la posibilidad de su salto a crisis revolucionaria.
Esto nos lleva a la ratificación de la tesis aprobada en el VI Congreso Nacional, en el sentido que la tendencia mundial sigue siendo la revolución. El capitalismo no sobrevivirá y la lucha por superarlo continúa porque subsisten las causas que generan las crisis. Pero igualmente advertimos que el capitalismo es aún capaz de reproducir las relaciones de producción sobre las cuales creció.
Es así como se gesta la llamada “Tercera Vía” o «Nuevo Centro», ya no intermedio a los dos sistemas sino dentro del capitalismo neoliberal, ya fracasado, como sustituto del anterior tercer camino socialdemócrata. Los impulsores son los jefes políticos de Estados Unidos y el Reino Unido, los mismos que hicieron la agresión salvaje a Irak y a la República Federal de Yugoslavia sin el menor respeto del Derecho Internacional, ni siquiera buscando una autorización del Consejo de Seguridad de la ONU. No sólo reafirman el rol de gendarme internacional que siempre asumió el imperialismo sino que ahora quiere convertirse en el guardián de la justicia internacional y en el supuesto protector de los derechos humanos, sin respetar la soberanía de los países pequeños o medianos.
El periodo que se vive sigue siendo de predominio del imperialismo norteamericano, la llamada “unipolaridad” (no hay nada de un polo); pero por la vigencia de la ley del desarrollo desigual del capitalismo y la disputa imperialista por el reparto del mundo se mantiene la contradicción entre los grupos monopólicos. A nivel económico la lucha es abierta buscando controlarla mediante convenios internacionales y organismos de control y equilibrio como la Organización Mundial de Comercio. Los otros aspectos son vistos en el club de las potencias: el Grupo de los Siete, G7, o en el contubernio de los poderosos que se expresa en acuerdos secretos o los llamados “consensos”.
La lucha entre las potencias también tiene un aspecto encubierto que corresponde al nivel político. Es la estrategia que impone EEUU para enfrentar a los estados “parias”, es decir los estados que se resisten a la prepotencia imperialista (lo que no implica descartar otros posibles escenarios, en particular la estrategia de largo plazo para enfrentar a la RP China). Esto se empezó a ver cuando EEUU llevó adelante su operación “Zorro del Desierto” en Irak y se produjo la “Guerra del Golfo”, cuyo verdadero objetivo era controlar el paso del petróleo y someter a su estrategia a Japón y Europa. También se puede apreciar en su permanente amenaza y chantaje a la RPD de Corea, aunque ahí no ha llegado a más por la política firme, y a la vez flexible, del Partido del Trabajo de Corea.
En general se constata una estrategia de avance al Este para continuar la ofensiva contra los países socialistas y que termina en China, sobre todo después de los fracasos ostensibles del neoliberalismo y la desilusión que sufrieron los países de Europa Oriental. El instrumento es la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN. En particular se constata esta política de alcance universal, pero también de sometimiento de los otros imperialismos, con la cobarde agresión unilateral -quitándose la máscara de legalidad de la ONU usada en los casos anteriores- que realizaron los EEUU y el Reino Unido al bombardear Irak en plena fiesta del Ramadán, y, el año pasado, en igual forma, a través de la OTAN, la supuesta autorización para bombardear la RF de Yugoslavia.
La hegemonía militar yanqui es indiscutible. La presión a sus “aliados” en estas guerras es para ordenar el reparto del mundo y es la forma política que asumen las contradicciones interimperialistas. Esta contradicción va tomando otras formas en la confrontación con la Unión Europea –Euro, comercio, Africa, etc.- donde la recuperada Alemania va tomando fuerza. En la confrontación con Japón prevalecen las disputas comerciales y en el caso de inversiones, Japón evita el choque; tal vez el desarrollo de la Asociación Económica Asia – Pacífico, APEC, lleve más adelante a una disputa más abierta. El sometimiento político se da en el uso de su territorio para amenazar a la región y, últimamente, en la participación de Japón como fuerza de disuasión a la RPDC al recibir las armas desplazadas del Sur.
No nos equivocamos, como pretenden algunos, cuando en el VI CN valoramos la existencia de las cuatro contradicciones fundamentales de la época y las tres corrientes internacionales fundamentales: la lucha por la construcción del socialismo, la lucha por la revolución socialista y la lucha por la revolución nacional y democrática en los países del Tercer Mundo
3. - LA TENDENCIA A LA MULTIPOLARIDAD
Este es otro de los aspectos importantes considerados por el VI Congreso. La multipolaridad se abre paso como perspectiva luego del fin de la bipolaridad soviético-norteamericana, con el creciente enfrentamiento económico de EEUU, la comunidad Europa, el Japón, donde no hay que descartar la recuperación de Rusia o el desarrollo de China. Lo señalado en el punto 2 confirma la tendencia, y, pese a la perspectiva de caos o derrotismo para algunos, somos optimistas.
Pese a que existen zonas de conflicto que verdaderamente amenazarían al mundo con una “Guerra Nuclear”, en particular la península coreana y Cachemira, no parece haber peligro inminente de una conflagración mundial, como sí lo percibíamos en el II Pleno del CC del V CN, ni la posibilidad de producirse aprobada en el VI CN. Pese a la agudización de las contradicciones, los factores para una Guerra Mundial no aparecen porque los efectos de la confrontación se están trasladando a los más débiles, a la vez que se controla su posible avance militar.
Cuando se pensaba que la “globalización” acabaría con los nacionalismos aparecieron guerras nacionales y conflictos locales en la misma Europa. Es que los elementos de conflicto global no sólo se reproducen a la escala local sino que los encubren. En cuanto a las guerras de liberación nacional y/o democráticas no desaparecerán. El triunfo de la lucha en el Congo Democrático lo demuestra, como también la agresión que sufre actualmente por parte de sus vecinos y antiguos aliados. Ya habíamos advertido en el VI CN que el imperialismo desarrollaría su ofensiva contra los pueblos usando el pretexto del combate al terrorismo y al narcotráfico, porque eso le permitiría fortalecer sus fuerzas armadas aliadas. En América Latina esto se comprueba con la puesta en marcha del Plan Colombia.
Además de la confrontación expresada subsiste una nueva contradicción. Nos referimos a la contradicción Norte - Sur que existe entre los países desarrollados del Norte, que concentran cada vez más la acumulación de capitales y usufructúa la revolución científica y tecnológica, y, el Sur cada vez más pobre y excluido. Ya señalábamos que si las economías del Tercer Mundo no lograran desarrollarse, habrán repercusiones en la expansión de los países capitalistas desarrollados por un largo periodo, conforme se está verificando actualmente, y, en asegurar de manera efectiva la paz y estabilidad mundiales.
Los bloques comerciales que se van afirmando en el mundo demuestran la validez de esta apreciación; la “globalización” es más un aspecto reservado a los países más desarrollados y dentro de los países pobres a un reducido sector que tiene acceso al mercado, quedando atrás la gran mayoría marginada. Entonces tenemos la agudización de la contradicción Norte – Sur, que obliga a una cooperación de los estados del Sur al margen de su orientación social, y, a la conciencia de la necesidad de la integración económica regional, válida en particular para América Latina y el Caribe. A nivel político es necesario rescatar la vigencia del Movimiento No Alineado y otros foros políticos de cooperación del Tercer Mundo. En este sentido fue importante la reunión de presidentes de América del Sur de julio de este año, ya que se pudo resaltar los factores de cooperación del Sur frente a las amenazas y presiones de EEUU, sobre todo cuando se intenta comprometer a la región en sus planes de invasión a Colombia y en el control de la Amazonía. Otra muestra de ello es el reconocimiento creciente de países, y en muchos casos de cooperación, a Cuba, en su lucha contra el infame bloqueo imperialista norteamericano.
Los bloques económicos y políticos se desarrollarán aun más, y ésto conlleva al establecimiento de alianzas de alcance estratégico como lo es el acercamiento de la Federación Rusa y la RP de China, que es un elemento nuevo en el contexto internacional. La estrategia global de los EE.UU. se funda en el concepto de que el siglo XXI es de su hegemonía como garante de la estabilidad y seguridad mundiales, sin contrapesos ni amenazas que la pongan en peligro, basado en su poderío militar, técnico y financiero. Esta visión hegemonista va a contracorriente de la tendencia objetiva: la multipolaridad y los consiguientes cambios en la correlación de fuerzas, la disputa por mercados y tensiones políticas que están en curso. La configuración de bloques económicos es parte de esta tendencia en desarrollo.
Es por eso importante luchar por una política independiente y soberana, que afronte la presión imperialista y sus deseos de someter la dignidad de los países a sus designios. Los imperios, a lo largo de la historia, se han basado siempre en el principio de «divide y reinarás». La debilidad de los países del Tercer Mundo reside en su falta de unidad para defender sus derechos y actuar de conjunto, estimulada e impuesta por el imperialismo. La falta de unidad del mundo árabe permite la prepotencia sionista en el conflicto palestino-israelí, apoyada por los Estados Unidos. Ocurre lo mismo en otras regiones del mundo donde cada país por separado no está en condiciones de enfrentar con éxito la presión y chantaje de las potencias imperialistas, yanki en particular.
4. - LA SITUACION POLITICA INTERNACIONAL Y EL MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO
La situación política internacional sigue estando marcada por la hegemonía y prepotencia imperialista norteamericana, en alianza y contradicción con los otros imperialismos. Este es un aspecto del problema. El otro, es que los pueblos, en condiciones desiguales, siguen luchando por la independencia, la democracia y un nuevo orden mundial. La desaparición del Campo Socialista a principios de los años 60 representó un duro golpe para la revolución y dio paso al hegemonismo soviético que transformó la ofensiva contra el socialismo en la contradicción Este-Oeste. La URSS fue derrotada y desapreció.
El Movimiento Comunista Internacional se dividió en 1963. Con las sucesivas divisiones desapareció como fuerza organizada. Le corresponde a los partidos comunistas que se mantienen en el Poder la defensa del Socialismo. Apoyamos a los partidos comunistas que dirigen los Estados socialistas en China, Cuba, VietNam, Corea, Laos.
El Movimiento de Liberación Nacional también ha recibido los embates de la ofensiva capitalista. La garantía de este movimiento está en la intensificación de su resistencia y lucha, el fortalecimiento de su coordinación y unidad y en la continuidad al porvenir socialista. Ratificamos nuestra permanente solidaridad y apoyo a este movimiento, del cual formamos parte.
Informe Político - Capitulo IIBALANCE DE LO ACTUADO DESPUÉS DEL VI CONGRESO
POSICIÓN DE PRINCIPIOS
El mérito histórico del VI Congreso fue ratificar la filiación marxista-leninista del Partido y su lucha inabdicable por el socialismo y el comunismo. No se trató, por cierto, de una declaración formal sino de una definición obligatoria en un momento crucial para el socialismo y el marxismo leninismo en el Perú. Muchos claudicaron, pero el Partido se mantuvo firme sabiendo que los vientos adversos no serían permanentes y que la verdad estaba de su parte.
La firme posición de principios del Partido, en esas circunstancias, permitió su cohesión interna e impidió que el desbande de muchos sectores de la izquierda peruana hacia el centro y la derecha neoliberal pudiera ser mayor. Fue un momento de definiciones y de significación histórica. La resolución del Congreso expresa: «La vigencia del marxismo leninismo como teoría revolucionaria del proletariado no está en debate. Los fracasos, retrocesos o traiciones producidos en el ámbito internacional no tienen que ver con la certidumbre de su validez científica o con sus postulados transformadores de la sociedad capitalista, sino con imperdonables traiciones, deformaciones o errores producidos en el quehacer revolucionario». El VII Congreso ratifica estas conclusiones y se reafirma en ellas. Solamente una política basada en principios firmes y consistentes garantizará la construcción de un partido revolucionario marxista-leninista, siempre que esos principios, a su vez, se entrelacen con las condiciones concretas del país y la revolución peruana y encarnen en la conciencia y en las fibras más íntimas de millones de peruanos.
Hoy podemos entender mejor por qué para los revolucionarios es indisoluble la unidad de teoría y práctica, palabra y acción, y por qué no debemos hacer concesiones a ninguna forma de dogmatismo o empirismo. Esta es una de las lecciones fundamentales de la experiencia histórica del Partido que explica las desviaciones y los fracasos sufridos, o bien, como ocurrió en el corto período de Mariátegui, sus enormes posibilidades para conocer la realidad profunda del país, construir del Partido y elaborar la teoría de la revolución peruana, organizar a los trabajadores y unir a la gran mayoría del pueblo para llevar a cabo la revolución y avanzar al socialismo.
CONTINUAR LA HERENCIA DE MARIÁTEGUI
Un segundo tema, de fundamental importancia, cuyas implicancias estratégicas para la revolución peruana están fuera de toda duda, son los esfuerzos que se vienen haciendo para recuperar y continuar el pensamiento, obra, actitud, estilos y métodos de trabajo del Amauta, piedra angular del pensamiento marxista peruano y de la práctica revolucionaria del Partido. «Al Partido le corresponde - se señala en la Resolución del VI Congreso - la tarea de recuperar, continuar y desarrollar la herencia mariateguiana, cuya importancia y trascendencia sobrepasa el espacio que representan el Partido y el Socialismo en el Perú». Sería impensable dar pasos certeros en la reconstrucción partidaria y en la elaboración teórica y programática sin partir de esta premisa fundamental para los comunistas peruanos. Con Mariátegui el marxismo deja de ser para nosotros enunciado teórico o dogma, y se convierte en «guía para la acción», en modo de pensar y sentido común, una manera concreta de entender la realidad peruana y transformarla. Los avances alcanzados, sin embargo, son todavía insuficientes. Necesitamos hacer mayores esfuerzos en el estudio y entendimiento de su pensamiento, obra y estilos de trabajo, desechar la actitud apologética e intelectualista generalizada hoy, cerrar el paso a la vulgarización de su pensamiento, entender que en Mariátegui pensamiento y acción, política, cultura y ética, ideal y compromiso, creación y realización, libertad y disciplina, partidismo e iniciativa individual, la lucha por el pan y la belleza, son un todo interrelacionado e indivisible.
Volver a Mariátegui y, al mismo tiempo, desde esa piedra angular escudriñar los tiempos nuevos para dar respuestas a los nuevos problemas que plantea la lucha, es de fundamental importancia, sobre todo en el trabajo con las generaciones jóvenes.
Entendámoslo: Mariátegui es un punto de partida, no de llegada; es el alba, no el crepúsculo del marxismo-leninismo y el socialismo peruanos. Cuán incitadoras suenas sus palabras: «El hombre llega para partir de nuevo». Necesitamos generar un amplio movimiento de estudio, reflexión y acción continuando las tradiciones revolucionarias sentadas por el Amauta, dentro como fuera del Partido. En la lucha de ideas entre el capitalismo y el socialismo, entre quienes defienden el marxismo y quienes capitulan y prefieren pasarse al campo adversario o hundirse en el derrotismo y el nihilismo, José Carlos Mariátegui representa una bandera y una identidad insustituibles.
DEFENDER LA VIGENCIA DEL PARTIDO
Un tercer tema se refiere a la valoración de la vigencia del Partido Comunista, su necesidad histórica, su sello clasista. Las vicisitudes de estos años han llevado a muchos compañeros de viaje a negar su trascendencia histórica , su carácter de clase, sus principios y métodos revolucionarios. Para algunos el leninismo les parece un fardo pesado, sinónimo de autoritarismo y cerrazón. Para otros, como ocurre con los compañeros del PUM, el carácter de clase del Partido es antigualla y prefieren hundirse en el espontaneismo y el masismo. No faltan quienes creen que el comunismo es un anacronismo, y prefieren cualquier rótulo carente de cemento principista para postularse como modernos o actualizados a los «cambios» del presente. El transfuguismo ideológico y político no es, pues, novedad donde los principios son dejados de lado al mismo tiempo que el pragmatismo y el oportunismo ganan terreno cediendo a las presiones ideológicas y las dádivas políticas y económicas de la burguesía y el imperialismo.
Es impensable el socialismo sin dos factores confluyentes e interrelacionados: el partido de la clase obrera como la fuerza consciente y dirigente del proceso revolucionario; en segundo lugar, el pueblo trabajador como gestor y dueño de ese proceso. La experiencia de un siglo de luchas del pueblo peruano pone de manifiesto que lo que sobra no es el Partido Comunista. Lo que hace falta es precisamente un Partido Comunista moderno, grande, basado en principios marxista-leninistas firmes. Un partido revolucionario de masas enraizado en la clase y en el pueblo, sabio en la conducción estratégica y flexible en la táctica, con capacidad para convertirse en la alternativa de cambio en todas las esferas de la vida nacional, profundamente compenetrado con la realidad del país y su gente, influyente en el ámbito de las ideas, la cultura, la ética, con firme vocación internacionalista. Este es el Partido que queremos construir. Errores de origen izquierdista o de derecha, deformaciones, estrecheces sectarias o dogmáticas, presentes luego de la desaparición física de su fundador, no invalidan su necesidad, su papel de vanguardia ni su necesidad política y revolucionaria.
Defender su vigencia al mismo tiempo que aceleramos su reconstrucción, es una tarea de fundamental importancia que cada militante del Partido debe entender y asumir sin vacilaciones. Es incomprensible el socialismo sin un partido revolucionario capaz de promoverlo, organizarlo, dirigirlo y realizarlo a la cabeza de la clase obrera y el pueblo trabajador. De la misma manera, si los trabajadores son excluidos del proceso de su realización o subordinados a los designios de la «vanguardia» y la burocracia dirigente. Dirigido y dirigente son una unidad de contrarios que se interrelacionan y dependen mutuamente. No hay dirigente sin dirigidos, ni dirigidos que se alzan hasta el nivel de la conciencia socialista por vía espontánea. Esta trabazón dialéctica es indispensable para entender la correcta relación entre el partido y la clase, entre la vanguardia y las masas; también el espíritu partidista, comunista, que caracteriza a los militantes del Partido.
El vanguardismo como el burocratismo hacen un enorme daño al Partido y a la revolución. El espontaneismo, que es la vertiente opuesta, subordina a los trabajadores -se tenga conciencia de ella o no- a la ideología y política burguesas, impidiéndoles construir su partido de clase mientras rinden culto al reivindicacionismo economicista. Donde éste tiene peso dominante el Partido Comunista se convierte en una formalidad, la teoría marxista-leninista en una pérdida de tiempo, el socialismo en una palabra grata pero vacía de contenido. «El objetivo final no es nada; el movimiento lo es todo», decía el viejo revisionista Bernstein.
Este movimientismo, asumido como ideología, en su versión sindical, gremial, intelectual, parlamentaria o electoral, es precisamente la base ideológica del reformismo y el oportunismo político peruanos, el punto de apoyo para el paso de muchos dirigentes y cuadros anteriormente marxistas y de izquierda al liberalismo ideológico y político, convertidos en los nuevos defensores del sistema establecido. Pero explica también no poco de los problemas que en la actualidad atraviesa el Partido, impidiendo o dificultando su reconstrucción como partido revolucionario del proletariado.
El Partido no está creciendo al ritmo de las posibilidades existentes. El período de estancamiento está concluido. El problema no está en las condiciones objetivas ni en el rechazo del pueblo a las ideas socialistas. Radica en el conservadurismo de muchos comunistas, en su pasividad y falta de audacia para organizar a las nuevas generaciones. Donde esta apertura se produce y se cuenta con los métodos apropiados, es fácil incorporar nuevos contingentes de luchadores a las filas del Partido. Crecer es una necesidad. Partido que no crece, se estanca o se hunde en la rutina, que es igual. Crecer y cualificarse: ese es el reto. Acelerar la organización del Partido, sobre todo en el seno de la clase obrera, de los campesinos, de la intelectualidad y la juventud, es una necesidad y una exigencia fundamental como perentoria.
Un firme trabajo de masas debe levantarse sobre la base de una sólida organización partidaria, que es lo que le dará consistencia, permanencia y orientación correcta. No más trabajo de masas sin un simultaneo esfuerzo de construcción del Partido y el MNI en su seno, ni un trabajo político y organizativo partidista y nuevoizquierdista sin firme relación de masas y sin justa y oportuna orientación de sus luchas. Uno y otro se interrelacionan y complementan y están en la base del partido revolucionario de masas que nos hemos propuesto construir.
LINEA BASICA DEL PARTIDO
Contar con una línea básica que defina su rumbo general y oriente todas las esferas de su trabajo, ocupa un lugar importante en la construcción del Partido. El Comité Central hizo avances importantes en su VII Sesión Plenaria, que el Congreso debe ratificar precisándolo mejor. Puede resumirse de la siguiente manera:
Asumiendo el marxismo leninismo como guía teórica para la acción, partiendo en todo momento de las condiciones reales del país y del mundo, manteniendo siempre el espíritu abierto a lo nuevo y en desarrollo, identificado con los intereses de clase e históricos del proletariado y el pueblo, el Partido se organiza y lucha con tenacidad para llevar a cabo las tareas democráticas y nacionales y enrumbar al socialismo como su objetivo estratégico fundamental. Se propone arribar a él a través de etapas y fases ininterrumpidas de acuerdo con el desenvolvimiento de las condiciones objetivas, la correlación de fuerzas y la potencia del movimiento revolucionario; trabaja en todo momento por la unidad del pueblo y las nacionalidades que habitan el país; asume los medios de lucha que se ajusten a las condiciones concretas y a la necesidad de conquistar el Poder para la clase obrera y el pueblo peruanos; y asegura su papel dirigente mediante la dirección correcta, previsora, oportuna y la acción permanente en el seno de las masas.
Su utilidad reside en que nos permite contar con una visión resumida del rumbo estratégico general del Partido, muy necesario para orientar y no perderse en cada fase o etapa de la lucha.
7 GRANDES PROBLEMAS A RESOLVER
Los 7 grandes temas que examinó y resolvió el X Pleno del Comité Central representan un avance importante para explicar los problemas de fondo que aquejan al Partido y es, al mismo tiempo, la base ideológica y teórica para resolver cuestiones que representan verdaderos bloqueos en la reconstrucción partidaria. El Congreso asume este documento como un material fundamental para orientar la reconstrucción del Partido y rectificar los errores y limitaciones allí identificados.
Sin erradicar del Partido la influencia gravitante del espontaneismo y el empirismo, del abstencionismo político y el sectarismo, del democratismo y el centralismo autoritario, del burocratismo en la relación con las bases y con las masas, y sin superar el asistencialismo y la pasividad en la obtención de los recursos económicos; finalmente, sin elevar la capacidad de conducción política de los organismos dirigentes y perfeccionar los métodos de dirección, entendiendo todas estas cuestiones como un todo articulado y confluente donde la labor ideo-política es el hilo conductor, ninguna de las tareas serán cumplidas con el éxito esperado y la reconstrucción partidaria no pasará de ser una buena intención pero sin solución práctica.
No se puede decir que no contamos con avances en el cumplimiento de esta tarea. Pero los logros alcanzados no son todavía los suficientes. Requerimos avanzar más de prisa poniendo en orden nuestras filas y superando la insuficiente unidad ideológica y política actuales. Acción unificada, integralidad, iniciativa y creatividad, eficiencia y calidad en los resultados, oportunidad y eficacia en la acción, aprovechamiento inteligente de los factores positivos a nuestro alcance, fuerte sentido práctico, unidad de pensamiento y acción, son conceptos que estamos obligados a incorporar en el trabajo que realizamos los comunistas.
La resolución del XIII Pleno del Comité Central plantea, a su vez, «sincerar» la estructura interna del Partido, su potencial de cuadros y militantes, su capacidad real para asegurar el cumplimiento de sus tareas, entre otros factores. Esta fue una decisión correcta y también oportuna. Ha permitido mostrar al Partido como es, en sus virtudes y deficiencias. Los comunistas no trabajamos sobre supuestos hipotéticos o deseables, sino sobre realidades y posibilidades concretas, tangibles y manejables. Partir de la realidad, de los hechos, y apoyarse siempre en la línea de masas, son dos grandes principios de trabajo del Partido que abarcan todas las esferas de su actividad.
Todavía no hemos alcanzado el cabal funcionamiento del sistema de comités, sin el cual la labor de dirección fallará siempre. Esta situación representa un importante déficit que afecta al conjunto del Partido poniendo en riesgo el propio proceso de su reconstrucción. Para decirlo de otra manera: es la contradicción fundamental a resolver en lo que concierne a la estructura del Partido, que dificulta su funcionamiento como un todo organizado, distorsiona la labor de dirección, limita el cumplimiento del centralismo democrático, así como el aprovechamiento del potencial de cuadros, el funcionamiento regular de las células, la solución de los medios materiales necesarios para el cumplimiento de sus tareas. La institucionalidad partidaria siempre será precaria donde no funciona bien el sistema de comités, y, en la base, sus organismos celulares. Esto es así porque el sistema de comités es el sistema de mando, y las células la forma de organización del Partido. Si falla o no funciona o se encuentra atrofiado, el Partido deja de funcionar como un todo unificado, articulado, jerarquizado y disciplinado, resintiéndose la relación de la dirección con las bases y de éstas con el Comité Central.
Los 7 problemas abarcan un conjunto de temas de fundamental importancia para la reconstrucción del Partido, que se interrelacionan al mismo tiempo que son partes de un proceso único. Por la importancia y la justeza de los problemas que aborda, el VII Congreso lo asume como documento . Los militantes, cuadros y dirigentes, de la dirección a las bases, deben tomarlo como documento orientador obligatorio en la reconstrucción del Partido.
EL NUEVO CURSO DESPUES DEL VI CONGRESO
El Nuevo Curso es una política y táctica audaz que planteó el VI Congreso. Su necesidad y fundamentos iniciales fueron expuestos en el Manifiesto: ¡Abrir un nuevo curso para construir una patria nueva y popular! de enero de l992. Entre un conjunto de tesis fundamentales, se sostiene en ese documento:
«La dimensión de los problemas pone en debate el porvenir mismo del país, su viabilidad como nación próspera y segura, obligando a respuestas que desbordan largamente la coyuntura».
«Ninguna sociedad garantizará desarrollo y progreso, bienestar y estabilidad, si no cuenta con una voluntad nacional cohesionada y con la creatividad y el ímpetu del pueblo movilizado en torno de un proyecto histórico que cree realizable».
«La tragedia del Perú consiste justamente en que no ha contado, a lo largo de su historia republicana, con una clase dirigente capaz de asumir un proyecto nacional y democrático, de construir una sociedad integrada, moderna e independiente, y de dotar al pueblo con los medios para su desarrollo, progreso y expansión cultural».
«El neoliberalismo podrá, a lo sumo, paliar la crisis histórica que agobia al Perú desde la independencia, pero no resolverla».
«La crisis de la izquierda peruana y el movimiento popular no se explica por la crisis de sus postulados revolucionarios,...sino más bien por el agotamiento reiteradamente demostrado de la política reformista y economicista...La gran responsabilidad de los comunistas y la izquierda peruana es forjarse como la alternativa integral a esta realidad».
«Las banderas de la democracia, del nacionalismo, del descentralismo, de la integración económica y de la integración latinoamericana, de la libertad, la solidaridad, el progreso, el desarrollo sostenido y el bienestar de las masas, son banderas que transitan la ruta que conduce a la democracia popular, la independencia nacional y el socialismo».
«Nos corresponde, junto a los sectores verdaderamente democráticos, patrióticos y progresistas de la sociedad abrir un nuevo curso...para construir una patria nueva, democrática, independiente, unificada, próspera, desarrollada y moderna».
Estas tesis conservan toda su vigencia y actualidad. El VI Congreso ahondó aún más en estas ideas, ratificando en ellas la táctica general orientadora a lo largo de período.
«El problema de fondo que no debería perderse de vista, es que las masas tienden espontáneamente al cambio, al desarrollo y la justicia social...a la solución pronta de sus necesidades básicas, a la seguridad en lugar del desorden y la impunidad. Las clases hasta ahora dominantes no están en capacidad de resolver, de verdad, ninguna de estas expectativas. La ilusión de hoy puede convertirse mañana en frustración, y más tarde en indignación y rebeldía. Nuestra tarea es apresurar este camino señalándole al pueblo peruano el norte preciso, darle la organización de combate que necesita, plantearle las formas de lucha que la realidad coloca a la orden del día, demostrándole así que tiene al frente la vanguardia que necesita y que le garantizará la victoria».
Esto es así porque estamos convencidos de que «el Perú y su crisis tienen salida...que pasa por la reorientación del camino recorrido» a lo largo de la historia republicana. El Nuevo Curso es la respuesta a ese impase histórico, a la inviabilidad reiteradamente demostrada por el gran capital y sus representantes políticos para resolver los problemas del país, que puede permitir abrir camino hacia el cambio revolucionario que necesita el Perú para el libre desarrollo de sus fuerzas productivas y el bienestar general de su pueblo.
Entre el Nuevo Curso y la revolución antiimperialista y democrática y el socialismo no existe, pues, ningún abismo que los separa, sino más bien una lógica trabazón dialéctica. El Nuevo Curso no niega, ni sustituye ni vela aquellas tareas. Las asume íntegramente pero, al mismo tiempo responde a las condiciones de la lucha de clases de hoy, a la situación en que se encuentra la correlación de fuerzas y a los reacomodos que se producen a escala nacional y mundial». En segundo lugar, el Nuevo Curso «es ajeno a cualquier postura evolucionista, reformista o de conciliación de clases». En tercer lugar, «tiene la ventaja de convocar la unidad de las fuerzas democráticas y progresistas» del país.
A estas alturas estamos en condiciones de confirmar que la propuesta del Nuevo Curso fue y sigue siendo correcta. No obstante, en sus inicios no teníamos una comprensión sistemáticas del mismo. Esa es una de las explicaciones de por qué no avanzamos con la fuerza necesaria en su implementación. Un segundo factor tiene que ver con el peso de la inercia dogmática subsistente, del temor a lo nuevo, o de las anteojeras que dificultan ver la realidad. Sólo más tarde alcanzamos a resolver algunos criterios centrales como: su alcance táctico no obstante su estrecha relación con la estrategia de la revolución democrática y antiimperialista, su íntima vinculación con conceptos como transición y proceso, hegemonía, Proyecto Nacional, Segunda República o Nueva Constitución, el papel que le corresponde a la clase obrera, al pueblo trabajador en general y a los sectores medios de la burguesía.
NUEVO CURSO Y PROYECTO NACIONAL
El Nuevo Curso estaría incompleto si no es acompañado de un Proyecto Nacional y Democrático y, éste, a su vez, plasmado en una Nueva Constitución y en la configuración de una nueva república que sustituya a la que se fundara con la independencia, cuyo agotamiento es un hecho irreversible. Desde luego que el programa del Partido tiene como cima la lucha por el socialismo. No obstante, el Nuevo Curso es la mejor vía de aproximación a la revolución democrática y nacional, y por ese camino al socialismo. Cuanto más profunda y extensa sea la lucha por la democracia, el desarrollo independiente y sostenido, la justicia social, la regeneración moral, la descentralización y la justicia social, se percibirá con más claridad el imperativo de unir las fuerzas sociales y políticas comprometidas con la transformación social que el Perú necesita, y más cerca la continuidad de las fronteras entre estas tareas, la revolución y el socialismo.
El porvenir del proceso, su continuidad o estancamiento, dependerá de muchos factores, pero uno central es el de la dirección, de la hegemonía. Pero la capacidad de dirección del proletariado, de su hegemonía en ese proceso en curso, dependerá menos de la declaración teórica de su necesidad que de la capacidad para conquistarla en el terreno concreto de la confrontación de clases. La hegemonía se conquista si se cuenta con una causa justa, una orientación correcta, una política unitaria realista, una relación e influencia profunda con los actores fundamentales de ese proceso: la clase y las masas, y una fuerza política, ideológica, cultural y material organizada, que debe ser el partido revolucionario del proletariado.
La vieja democracia liberal está agotada en medio de sus propias trampas. Necesitamos una nueva democracia participativa y directa. Ella está surgiendo al calor de las luchas del pueblo peruano. Conquistar la independencia y realizar la nación, construir el Estado nacional y democrático, garantizar el progreso y el desarrollo sostenido, alcanzar la justicia social, integrar la economía al mismo tiempo que se impulsa el mercado nacional, proceder a la descentralización económica y política, regenerar moralmente la sociedad, contar con un Estado dirigente y planificación macroeconómica, proteger el medio ambiente, atender con carácter de prioridad la educación, ciencia, tecnología y cultura, siguen siendo tareas fundamentales a resolver, inseparables del proceso de integración latinoamericana y caribeña. Esta es la única posibilidad de incorporarnos con éxito y con identidad propia en el mundo, si no queremos terminar triturados por la «globalización» neoliberal que impone el imperialismo.
Un proyecto como el diseñado correspondió asumirlo a la burguesía, de haber existido una burguesía con sentido nacional y democrático, consecuente con sus propios intereses de clase. No ha ocurrido así a lo largo de la historia republicana. En su lugar prefirió someterse al dictado imperialista y conciliar permanentemente con los elementos atrasados y conservadores de la sociedad, oscilando entre democracias formales y dictaduras, entre la demagogia y el miedo al movimiento independiente de las masas.
Los tiempos y condiciones, desde luego, han cambiado. Pero la realización radical de esas tareas continúan pendientes de solución y como puertas de aproximación al objetivo revolucionario con el cual se encuentra identificado el Partido. Corresponde a los revolucionarios levantar esas banderas a las que ha renunciado desde siempre la burguesía, depurándolas de sus elementos conservadores y atrasados, rompiendo los frenos que impiden su normal desarrollo, llevándolas hasta sus límites alzando a la lucha a las masas. Desde luego que nos quedaremos en ellos. Nuestros objetivos apuntan a la revolución y el socialismo. Su continuidad y la trabazón entre ambas fases dependerá de la profundidad que alcance la crisis, de la correlación de fuerzas lograda, de la incorporación del pueblo en la batalla, y también del escenario internacional. El papel del Partido, de la izquierda en general, de su inserción en la clase y en las masas, de su claridad, unidad y capacidad de combate, resultará al fin y al cabo decisivo.
Ahora el cuadro de conjunto está definido. Esto representa un importante avance del Partido en la elaboración de su táctica y en la relación de ésta con sus propósitos estratégicos. A partir de los logros alcanzados estamos en mejores condiciones de precisar la política de alianzas, los métodos de lucha en el período, las formas de organización más apropiadas, las tácticas parciales en cada fase. No hay duda que el eje de esta batalla será siempre la capacidad para poner en pie al pueblo peruano, unir sus fuerzas hoy dispersas, asegurar la independencia política del Partido, construir el espacio político, cultural, social, ideológico y ético de la izquierda peruana.
El papel que les corresponde asumir al Movimiento Nueva Izquierda y a la Juventud Popular en este proceso, es de vital importancia. Lo que implica, a su vez, un fino manejo de la táctica y la estrategia como elementos esenciales de la conducción revolucionaria.
ACERCA DE LA RECONSTRUCCIÓN PARTIDARIA
Para llevar a cabo tales tareas es indispensable contar con un Partido que esté a la altura de tales exigencias prácticas y teóricas. No es suficiente tener una política justa y audaz; hay necesidad también de contar con métodos de lucha apropiados y un Partido con capacidad de conducirlo. Al momento de llevarse a cabo el VI Congreso las condiciones en que se encontraba el Partido no eran las mejores. El derrumbe de Izquierda Unida, la presencia agresiva del terrorismo senderista, la crisis de los partidos políticos, el reflujo de masas y la instauración de la dictadura con el golpe de abril de l992, los cambios en la correlación de fuerzas a escala internacional, además de errores propios o limitaciones, colocaban al Partido en una situación sumamente difícil. Terminaba un período y se ingresaba en otro.
En esas condiciones era urgente plantearse: ¿qué tipo de partido necesitábamos y cómo reconstruirlo partiendo de lo que teníamos, dándonos cuenta del significado de los nuevos escenarios al ingresar en el siglo XXI?. No estaban en cuestión sus bases teóricas marxista-leninistas ni sus objetivos socialistas. Tampoco su pertenencia a la clase obrera. Pero sobre ese cimiento, y sobre lo acumulado a lo largo del tiempo, requeríamos repensar el partido comunista que necesitábamos. Esta es una de las decisiones fundamentales que toma el VI Congreso. Tarea que obligaba, a su vez, para ser consecuentes, a un viraje que permitiese pasar del oposicionismo tradicional a un papel más bien alternativo en todas las esferas de la vida nacional: ideológico, político, económico, cultural, ético; de una visión de partido secta a la de un partido revolucionario de masas; del movimientismo y el economicismo a una línea de acción fundada en un proyecto nacional y democrático y su continuidad revolucionaria y socialista.
Desde luego que la reconstrucción del Partido es inseparable de la táctica general que representa el Nuevo Curso, pero no se agota con ella. Su punto de mira es la revolución y el socialismo. Sin embargo, no se puede reconstruir en frío, ni en un debate abstracto de ideas, sino en medio de la lucha de clases concreta. Y la lucha de clases ahora se condensa entre el proyecto del Nuevo Curso, que expresa los intereses del pueblo peruano y la nación, y el neoliberalismo y sus variantes que afianzan la neocolonialidad, la polarización social, el atraso y la pobreza para las mayorías. En efecto, un viraje táctico de tal importancia en la orientación política influye en la construcción del Partido, en su política de alianzas, en sus relaciones con las masas trabajadoras. ¿Qué hacer con la mejor estrategia o táctica política si no contamos con los medios que permitan llevarla a cabo? ¿Qué puede hacer un partido político, por muchas que puedan ser sus mejores intenciones, si no está preparado para abordar con iniciativa, amplitud de miras y firmeza las nuevas tareas que tiene por delante? No mucho, desde luego.
Por eso, el trasfondo de la reconstrucción del Partido más que orgánico es ideológico y político. Sólo entendiendo ese trasfondo estaremos en mejores condiciones para resolver lo organizativo, así como los métodos de trabajo que le son inherentes. Los resultados alcanzados al presente no han sido los esperados. La razón de ello está en que se descuidó ese trasfondo ideológico y político. Se explica así porqué prestamos más atención al «reagrupamiento orgánico» en lugar de ir a la esencia de los problemas, que recién los aborda con fuerza el X Pleno.
El Comité Central, que lleva realizados 15 Plenos, ha tomado medidas importantes. En el Informe Político al IV Pleno planteó con claridad la tesis de que la reconstrucción del Partido había de entenderse como un proceso, y no como una solución automática. El VI Pleno dedicó atención especial a los problemas de dirección. Más adelante desarrolló la crítica al formalismo y el rutinarismo. Todas estas medidas fueron la preparación de las decisiones que asume el X Pleno. La resolución sobre el sinceramiento, posterior a esta reunión, completa el cuadro. Podemos decir que contamos con los lineamientos ideológicos y teóricos necesarios para avanzar en la tarea de la reconstrucción partidaria y su conversión en un partido revolucionario de masas, condiciones que no contamos cuando se tomó la decisión en el VI Congreso. A ello contribuirán grandemente los debates y la aprobación del Programa y el Estatuto.
Estando clarificado el panorama, el problema planteado es otro: la falta de decisión y firmeza, una vez tomada la decisión, para llevarla a la práctica. En este caso para generar un movimiento ideológico que sacuda al Partido, que lo saque del sopor espontaneista y empírico que lo adormece. Este debe ser uno de los temas centrales en los debates del VII Congreso y la cuestión clave para hacer marchar rápidamente el carro de la reconstrucción partidaria. Razón por la que proponemos que los informes al IV Pleno acerca de los problemas de dirección, al X Pleno y la Resolución de sinceramiento orgánico que aprueba el XIII Pleno, sean asumidos por el VII Congreso como documentos base de esta campaña, de estudio, reflexión y rectificación en toda la estructura del Partido.
SOCIALISMO O CAPITALISMO
Un tema crucial que estará siempre presente en el debate teórico y político es el del socialismo y su viabilidad en el Perú. Para los ideólogos y publicistas del capital, luego del hundimiento de la URSS el socialismo está muerto. Lo que quedaría es el pensamiento único liberal y toda su parafernalia ideológica y cultural, su hegemonía política, el dominio absoluto del mercado capitalista. Este nuevo totalitarismo, desde luego, carece de fundamento y es completamente reprobable. Por eso fue oportuna y correcta la tarea que se planteó el VI Congreso de «intensificar la confrontación teórica y programática con el neoliberalismo», pues de sus resultados depende no sólo su derrota sino también, como contrapartida, la recuperación del socialismo. Sin desmontar todo el corpus teórico, ideológico, político y cultural que ha construido como arma de dominio, aprovechando las enormes ventajas que le permiten el control de los medios de comunicación y la tecnología moderna, apenas habremos avanzado la mitad del trecho. Pero esto supone no sólo la crítica del capitalismo, de sus espolones neoliberales o la «tercera vía», sino también la demostración de la validez, actualidad y futuro del pensamiento marxista-leninista y socialista, su capacidad científica para dar respuesta a los problemas de nuestro tiempo.
Para nosotros, comunistas peruanos, el tema está planteado en los términos que los definió Mariátegui: capitalismo o socialismo, este es el problema de nuestro tiempo. Este conflicto histórico sigue en pie, más allá de las vicisitudes que conocemos. En esta cuestión no hay nada que discutir. Un mínimo de duda equivale a una seria concesión ideológica a los adversarios del socialismo y un paso atrás en la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía. Por eso nuestra inequívoca y firme pertenencia socialista y de izquierda.
La crítica del marxismo al neoliberlismo es, en esencia, la crítica al capitalismo y al imperialismo, fase superior de aquel. El keynessianismo y el Estado benefactor, que dominaron la economía occidental hasta el advenimiento neoliberal, nunca dejaron de ser capitalismo. Comparativamente con el neoliberalismo, sin embargo, representó un paso adelante y permitió, como resultado de la enorme influencia que ejerció el socialismo después de la Segunda Guerra Mundial y de la lucha del proletariado en los mismos países capitalistas, importantes concesiones a los trabajadores y un rol promotor y social significativo de parte del Estado. Necesitamos llevar a cabo una crítica a fondo e integral del neoliberalismo. No sólo a sus postulados económicos, ahora desacreditados, sino también ideológicos, políticos, culturales y éticos. Debemos admitir que hasta el momento no hemos avanzado todavía con la fuerza y la profundidad suficientes.
El reto no es pequeño. Exige de nuestra parte una más elevada comprensión de la teoría marxista-leninista, un mejor dominio de sus métodos de pensamiento y trabajo, mayor conocimiento del mundo de hoy, sus particularidades, cambios y tendencias. Por esas consideraciones, la lucha de ideas, programas y alternativas adquiere hoy día un lugar preferencial. Tarea imposible sin desprenderse de los parámetros dogmáticos, empíricos y espontaneistas, ahora fuertemente influyentes en nuestra organización.
Si los comunistas y socialistas fieles a la tradición mariateguista no asumen esta tarea de manera concienzuda, aguda y constante, no esperemos que otros la hagan, o por lo menos que la hagan de manera consecuente. La crítica pequeño burguesa será siempre inconsecuente y por lo general ecléctica. Con mayor razón luego del derrumbe de la URSS y del viraje de la socialdemocracia hacia la derecha o el llamado «nuevo centro». A lo más algunos de sus representantes radicales aspiran a un liberalismo con rostro humano y a una transición negociada. Su programa no dista mucho de la tercera vía. La crítica liberal burguesa puede avanzar hasta poner en tela de juicio aspectos del régimen político autoritario, pero esmerándose, a lo sumo, en «limar» sus asperezas o alcanzar algunas ventajas ahora negadas. No está en condiciones de ir más allá sin negarse a sí misma.
Esta es una tarea fundamental que estamos obligados a emprender de manera ordenada, sistemática, persistente, sin concesiones que afecten los principios, pues uno de los grandes campos de confrontación con la burguesía ha sido, es y seguirá siendo, inevitablemente, el de las ideas y programas.
ACERCA DE LA UNIDAD DE LA IZQUIERDA PERUANA
Una de las tareas fundamentales que nos propusimos fue la reconstrucción de la unidad de la izquierda peruana. Pese a las dificultades se han obtenido avances significativos. Debemos admitir que la izquierda de la década de los sesenta y setenta dejó, en lo fundamental, de existir. De las organizaciones políticas de entonces, quedamos pocas. La mayoría se disgregaron, otras cambiaron sus idearios desplazándose al centro izquierda, algunos subsisten más como membrete que como fuerza política organizada.. Si esto es así, viendo las cosas desde el ángulo de las fuerzas organizadas, no lo es si observamos el panorama desde otro ángulo: el de los hombres y mujeres de izquierda sueltos, dispersos, que no han perdido su identidad y que se muestran dispuestos a reagruparse. Esta percepción es más notoria en los últimos tiempos.
Esta es la izquierda a reconstruir, urgida de nexos con las nuevas generaciones, quienes asqueadas de dictadura, demagogia y apoliticismo buscan nuevos horizontes y alternativas diferentes a las que le ofrecen el neoliberalismo y el centrismo de tercera vía. Lo expresado no significa desconocer la presencia de destacamentos políticos de izquierda y su importancia en este proceso. Ni el hecho real de que algunos de ellos, que creyeron encontrar la estrella matutina desplazándose al centro político, vuelvan los ojos a la izquierda que hasta hace poco creían terminada. Reconstruir este espacio con identidad propia e inconfundible no será tarea fácil ni de corto plazo. Apostamos a la reconstrucción de la unidad de la izquierda peruana, con paciencia y prudencia, sin que ello signifique, sin embargo, dejar de lado o descuidar el desarrollo de nuestro propio potencial. En fin de cuentas, para unir a otros tenemos que estar nosotros unidos y tener la fuerza ideológica, política, orgánica y de masas suficiente. Una tarea no contradice la otra, pero no es el mismo el orden de prioridades.
Comparativamente disminuida en relación con los avances logrados en la década de los ochenta, la izquierda actual, que sale de un período de derrota y retroceso, se encuentra en una fase de recuperación y está presente como espacio político y como promesa creíble para miles de peruanos. Ha terminado la fase de defender posiciones amenazadas y se ingresa en otra, de afirmación y expansión. Está sentada la primera piedra. El Partido debe tener clara conciencia de lo que esto significa, los retos que representa, los cambios a que obliga. De la misma manera que debe calibrar bien que no es lo mismo luchar contra una dictadura a la defensiva, que en una situación de cambio de régimen político -no sólo de gobierno- como es el que se prepara para el año 2001, independientemente de sus contenidos y alcances.
El Movimiento Nueva Izquierda representa, en ese sentido, un espacio importante, y puede convertirse en un factor determinante de este proceso unitario que esperamos. Todo dependerá de lo que se haga en estos años próximos grávidos en posibilidades para la recuperación y la expansión de la izquierda y el socialismo peruanos.
No haber logrado la inscripción del MNI en el registro de partidos políticos representó una derrota importante que impidió una presencia más activa y gravitante en las últimas elecciones y en el proceso político peruano. Se ha reconocido los errores que llevaron a esta situación. Pero este traspiés no disminuye su presencia en el escenario político nacional. Otra cosa es que pudimos avanzar mucho más. Recogiendo esta experiencia y corrigiendo a fondo los errores que criticó el X Pleno en el punto 2 de los “7 Problemas a resolver”, preparémonos para trabajar fuerte en la campaña por la organización, la movilización de la izquierda y la inscripción del MNI que ha decidido el IV Consejo Directivo Nacional en su reunión del 6 de mayo. Ahora son más visibles las enormes potencialidades que existen para el desarrollo de la Nueva Izquierda, para su expansión y su construcción como fuerza política de masas con vigencia nacional. Concentremos en esta tarea, juntamente con todos aquellos que están comprometidos con ella, los mejores esfuerzos del Partido, desechando estilos sectarios de los que debemos desprendernos sin falta, y también actitudes pusilánimes que solo llevan a la pasividad y la rutina.
El derrumbe de Izquierda Unida en el período más rico en posibilidades para la izquierda peruana, tiene una de sus explicaciones en lo anteriormente anotado. La controversia entre «radicales» y «reformistas» enmascaró una pugna por el control de espacios y cupos electorales mientras estuvo ausente una salida a la crisis que maduró y explosionó con el gobierno de Alan García. En lugar de mostrarle al país una salida y organizar al pueblo peruano para ella, se prefirió una confrontación inútil cuyo costo final fue su propia liquidación. En este vacío se instala como pensamiento dominante y como alternativa económica el neoliberalismo, y también se abre paso el senderismo. Carente de un proyecto alternativo y de la voluntad política para llevarla a cabo, Izquierda Unida inició el camino de su autodesmantelamiento, y las masas, que habían confiado en ella como resultado de las luchas de los años setenta y ochenta, emigraron a otros puertos. El derrumbe de Izquierda Unida es la señal del colapso del oposicionismo maximalista como táctica, y también de su expresión opuesta, el oposicionismo conciliador y sin alternativa independiente.
MAYOR ATENCIÓN AL TRABAJO CON LA JUVENTUD
Ocurre otro tanto con la juventud peruana y con el espacio conquistado por Juventud Popular, que ya es un referente juvenil nacional y una fuerza en expansión, con un liderazgo que se afirma. El Perú es un país con una población joven elevada. Los efectos del neoliberalismo, de la desocupación y la exclusión tienen a la juventud entre sus principales víctimas. Hablar del futuro del Partido y de la izquierda carecería de seriedad si no se tomase en cuenta a las nuevas generaciones. El trabajo en el seno de la población juvenil es, pues, fundamental y, al mismo tiempo, exige mucho esfuerzo, madurez e iniciativa. Está claro que no será suficiente su papel en la lucha cotidiana del pueblo peruano. Debe ser valorada y orientada teniendo en cuenta que son los futuros conductores del país y dirigentes y orientadores de la izquierda y el socialismo peruanos. Por eso adquiere importancia especial la labor ideopolítica, de propaganda y de organización, con los jóvenes que se incorporan a Juventud Popular, al MNI y al Partido.
Es indispensable que enriquezcamos nuestras filas con nuevas y numerosas hornadas de militantes jóvenes obreros, campesinos, estudiantes e intelectuales, y que trabajemos para hacer de ellos los continuadores de la obra del Amauta y los futuros conductores de la causa revolucionaria y el socialismo. Somos comunistas. Aquí no tienen lugar luchas generacionales ni privilegios en razón de veteranía política o presencia juvenil. La causa es una, uno sus fundamentos doctrinarios y el programa, uno el destinatario final de esas luchas: el pueblo peruano. Pero ningún trabajo con la juventud será exitoso y duradero sin llevar a cabo una intensa labor ideológica y teórica marxista leninista que afirme en su vanguardia un firme espíritu revolucionario y partidista, una sólida posición clasista proletaria, estilos de trabajo comunistas y no pequeñoburgueses. ¡Brazos abiertos a la juventud!: tal la consigna. Pero ello no debe significar concesión ideológica, programática o de línea, ni puertas abiertas al voluntarismo, al espontaneismo, al sectarismo o al movimientismo.
Es correcta la política de afianzar un espacio muy definido de izquierda y trabajar con prioridad en ese sentido. Por espacio de izquierda se entiende un terreno de influencia política, cultural, ideológica, organizativa y de masas de definida orientación democrática, patriótica y socialista, que tenga sus expresiones en el movimiento sindical, regional, cultural, parlamentario, municipal, profesional, juvenil, étnico. El MNI y la JP deben convertirse en pilares de este proceso pugnando por ganar su liderazgo en base a su trabajo y orientación correcta. Por eso un MNI y una JP fuertes y bien implantados es una tarea que apoya con entusiasmo y responsabilidad el Partido, impulsando su organización en todo el territorio nacional, su amplitud y su autonomía organizativa, buscando en todo momento ampliar sus componentes con todos aquellos hombres y mujeres que tienen interés y preocupación comunes, trabajando en igualdad de condiciones y derechos según el principio de un militante un voto.
Para el Partido debe quedar muy clara la necesidad de construir, en el futuro próximo, la Juventud Comunista. Habría sido un error forzar las cosas cuando las condiciones no estaban maduras. Ahora la situación empieza a cambiar y se torna favorable para tomar medidas que nos lleven en esa dirección. Pero éste es un proceso que hay que saber manejar con prudencia. No por mucho madrugar se amanece más temprano. Corresponderá al Comité Central que elija el VII Congreso considerar el momento y los procedimientos más apropiados.
EL MOVIMIENTO SOCIAL
La configuración de clases del Perú contemporáneo es sumamente compleja. El neoliberalismo no ha hecho sino acentuarla. La burguesía moderna, que concentra la riqueza asociada en condición subordinada al capital transnacional, es reducida. La burguesía media, no tiene la fuerza ni la voluntad para disputarle la hegemonía, ni condiciones para su desarrollo en un país neocolonizado y centralizado como es el caso peruano. La inmensa masa de medianos y pequeños»empresarios», los más de ellos trabajadores por cuenta propia (cuentapropistas), sienten cómo la ruina los amenaza empujándolos a la condición de sobrevivencia. Los sectores medios: profesionales liberales, empleados, maestros, excepto un cierto número de funcionarios privados o del Estado beneficiarios del modelo, virtualmente dejaron de ser el «colchón» que por sus condiciones de vida aseguraban estabilidad al sistema. La pobreza y la desocupación también los alcanza. No es sorprendente que en Lima, las personas integradas al mercado capitalista no sobrepasen el 20 por ciento del total de su población, y mucho menos en el interior del país.
La clase obrera tampoco es la misma de antes. Sobre todo el proletariado industrial, reducido en grado extremo. Suman cientos las fábricas cerradas, y en pocas de las que funcionan existe organización sindical. Si hay un proletariado que ha crecido es el de servicios. Un grueso sector de estos trabajadores, dispersos en pequeñas y medianas empresas, laboran en condiciones de semiesclavitud, con total ausencia de derechos sociales, estabilidad y salarios dignos. A ellos se debe sumar la población desempleada (que son mucho más de lo que indican las cifras oficiales), y los subempleados. Un millón y medio de emigrados solamente en los últimos diez años, es la muestra patética de una país que se desangra.
No es mejor la suerte de la población rural. La ruina asola el campo peruano, con excepción de un pequeño sector de productores, mayormente orientados a la exportación. Basta saber que los créditos bancarios benefician apenas a 2,000 productores agrarios mientras un grueso del campesinado se mantiene en una situación de autoconsumo. La pobreza alcanza a la mayoría de la población rural.
La pobreza en el Perú, en lugar de reducirse se ha incrementado, tirando al agua las recomendaciones internacionales al respecto y las promesas del gobierno fujimorista. Ahora hay más pobres y éstos, a su vez, son más pobres. Según la revista Perú Económico, el nivel de pobreza se ha incrementado de 50.7 por ciento de la población total en l997 a 54.1 por ciento en el 2000, cuando se esperaba su reducción, en este mismo lapso, al 45 por ciento.
El ingreso familiar promedio en los dos últimos años, en Lima Metropolitana ,se ha reducido en 23 por ciento, y 30 por ciento en el resto del país. Este año 14 millones de personas gastan menos de dos dólares al día. En el lapso que media entre l997 y el 2000, hay 900,000 personas pobres adicionales sólo en la ciudad Capital.
Esta es la dimensión de la crisis y sus consecuencias nefastas. El resultado de la aplicación del ajuste neoliberal que enriqueció a pocos y empobreció a las mayorías. Necesitamos volver con fuerza a la clase obrera cuya composición, sin embargo, ya no es la misma de las décadas pasadas. En esas condiciones está a la orden del día reconstruir el tejido sindical y asumir la lucha por la reconquista de sus derechos básicos atropellados. Necesitamos contar con organismos sindicales renovados en su conducción, en sus métodos, en los roles que obligan las nuevas condiciones de la lucha de clases. El Partido no puede obviar ni descuidar esta tarea. Pero aún así es insuficiente. Es indispensable también realizar arduos esfuerzos para atraer a sus elementos de avanzada a las ideas del socialismo y la revolución, ganar una creciente influencia política e ideológica en las masas proletarias, forjar líderes de vanguardia con clara conciencia de sus tareas de hoy y de mañana. La organización política de los trabajadores es de fundamental importancia, lo que hace indispensable una resuelta lucha para erradicar la influencia del espontaneismo y el economicismo fuertemente arraigados en la tradición de la izquierda peruana.
Tenemos logros iniciales y avances menores en la labor con la mujer y la intelectualidad. Y avances más significativos en el trabajo juvenil. A ello debemos sumar los esfuerzos para ampliar, de manera sostenida nuestra presencia en sectores del campesinado, del magisterio, de la salud, de los trabajadores de la energía, la minería, los servicios fundamentales. Los nexos con los pequeños y medianos empresarios son iniciales y deben intensificarse dada su importancia numérica y su lugar en la producción, así como sus contradicciones con el gran capital, las transnacionales y el neoliberalismo. Es indudable que debemos poner más empeño en el cumplimiento de estas tareas, pues de sus resultados dependerá que nos posesionemos con fuerza en el seno del pueblo trabajador.
En condiciones de pobreza y desocupación generalizadas, como es el caso peruano, hacen aparición con mayor fuerza organizaciones asistenciales tales como los comedores populares o los comités de vasos de leche. No constituyen organismos representativos del cambio o de una consciente lucha de clases, sino de emergencia. Lo positivo es que agrupan a cientos de miles de personas, sobre todo mujeres, favoreciendo la ayuda mutua entre ellas. Estos factores deben ser tomados en cuenta y desarrollados, al mismo tiempo que se lucha contra sus elementos conservadores y parasitarios, su proclividad a la dependencia y la manipulación.
FRENTES REGIONALES, CIVICOS, DE DEFENSA, Y DEMOCRACIA DIRECTA
Lugar especial corresponde al trabajo en los frentes regionales, en los comités cívicos y frentes de defensa, que con fuerza creciente insurgen a escala nacional continuando la tradición de los frentes de defensa. Indiferentemente de los nombres que adoptan y de las singularidades que los caracterizan, representan la posibilidad de constituirse en los referentes populares organizados más amplios, plurales e importantes del país. Se explica por la amplitud de sectores sociales que puede agrupar, por la debilidad de la organización sindical, y por los contenidos de su lucha fuertemente democrática, anticentralista, de desarrollo de sus regiones. La experiencia de los años setenta es aleccionadora al respecto. No es casual que se conviertan en un factor de intensa disputa política o de pugnas por su conducción. La política del Partido para los frentes regionales ya fue definida recogiendo la experiencia pasada, y forma parte de su concepto de democracia directa. Desde luego que no debemos perder de vista sus implicancias coyunturales, incluyendo las repercusiones electorales cuyas aguas movidas ya se dejan notar, pero cometeríamos un serio error si se cayera en el reduccionismo coyuntural, electoral o economicista.
Los frentes de defensa, en la década de los setenta y ochenta, llegaron a configuran un tipo de organización de frente único popular amplísimo, que abarcó desde la clase obrera hasta sectores de la burguesía regional, por lo general mediana y asfixiada por el centralismo. Toda esa experiencia acumulada debe continuarse en lo que tiene de positivo, que es mucho, y actualizarse. Con los frentes de defensa, las rondas campesinas y las asambleas populares, hace presencia la democracia directa, cuyos alcances y posibilidades democráticas y revolucionarias todavía no se entienden del todo. Pocas veces se alcanzó una unidad tan amplia y una incorporación tan diversa de fuerzas sociales, además del protagonismo del pueblo, sin intermediaciones que no fueran las que él mismo determinaba. Para la oposición liberal y centrista los frentes regionales, cívicos o de defensa, son meros apéndices electorales o de presión; para los comunistas tienen una dimensión y alcance que trasciende la coyuntura, independientemente de que por el momento sus motivaciones aparezcan vinculadas a reivindicaciones parciales. No debería sorprendernos lo encarnizado que será la lucha por su dirección con los representantes del liberalismo y el centrismo político, o del reformismo.
Siempre hemos sostenido el principio de respetar y defender su autonomía y unidad, y nos hemos opuesto a su utilización electorera o sectaria. Contamos al respecto con la experiencia de los frentes de defensa que tuvieron un papel descollante en los años setenta y ochenta. Por el momento son movimientos reivindicativos, frágiles en su estructura organizativa -con excepción de Iquitos-, con plataformas parciales y en ciertos casos motivadas por la resistencia al régimen dictatorial. En la medida que se salga con más fuerza del reflujo y se inicie un nuevo auge de masas, adquirirán un peso creciente como parte de la organización popular. Ello implica trabajar con mayor intensidad consagrando más atención a su organización desde las bases en torno de plataformas comunes. La clave reside en contar con una fuerza política fuerte, implantada en las masas, influyente, con capacidad de liderazgo, correctamente orientada y organizada. Debemos proponernos ser esa fuerza política y unirnos a quienes representan perspectivas y objetivos afines. Lo que se debe evitar a toda costa es el sectarismo, el divisionismo, las disputas estériles y los métodos burocráticos de mando y ordeno, poniendo en pleno juego en su lugar la línea de masas, la labor paciente y persuasiva, el trabajo organizado, la formación de cuadros y lideres honestos y leales a la causa revolucionaria y socialista.
Entonces tendremos idea cabal de la consigna ¡Con el pueblo, desde el pueblo, para el pueblo! Lo que el Partido necesita para cumplir su misión histórica es la gran unidad de sus militantes, la gran unidad del pueblo peruano, la gran unidad de los pueblos del mundo contra el enemigo común: el imperialismo.
LAS TAREAS EN EL MOVIMIENTO SINDICAL
El movimiento sindical no atraviesa por su mejor momento. En parte como resultado de las políticas neoliberales y la desrregulación impuesta, pero también por errores que se arrastran de atrás en la conducción de la CGTP. El sindicalismo peruano había entrado en crisis incluso antes de l990. El viejo sindicalismo burocratizado, falto de democracia y creatividad, muchas veces conciliador y básicamente peticionario, no se ajusta a las nuevas condiciones ni a las expectativas de los trabajadores de hoy, fragmentados por el ajuste, desplazados fuera de las empresas, condenados a la sobreexplotación del trabajo en los services o convertidos en trabajadores por cuenta propia, carentes de derechos básicos. ¡A nuevos tiempos, nuevas respuestas! Estando próximo el Congreso de la CGTP debemos participar activamente, proponiendo alternativas, definiendo políticas, planteando rectificaciones, encontrando salida a los problemas de fondo. Pero sobre todo trabajando más intensamente en las bases, donde todo está por reconstruir. Si la CGTP no da un vuelco en su orientación y en sus métodos, y su conducción actual se contenta con el control administrativo, su crisis puede hacerse mayor y perder el espacio que aún conserva. Ya son varias las federaciones que han emigrado de sus filas y muchas las federaciones departamentales convertidas en cascarón.
El Congreso de este año puede sentar las bases para su recuperación. Esta es una posibilidad a la que apostamos. O bien, continuar el plano inclinado en que se encuentra. Una CGTP reconstruida, renovada en sus políticas, en sus métodos y en su conducción, democratizada, eficiente y desburocratizada, asentada en bases sólidas y no en membretes, capaz de encontrar alternativas a las diversas expectativas de los trabajadores, es la carta que estos esperan. Debemos hacer todo lo que está de nuestra parte para que ello ocurra.
Por eso la importancia que el Partido conceda mayor atención a esta tarea asumiendo responsabilidades crecientes en la Central y en sus bases. Nada de esto se logrará sin lucha enérgica para desterrar la vieja herencia espontaneista y economcista impregnada en la conciencia de los trabajadores, y sin tomar como dato básico su unidad de clase. Pero, sobre todo, si no desplegamos un intenso y planificado trabajo en las bases, reconstruyendo los sindicatos donde sea necesario, dinamizando aquellos sumidos en la parálisis y la rutina, reorientando allí donde estuvieran instaladas concepciones y métodos que están en el origen de la crisis sindical, innovando y buscando nuevas respuestas a las exigencias de hoy. Lo que implica, a su vez, un serio y ordenado trabajo dirigido a formar y promover cientos de cuadros y líderes sindicales y populares, con firme posición de clase y orientación socialista, capaces de asumir con éxito y claridad de objetivos estas responsabilidades. Formar y adiestrar verdaderos líderes y cuadros dirigentes, con formación marxista-leninista y experiencia de conducción y lucha, en el proceso vivo del combate de los trabajadores por sus reivindicaciones, la democracia, la independencia y el socialismo: tal la tarea central en este período.
TAREAS EN EL FRENTE CAMPESINO
Siguiendo esta misma línea de acción necesitamos prestar más atención al trabajo con el campesinado, cuyo despertar muestra síntomas importantes de recuperación. Paros y movilizaciones campesinas se han producido en Cajamarca, Puno, Cusco, Andahuaylas. Esta tendencia irá en crecimiento. La crisis agraria lleva mayor pobreza al campo y ruina a los pequeños y medianos productores. En estas condiciones no queda otra cosa que la lucha y la unidad de los productores del campo en defensa de precios aceptables para sus productos, por créditos blandos y mayor productividad de sus tierras, ayuda tecnológica, vías de comunicación que permitaN el acceso de sus productos al mercado, defensa del medio ambiente. El hoy campo dormido se irá convirtiendo en uno de los ejes de movilización y lucha democrática, anticentralista y patriótica, sumando el potencial de los movimientos regionales contra el centralismo, por el desarrollo y progreso del interior, por derechos democráticos y justicia social.
El campesinado no cuenta por el momento con una central que unifique sus acciones. Esta es su principal debilidad. Y no existen condiciones para que esa unidad pueda lograrse sobre la base de alguna de ellas, sea la CCP, la CNA u otras. Nuestro objetivo estratégico consiste en trabajar por la centralización y organización del campesinado en torno de una plataforma común que comprenda los intereses del conjunto de los sectores que lo componen, tome en cuenta su diversidad, respete sus normas de funcionamiento y representatividad democráticas y unitarias. Mientras tanto debemos seguir impulsando las rondas campesinas, el trabajo en la base y en las federaciones provinciales y departamentales, siguiendo el principio de concentración de fuerzas.
TAREAS EN EL SECTOR MAGISTERIAL
La Primera Conferencia Educacional «Horacio Zeballos» ha sentado las bases para la reorientación del trabajo del Partido en este sector. Las decisiones de la Conferencia, refrendadas por el X Peno, obligan a todo el Partido y son la base de su unidad en el trabajo educacional. No se puede desconocer la presencia e influencia del Partido, sobre todo en su representación sindical. Era indispensable procesar el balance de lo actuado a fin de extraer las lecciones del caso, detectar los puntos débiles y los errores en el trabajo, y asimilar lo positivo para continuarlo en mejores condiciones. El documento «Reconstruyamos el Partido en el frente educacional y avancemos en la lucha por la revolución y el socialismo», sintetiza este esfuerzo, convirtiéndose en el material orientador para todos los comunistas. Un defecto del trabajo consistió en reducir la labor al ámbito sindical, perdiendo de vista la singularidad del rol de los maestros en la sociedad, su labor en el ámbito de la ideología, sus posibilidades de influencia cultural y política. El trasfondo ideológico que está en la base es el espontaneismo y su manifestación política, el economicismo. La importancia del trabajo sindical es obvia. Subestimarlo es un contrasentido. No obstante, necesitamos mejorar el trabajo realizado fortaleciendo las organizaciones de base, promoviendo nuevos cuadros y líderes sindicales, elevando la conciencia sindical y de clase de sus afiliados como la capacidad de conducción de los mismos. Es indispensable perfeccionar la democracia sindical, actualizar su sistema organizativo, mejorar los métodos de trabajo, todo ello inseparable de la promoción del autofinanciamiento apoyándose en la línea de masas.
Pero donde los avances son insuficientes es en el ámbito pedagógico y, sobre todo, en la construcción del Partido en el seno de los trabajadores en la educación. Necesitamos contar con cuadros y militantes que se orienten políticamente y sepan aprovechar todo el potencial que representan los maestros, por la singularidad de su labor en la esfera educativa, ideológica y cultural y por sus vínculos directos clon la juventud y las masas. Las potencialidades que representan los maestros, y en general la educación nacional para la forja de una nueva conciencia democrática, patriótica y progresistas en las nuevas generaciones, es enorme. Pero estas potencialidades no han sido aprovechadas sino descuidadas.
El Partido no debe confundir el ámbito que corresponde al sindicato u otras organizaciones parecidas. Partido y sindicato no son la misma cosa. De lo que se trata, en este caos, es del papel que le corresponde asumir al maestro comunista, cómo debe trabajar y ser forjador del cambio revolucionario de la sociedad. El reduccionismo sindical y economicista nada tiene de común con el socialismo ni con el papel del partido del proletariado. Si hemos de ser muy críticos de tales estrecheces, debemos advertir también el error que significa recaer en sindicalismo revolucionario, esto es en hacer política partidista desde el sindicato sustituyendo la labor del partido político revolucionario. Esta experiencia “izquierdista” y sectaria ya la hemos vivido cuando se organizó el CCUSC, en la década de los setenta, con las consecuencias conocidas.
EL TRABAJO CON LA MUJER
Los esfuerzos realizados por el Partido, al respecto, son todavía limitados. Es verdad que existe una incorporación significativa de la mujer en el Partido, el MNI y JP, pero no es todavía lo que desearíamos alcanzar, en cantidad y en calidad. En este aspecto necesitamos tomar iniciativas para avanzar con mayor rapidez. Pero donde más se siente nuestra ausencia es en el trabajo con la mujer en general. En suma, cómo llegar a ella, organizarla y ganarla a la causa revolucionaria y socialista. Ello se debe, en parte, al insuficiente conocimiento que tenemos de los problemas de la mujer, de su situación concreta en la sociedad peruana, y también a que no encontramos los métodos apropiados y las formas adecuadas para vincularnos a ella.
En el pasado tuvimos una experiencia valiosa que fue la conformación del Movimiento Democrático de Mujeres, que generó mucho entusiasmo y permitió la participación de muchas de ellas. Lo importante fue su amplitud, lo que facilitó que se acercarán cientos de mujeres. Existió entonces la posibilidad de convertirlo en un verdadero movimiento de masas. Pero esta experiencia se frustró y no pudimos continuarla más adelante. Con otras características, se han dado posibilidades de trabajo entre las maestras a través del SUTEP, las madres de familia en los sindicatos mineros, también en los comités de vasos de leche y comedores populares, y entre las jóvenes estudiantes, con resultados magros. También en el MNI se están haciendo esfuerzos pero sin alcanzar todavía una presencia consistente. ¿Qué falla?
Una primera constatación es que el Partido no entiende la importancia del trabajo en este sector de la población ni está claro cómo llevarlo a cabo correctamente. En segundo lugar, no se encuentran los métodos apropiados y los cuadros que deban llevar esta tarea adelante. En tercer lugar, también aquí se manifiesta el peso de la influencia espontaneista y economicista, que entiende el trabajo con la mujer como un asunto reivindicativo pero no político y menos ideológico. Finalmente, salta a luz la debilidad de las estructuras del propio Partido que le impide reconocer en este campo uno de los factores fundamentales para la acción revolucionaria del Partido y su propia reconstrucción.
Tarea urgente es tomar medidas prácticas para conformar un referente democrático, patriótico y socialista de la mujer, como se intentó en el pasado, buscando la amplitud debida junto a lineamientos políticos y organizativos que le den la consistencia y durabilidad deseada. Todo esto, sin descuidar políticas de frente único de más amplio alcance, donde el tema de la mujer, sus derechos y reivindicaciones estén presentes.
LA ORGANIZACIÓN DE LOS ESTUDIANTES
La organización de los estudiantes universitarios, de las escuelas técnicas y pedagógicas, de los colegios e institutos, merece igual atención preferente. La Federación de Estudiantes del Perú, cuya trayectoria es incuestionable, en la última década decayó en su influencia y organización entre los estudiantes. Ahora se encuentra en franco proceso de recuperación, no sin obstáculos y paralelismos de diversa índole. Defender su unidad y reforzar su recuperación es una tarea que nos compromete. Un movimiento estudiantil vigoroso, bien organizado de abajo arriba, con capacidad de movilización nacional, fundado en bases democráticas, patrióticas y progresistas, con una vanguardia socialista y un liderazgo firme en su orientación e implantación entre los estudiantes, es indispensable no sólo para canalizar sus reivindicaciones sino también para luchar por una universidad e institutos pedagógicos y técnicos democratizados, profesionalmente solventes, con recursos apropiados para su funcionamiento eficiente, que se ubiquen en el horizonte del proyecto nacional y democrático.
No se puede tolerar universidades intervenidas, mediocres o chantajeadas por quienes ejercen el Poder. Somos partidarios de la escuela y salud públicas, universales y de calidad, que son derechos de todos los peruanos, y de una universidad democratizada, científica, vinculada al desarrollo nacional, a la investigación, a la formación humanística de los estudiantes. No olvidemos que la juventud siempre ha sido la levadura de los pueblos, el bastión de la lucha contra las dictaduras y la arbitrariedad.
PROBLEMAS DE DIRECCION
El cuello de botella que enfrenta el Partido está, sin embargo, en el problema de dirección. Este tema fue abordado en el VI Congreso, también en el III y VI plenos del Comité Central. Sobre todo en el VI Pleno, de manera más detenida y profunda. No es poco el esfuerzo asignado a su examen y solución. No nos referimos aquí a la labor práctica, administrativa, de los organismos de dirección o a las dificultades en el funcionamiento del sistema de comités, los cuadros y las células. Sobre este tema ya expresamos algunas opiniones.
En esta parte queremos insistir en la conducción política como ciencia y como arte de la dirección estratégica y táctica, ajena a la dirección artesana, rutinaria, formalista, cuyo horizonte termina en la coyuntura o en el gesto radical. Se dice que la estrategia es ciencia porque estudia la situación en su conjunto y en sus partes y sólo puede ser resultado de una evaluación objetiva, seria, verificable, multifacética, de la realidad dada. Y se entiende la táctica como arte por la flexibilidad que exige y por su mutación constante, dado que varía con cada situación concreta. Pues bien, la política revolucionaria no puede prescindir del estudio concienzudo de la estrategia y la táctica como de la reflexión de las experiencias vividas por el Partido y el movimiento comunista internacional, en lo que tiene de correctos y también en sus errores.
Tenemos en alta estima la máxima de Sun Tzu: “conoce a tu enemigo y conócete a ti mismo, entonces podrás ganar cien batallas”. La lucha supone voluntades en conflicto: uno debe vencer y el otro ser vencido. Hasta ahora nos ha tocado siempre la peor parte. Esta situación debe cambiar. Pero ello exige entender el mundo de hoy, los cambios que se producen, las nuevas condiciones de la lucha, el aprovechamiento inteligente de los factores positivos y las ventajas disponibles, el conocimiento del pensamiento y los movimientos de los adversarios, etc.. Porque, como señala bien el X Pleno, la victoria se construye y el éxito también.
A fines de junio de 1998 el Buró Político emitió una circular importante donde advierte acerca del agotamiento del modelo de ajuste neoliberal y las manifestaciones de una nueva crisis económica, que los hechos recientes han confirmado. Luego de constatar un nuevo flujo de masas en desarrollo y el vacío político cuyas señales entonces ya eran evidentes, arriba a una conclusión muy importante: la contradicción fundamental a resolver en su labor práctica, en estas circunstancias, es aquella que se presenta entre esos factores objetivos cada vez más favorables para sacar a las masas del reflujo y para expandir la presencia del movimiento revolucionario y progresista, por un lado, y por otro, la insuficiente percepción de esas tendencias en desarrollo, deficiencias del trabajo de dirección que no se ajustan a estas nuevas realidades, debilidad del sistema de comités, de cuadros disponibles y del funcionamiento celular, presencia de un estilo de trabajo conservador y formalista y de métodos rutinarios; factores todos ellos que, considerados de conjunto, son verdaderos bloqueos para seguir avanzando. Lo que queda claro es la insuficiente preparación teórica, política y organizativa del Partido para enfrentar con éxito esta realidad cambiante. Situación que se tornará más apremiante con el término del régimen fujimorista y el paso a una situación de recambio de gobierno.
Esto es justamente lo que necesitamos atacar sin falta.
Es evidente que una contradicción de esta naturaleza conlleva elementos de crisis si no encuentra el cauce adecuado y soluciones concretas. Con frecuencia se tiene un criterio catastrófico de la crisis y por eso es temida. Esto impide verla en su contexto concreto. Todo cambio en la situación obliga a modificaciones en la táctica, en los métodos, en las consignas, en las formas concretas de lucha, inclusive de organización. Si no se producen oportuna y apropiadamente se abre paso un período de contradicciones y crisis. Esta es una verdad axiomática que, sin embargo, muchas veces se olvida.
Debemos entender por crisis la mutación considerable que acaece en un hecho o enfermedad, ya sea para mejorar o agravarse; también «mutación importante en el desarrollo de los procesos», o bien «una situación dificultosa o complicada». No tiene, pues, por qué entenderse toda crisis como un fenómeno terminal. En el caso del Partido las crisis son situaciones que se presentan con cierta regularidad. Que se agudicen o que encuentren respuestas prontas y correctas, es ya un problema que depende de la capacidad y experiencia de la dirección.
En nuestro caso se trata de la urgencia que tiene el Partido de producir un giro, un verdadero viraje, para ponerse a tono, en primer lugar, con las nueva situación y las nuevas condiciones de la lucha política, que le permita encontrarse en capacidad de extraer las ventajas que ofrece y no ser arrastrado por los acontecimientos como barca sin timonel; en segundo lugar, con la tarea de su reconstrucción y sus tareas de más largo alcance. Desde luego que tiene en su base problemas ideológicos y políticos. También metodológicos. Pero de aquí no se puede concluir que es irreversible. Todo lo contrario: es una contradicción objetiva, no antagónica, que debemos entender, asumir y resolver si queremos garantizar un serio paso adelante.
Lo que necesitamos son cuerpos dirigentes eficaces, capaces de ejercer una verdadera dirección colectiva junto a la responsabilidad individual, que estudien, reflexionen y atiendan en serio la conducción estratégica y táctica. Terminar con la idea de que ejercer funciones de dirección es sinónimo de asistencia periódica a las reuniones de los organismos a los que se pertenece, dejando de lado el cumplimiento de las tareas, el control de los resultados o la vinculación seria con las bases y las masas. Donde el mando está disperso no se espere un partido unificado y cohesionado. Donde las palabras postergan los hechos, no se espere resultados concretos. Donde impera la rutina no se espere creatividad, ni renovación, ni capacidad de adecuación a las condiciones cambiantes de la lucha.
SOBRE EL CENTRALISMO DEMOCRÁTICO
Finalmente hay un tema que no se atiende como corresponde. Nos referimos a la democracia interna y al centralismo. No por casualidad se considera el centralismo democrático como el principio fundamental de organización. Si falla su entendimiento y su aplicación se abrirán paso el democratismo y la anarquía, variedad de liberalismo pequeñoburgués; o bien al centralismo burocrático, autoritario, la política de mando y ordeno. Ambas desviaciones dañan la vida interna del Partido impidiéndole cumplir su misión. Por desgracia todavía ejercen influencia en el Partido y sus resultados perniciosos están a la vista.
Donde reina este ambiente subjetivo, anárquico, o donde se ha impuesto el autoritarismo en las relaciones internas y en la relación con las masas, surgen los grupos, los corrillos, la desconfianza, o los silencios temerosos. El Partido deja de ser un todo integrado lleno de vivacidad, de confianza recíproca, para convertirse en departamentos estancos, en zonas de control y desconfianza. Necesitamos afianzar más la democracia interna, pero también el centralismo que permita unidad en la acción y en el control de las tareas. Libertad y disciplina no están reñidas; constituyen una unidad de contrarios que se complementan. Estos son temas que deben merecer un estudio serio y una reflexión serena, condición necesaria para avanzar en la institucionalidad de la vida partidaria, tarea que el Congreso asume con fuerza.
Para que el centralismo democrático funcione se necesita, además, comités que funcionen como verdaderos órganos de dirección y en orden, células que activen como organismos políticos vinculados a masas concretas, afiliados organizados que asuman sus derechos y deberes a conciencia, cuadros y militantes fieles al Partido que se ciñan a las normas estatutarias, el programa y las políticas del Partido, y un Comité Central eficaz en la dirección y con la autoridad y las potestades que le otorga el estatuto partidario.
Debemos admitir que no se ha hecho lo suficiente para fortalecer esta autoridad ni se ha realizado la educación del caso, lo que origina tendencias anárquicas, grupistas, individualistas, que resquebrajan la autoridad de los organismos dirigentes, que no se deben permitir más. Las decisiones del Comité Central son obligatorias para todo el Partido, independientemente de que se esté o no de acuerdo con ellas. No obstante, muchos camaradas o no lo entienden o lo violan conscientemente. Una situación de éstas se presentó durante el último Congreso del SUTEP. Decisiones expresas del Comité Central no fueron acatadas por un cierto número de camaradas o fueron puestas en cuestión. Una situación similar se produjo en el Congreso de JP, donde cierto número de militantes del Partido, so pretexto de la democracia de bases, desconoce decisiones consensuales tomadas por el Buró Político, sobre la base de propuestas que provinieron de las comisiones correspondientes y grupos de trabajo. Esto no es democracia: es democratismo, espíritu grupista y anarquía, cuya base social es la pequeña burguesía y su fuente ideológica, el individualismo y el faccionalismo.
En resumen, tenemos logros y también deficiencias y retos no resueltos. El más importante de ellos, construir el Partido de cara al pueblo peruano, sus necesidades, preocupaciones, expectativas, en lugar de un partido enclaustrado, que trabaja más hacia adentro que hacia fuera. El papel del Partido consiste en movilizar, organizar, educar, alzar a la lucha a los trabajadores, al pueblo, por sus intereses de hoy y sus intereses futuros. Fuera de esta tarea carece de sentido. El socialismo no será tal si no se trabaja desde hoy para que sea realidad mañana. De cara a las masas, abierto a la gente, convencido de que miles y miles de hombres y mujeres cansados de promesas incumplidas buscan un nuevo camino para el país: tal la convicción que nos anima y el mensaje que asume el VII Congreso.
Informe Político - Capitulo IIIEL PERU DE HOY. PERSPECTIVAS Y TAREAS
Después de 10 años de aplicación sistemática y casi sin resistencia del neoliberalismo, y de la instalación del régimen dictatorial a partir del 5 de abril de 1992, el balance no es optimista para el país ni para el pueblo peruano.
El Informe al VI Congreso, al resumir la situación política, la instalación de la dictadura y los alcances del neoliberalismo llegó a conclusiones como las siguientes: a) el modelo de ajuste se propone «una respuesta integral a un fenómeno integral como es la crisis»; b) en razón de ello no será posible «enfrentarlo con éxito desde la izquierda y desde el movimiento popular sin una alternativa igualmente integral, viable...que cuente a su favor con una estrategia y una táctica coherentes»; c) el problema de «fondo es la crisis que el neoliberalismo profundizará»; d) «la fuerza de Fujimori proviene de factores objetivos como subjetivos que se entrelazan en una circunstancia especial que ha sabido aprovechar»; e) estos factores ( inestabilidad, inflación desbocada, violencia irracional de SL, corrupción generalizada, descrédito de los partidos políticos, etc.) «representan su ventaja más importante y su principal capital» político; f) el soporte en que se apoya es su «alianza con el gran capital y con la cúpula militar»; g) cuenta con «el respaldo, algunas veces conflictivo pero al final decisivo, del imperialismo norteamericano y japonés»; h) todo esto en una situación donde «el potencial de explosividad del Perú es grande y la calma chicha puede terminar pronto y tornar inmanejable el país».
Asimismo se define su estrategia basada en tres puntos: a) «reestructuración de la economía en el más crudo neoliberalismo e incondicional sujeción a los organismos financieros internacionales»; b) «plasmar un Estado contrainsurgente», que más tarde se supo estaba proyectado para dos décadas o más; y c) desarticular toda forma de oposición política y capacidad de resistencia y organización popular.
Este análisis ha demostrado ser correcto. Los hechos posteriores confirmaron sus conclusiones fundamentales. Siete años después, culminado el segundo período del fujimorato, se puede llegar a conclusiones parecidas en más de un aspecto.
El neoliberalismo no arribó al Perú por veleidad del imperio ni por la sabiduría del ingeniero Fujimori. Es la respuesta a la crisis del capitalismo que se manifestó con fuerza en la década de los 70 y a la necesidad de elevar la tasa de ganancia para el capital. Significó también la crisis del modelo keynnesiano que dominó la economía occidental después de la crisis del 29, de modo particular luego de la Segunda Guerra Mundial, que fue usado como arma de «contención del comunismo» y de erosión y freno del movimiento obrero. La estrategia global del imperialismo, hasta el derrumbe de la URSS, se redujo a una frase: contener al comunismo. Todo lo que lo permitiera fue válido. Se explican así el respaldo a norteamericano a dictaduras sangrientas y regímenes cipayos en América Latina y en otras regiones del mundo.
América Latina vio cómo la estrategia de sustitución de importaciones se estancaba y cómo se ahogaba bajo el peso de la crisis de la deuda externa y el monopolio abusivo de la revolución tecnológica y científica por parte de los países centrales del capitalismo, con el imperialismo norteamericano en primer plano; deuda acrecentada artificialmente con el envío masivo de los llamados petrodólares. La inflación dominó la economía de esta región alcanzando cotas antes inimaginables en Perú, Argentina, Brasil, Bolivia. Fue la «década perdida» donde las economías cayeron en picada, los pueblos se empobrecieron, se extendió el dominio financiero sobre el productivo, se acrecentó el papel de los monopolios y se lanzó la ofensiva neoliberal, ideológica primero, económica y política después, para someter nuestras economías y traerse abajo las conquistas alcanzadas por los trabajadores. La consigna fue desnacionalizarlo todo, privatizarlo todo, desrregularizarlo todo.
El cambio de la correlación de fuerzas a escala mundial con el derrumbe de la URSS, a favor de un Estados Unidos convertido en la potencia dominante en el mundo, culminó la faena.
El neoliberalismo y los gobiernos autoritarios que origina fueron la respuesta a una crisis global y también nacional. Por eso el papel determinante, supuestamente para poner orden y promover el desarrollo, que se asigna al FMI y al Banco Mundial, verdaderos ministerios de economía del imperio para el Tercer Mundo.
Dos décadas después, el fracaso del modelo económico es obvio. El Perú no escapa a esa realidad. La conclusión fundamental es que esta «respuesta integral a un fenómeno igualmente integral que es la crisis», falló por la base. Lo que tenemos a la vista es una economía abierta a la especulación y primario-exportadora. El resultado es mayor pobreza, desocupación, centralización, polarización, dependencia neocolonial y destrucción de fuerzas productivas. La industria está virtualmente colapsada. La agricultura, excepto pequeños lunares, en ruina, originando con ello no sólo pobreza en el campo e imposibilidad de acumulación, sino también dependencia alimentaria. La recesión empuja a la quiebra al pequeño y mediano productor o comerciante. Mientras el Perú languidece millón y medio de peruanos han salido al exterior en busca de trabajo, y los que quedan deben contentarse con salarios de hambre, con la sobreexplotación del trabajo juvenil, acostumbrarse a la desocupación, o entregarse a la marginalidad, el robo o la prostitución.
El mito de la inversión extranjera y del mercado como asignador de recursos está desmentido por los hechos. De igual manera la desestatización del Estado. El fujimorismo apostó a la inversión extranjera. Lo que vino es capital golondrino o inversión dirigida al saqueo de nuestros recursos naturales. Al capital transnacional le interesa un bledo el desarrollo del país o el bienestar de su gente. Le atrae la ganancia no la justicia social ni el desarrollo sostenido. La principal fuente de saqueo, sin embargo, es el pago de una deuda externa realmente impagable. Parte fundamental del ahorro interno fuga por esa vía. En 1990 la deuda externa ascendía a 17,252 millones de dólares, diez años después y luego de haber cancelado 13,000 millones de dólares de la deuda pública, la deuda externa total asciende a 29,300 millones de dólares. ¿Quién gana? ¿Quién pierde?
Las privatizaciones de las empresas del Estado fueron hechas a precio de regalo. Se privilegió al capital transnacional. De los 8,022 millones de dólares que ingresaron por esa vía, se ha esfumado el 90 por ciento sin generar desarrollo ni mejoría de las condiciones de vida de la población, sobre todo de los más necesitados. La pregunta que espera respuesta: ¿Con la privatización desaforada se benefició el pueblo peruano? ¿Se incrementaron las fuentes de trabajo? ¿Se redujeron las tarifas por servicios como telefonía o electricidad? La respuesta es concreta: No.
El Estado fue «achicado» para las mayorías. El deterioro de la educación, la salud, la seguridad social, la desprotección laboral, la sobreexplotación del trabajo, afectan directamente a los trabajadores, al poblador. Chico para las mayorías, fuerte y grande para beneficiar al gran capital y a las transnacionales: he ahí la esencia del Estado peruano. Por lo demás, un modelo basado en la especulación, la producción primario-exportadora y el centralismo no genera trabajo, ni desarrollo, menos progreso del interior. El resultado final es que la crisis sigue allí, sólida como un muro de granito.
El neoliberalismo y su economía de mercado abierto no ha sido capaz siquiera de desarrollar capitalismo moderno, integrar la economía, ampliar el mercado nacional, desarrollar tecnología y menos preparar al país para incorporarse, ordenada y planificadamente, en el siglo XXI. Mientras en el Perú se destina el 3 por ciento del PBI a educación y poco o nada a ciencia y tecnología, en Corea del Sur se destina a ese fin el 20 por ciento del PBI. La clave para el desarrollo de un país es ahora la educación, sin ella no hay innovación ni capacidad para adecuarse a los cambios que se producen a enorme velocidad.
De espaldas a esta realidad se mantiene la economía de autoconsumo, sobre todo en la región andina y oriental. La industria desaparece o se concentra cada vez más en la Capital. La investigación científica y tecnológica brilla por su ausencia. Los ingresos del 80 por ciento de las personas decrecen y, con ello, su capacidad de compra. El mercado se limita a apenas un 20 por ciento de la población. Nunca como ahora la polarización social alcanzó niveles tan abismales ni se entregó el país en bandeja al capital transnacional. No tiene parangón cómo se destruyen fuerzas productivas, en especial el factor humano capacitado, gran parte del cual deambula en la desocupación o emigra al exterior. No se trata de saber cuánto se crece, sino cómo y para qué, y quiénes se benefician con ese crecimiento que muestras las estadísticas, muchas veces infladas artificialmente para encubrir la realidad.
No debe sorprender que ante este espectáculo dantesco que se reproduce en América Latina, África, Rusia, Asia, imitando las lágrimas de cocodrilo, el imperio yanqui proclame el nuevo giro a una economía «con rostro humano» y eche andar por el mundo la «tercera vía» como sustituto del desacreditado neoliberalismo. Para variar, sus representantes criollos, comenzando por Fujimori, ya no se reconocen de derecha y menos aceptan el rótulo de neoliberales. Ahora son el «nuevo centro». Ocurrió así con Lavin, en Chile, pasando de pinochetista desaforado a centrista compungido, o con Aznar, en España, de franquista conspicuo a centrista que se codea con la socialdemocracia reconvertida al neoliberalismo vergonzante, pues eso es la «tercera vía» europea.
El neoliberalismo está agotado y los desastres que ha producido están a la vista. La crisis que padece el Perú es hija suya y resultado natural de sus desmanes entreguistas, autoritarios y corruptos. Y, sin embargo, existe, está allí, no quiere irse del escenario. Que su sillón lo ocupen los hijos de la nueva moda llamada «tercera vía» no cambiará la esencia económica y social del problema. Será más de lo mismo, sólo que con parches para hacer menos terrorífico el cambio de máscara.
La respuesta sigue siendo la misma que planteó el VI Congreso: no se puede enfrentar al neoliberalismo desde la izquierda y el movimiento popular, con éxito, «sin contar con una alternativa igualmente integral, viable». Esto es precisamente lo que ha faltado y sigue faltando. El oposicionismo ciego no resuelve nada y más bien confunde. Este es el cuello de botella en que se ahoga la oposición liberal o centroizquierdista ilusionada con la «transición a la democracia» y el «pacto de gobernabilidad». No nos sorprenden sus arrebatos de entusiasmo por las recetas que vienen de los Estados Unidos y su «defensa» de la democracia en el Perú. Olvidan que Fujimori fue hijo predilecto del FMI y Banco Mundial, que el golpe del 5 de abril de l992 fue avalado por EE.UU y la OEA, que el fraude en el referéndum constitucional fue consentido por ellos.
Esta es la oposición liberal que esperaba llegar al gobierno en el 2,000, con un programa económico y social que es una suma de promesas para continuar básicamente en lo mismo.
Sólo el Partido tiene una respuesta integral y también concreta. Oponemos al capitalismo neocolonial la revolución democrática y antiimperialista y el socialismo. Esta es una necesidad histórica e insoslayable. No concebimos un Perú desarrollado, próspero, soberano, con plena justicia social, liberado del yugo de la explotación y la opresión, sin el socialismo. Marchamos en esa dirección. Pero esta es una verdad general que exige un plazo más o menos prologando para su realización. Entre tanto ¿Qué hacer? ¿Cómo acumular fuerzas y preparar el terreno que facilite su aproximación?
Se trata, en este caso, de respuestas más inmediatas, que correspondan a las condiciones de hoy, al nivel de la correlación de clase y política en el país y en el mundo. Es verdad que las grandes contradicciones que padece el Perú siguen en pie. También las raíces estructurales de la crisis. Sin embargo, no nos encontramos en las proximidades de una situación revolucionaria ni en una condición de flujo revolucionario de las masas. La tarea de hoy es estimular y crear estas condiciones, forjar la fuerza de vanguardia capaz de manejarlas. El Nuevo Curso ( que incluye el Proyecto Nacional, la Nueva República fundada en una Nueva Constitución) condensa una alternativa capaz de sentar las bases de una salida a la crisis que padece el Perú y de empezar a resolver las tareas pendientes de solución acumulados a lo largo de la historia. Nuestra tarea consiste en asumirla, impulsarla y llevarla hasta sus últimos límites a fin de conectar con una nueva fase de la lucha, poniéndonos a la cabeza de ella.
No parches, cambios de máscara o ilusiones de buena voluntad, sino una respuesta integral y una voluntad de unidad nacional y democrática. Este es el campo de batalla que tenemos que ganar. No habrá hegemonía ni rumbo certero fuera de esta propuesta incluyente de las mayorías del país y radicalmente diferente al modelo que nos imponen el imperialismo, sus instrumentos multilaterales como el FMI, el BM, la OMC, y sus representantes políticos, económicos e intelectuales en el país.
Desde luego que en este lapso se han producido cambios importantes en las relaciones de clase. La burguesía de conjunto apostó por el proyecto neoliberal. Sus sectores medios y pequeños también fueron arrastrados por la batahola. Luego del experimento no son muchos los sectores fieles al fujimorismo y pocos los beneficiarios del modelo. La burguesía está dividida aún cuando sigue moviéndose en el espacio neoliberal, y sus sectores medios y pequeños esperan nuevas respuestas desesperados por el rodillo que los aplasta. Ha terminado la «sólida» unidad de este sector con el fujimorismo, por eso la necesidad que éste tiene de volcarse a los sectores más pobres para conservar su voto y respaldo recurriendo a la dádiva, el asistencialismo, el chantaje, para asegurar su permanencia en el Poder.
La pequeña burguesía ha sido triturada por la crisis y los efectos del ajuste neoliberal. Si antes se mostró entusiasta por el modelo y el dictador, ahora busca el caudillo que lo saque del hoyo en que se encuentra. Así se explica su respaldo mayoritario a Toledo como tabla de salvación ante la inminencia del fraude y un tercer período fujimorista que mira con pánico.
El aval yanqui también ha cambiado de destinatario. Ahora el preferido es Toledo. Existen razones geopolíticas de por medio, en particular la explosividad que se acumula en el mundo Andino, o las tensiones internas que llevan a una polarización política de consecuencias imprevisibles.
La polarización electoral el 9 de abril (2000), con el alza inesperada de Toledo, grafica muy bien los descontentos acumulados y también el fracaso de tácticas fraudulentas que anteriormente le permitieron “éxitos” al fujimorismo. Su capacidad de maniobra se fundó siempre en la desarticulación de la oposición política y social. En tierra de ciegos el tuerto es rey. Esa lógica le dio resultados favorables. Pero ahora el escenario comienza a ser otro. A falta de una candidatura unitaria que diera término al ciclo de la dictadura, los electores crearon su propio candidato. Lo que demuestra que la gente está buscando dirección, un rumbo, un proyecto capaz de capturar su interés. Fujimori ya no está sólo en el escenario. El pueblo ha comenzado a jugar sus propias cartas, sólo que esta vez todavía continúa atado a la ilusión de un caudillo salvador en ausencia de una alternativa que visualice, de una conducción que le dé confianza, de la configuración de partidos políticos con capacidad de representar los cambios profundos que necesita una sociedad postrada como es el Perú de hoy.
El «Estado contrainsurgente» que ha construido el fujimorismo, basado en su alianza con el militarismo y en el peso sobredimensionado, cuasi fascista, del SIN, está en cuestión. Su desmantelamiento es una tarea impostergable. No importa si Fujimori se mantiene en el Poder un quinquenio más o lo sustituye Toledo o cualquier otro, esta tendencia se abrirá paso con mayor fuerza. Democratizar la sociedad es un reclamo general. Cómo se producirá, con qué fuerza, contenido y dentro de qué límites, es un problema que dependerá de la correlación de fuerzas existente y del peso que adquiera el movimiento popular para influir en el escenario político. En lo que al Partido concierne, debemos presionar y pugnar por una democratización a fondo. Ella, sin embargo, será imposible o abortará sin un papel crecientemente protagónico del pueblo movilizado y organizado. Desde luego que ésta no es una tarea que se agota en la coyuntura; sus implicancias tienen significado estratégico. Lo que corresponde es darle los contenidos concretos en cada fase de la lucha, actuando con iniciativa, presionando más allá de lo que pueden tolerar la oposición liberal y el centrismo político nucleado en torno de la consigna de «transición democrática». Entonces se entenderá mejor los alcances y posibilidades de la democracia participativa y directa y por qué, con el nuevo auge que estamos en la obligación de apoyar e impulsar, adquirirá nuevos bríos y contenidos.
Definitivamente ingresamos en un período nuevo, no sólo porque las masas comienzan a salir del reflujo y de la despolitización, de la parálisis y el miedo que se les impuso sacando ventaja de la violencia senderista, o porque importantes sectores antes ilusionados con el neoliberalismo buscan salidas y respuestas nuevas; sino también porque el modelo neoliberal está agotado y porque la crisis empuja al descontento y la desesperación a mucha gente, incluyendo empresarios arruinados por ella.
Se dibujan, pues, los prolegómenos de un nuevo mapa político y también la búsqueda de nuevas respuestas políticas, económicas y sociales. Este será el sello que marcará el decenio iniciado.
Hasta aquí parte del texto de este capítulo del informe entregado para su debate a las bases. Las previsiones que hiciéramos fueron confirmadas en lo fundamental, pero los hechos después de julio se han precipitado aceleradamente colocándonos en un escenario nuevo.
Decíamos entonces: “el fujimorismo, de quedarse en el Poder (principal posibilidad luego de la farsa electoral del 28 de mayo, pero no la única, pues la otra, presionada por el desconteto popular e internacional es un gobierno de emergencia y nuevas elecciones democràticas) tampoco será el mismo. Su discurso «centrista» o sus pujos nacionalistas son un claro síntoma de ello. Ya no cuenta con la correlación de fuerzas que disponía en l995 y debe enfrentar una polarización irreconciliable. Su base social burguesa está fragmentada. Ha perdido respaldo internacional. Ya existe un movimiento social encrespado. Su influencia en los sectores más pobres, resultado del asistencialismo y la manipulaciòn, si bien aparentemente consistente, es en realidad deleznable. Por primera vez se encuentra en una posición defensiva, aún cuando sabemos que buscará salir de ella para recuperar la iniciativa y pasar a la ofensiva. El mensaje «concertador» de Fujimori luego de esta comedia electoral es parte de esta esgrima que refleja, de un lado, su aislamiento, pero también una maniobra táctica para apaciguar los ánimos, ganar tiempo, neutralizar la presión internacional, a la espera de negociar desde posiciones de fuerza una vez instalado en el Poder, por tercera vez, el 28 de julio”.
El que haya resultado “elegido” en un sufragio groseramente viciado confirma que continúa siendo la dictadura cívico-militar que conocemos. Se ha impuesto, fraude de por medio, por el uso arbitrario del poder, por la manipulación del hambre y la desesperación de los más pobres, por el concurso abierto de la cúpula de las Fuerzas Armadas, su principal respaldo.
Está claro que su plan táctico inmediato tiene dos ejes: de un lado, legitimarse dentro y fuera del país, recurriendo a la «legitimidad» que le otorga un JNE sometido; del otro, neutralizar y luego derrotar el descontento y la insurgencia ciudadana. En suma, asegurar la continuidad de la dictadura y la permanencia del modelo económico y social. El primer punto es crucial para sus planes. Justamente por ello este es el eslabón clave sobre el cual debemos concentrar el golpe principal, sin renunciar al cuestionamiento firme del modelo neoliberal o de sus variantes.
Cualquiera sea la situación a fines de julio el panorama político, definitivamente, ya no será el mismo. Uno de los rasgos particulares de la situación peruana es la polarización política. Es verdad que la oposición representa un abanico muy grande que va desde sectores neoliberales, asqueados del régimen dictatorial, hasta los sectores revolucionarios. Esta polarización explica por qué, en los hechos, se abre paso la unidad de acción en este espectro contradictorio, o también por qué nos encontramos ante el encumbramiento de una personalidad caudillista como Toledo.
En otra parte del documentos se planteaban las siguientes interrogantes:
Nos encontramos, pues, en un escenario complicado, de cambios bruscos en la coyuntura, a tal punto que es muy difícil saber con seguridad qué pasara hasta fines de julio. Para entonces la fuerza que adquiera el movimiento democrático y popular más la presión externa ¿serán suficientemente fuertes para obligar a Fujimori a renunciar? ¿Se contará con una mayoría en el Congreso dispuesto a declarar ilegítima su elección hija del fraude, constituir un gobierno provisional y convocar a nuevas elecciones? O Fujimori alcanzará una mayoría en el Congreso mediante el soborno y el chantaje, que le asegure 5 años más en el Poder? ¿En medio de la crisis política nos encontraremos con una salida golpista? Por el momento no es posible sacar conclusiones definitivas. Pero todas esas posibilidades están abiertas como salidas a una crisis política que sigue fermentando.
No es mucho lo que le quitaríamos a esta evaluación realizada inmediatamente después de las elecciones de mayo pasado. Lo nuevo, y que cambia el panorama político, es que se ha producido, con rapidez no esperada, el adelanto de elecciones y el desmantelamiento parcial del aparato fujimontesinista construido a lo largo de los últimos años. No es todo, desde luego, ni lo profundo que se quisiera, pero implica la terminación negociada de la dictadura, su salida cubierta con el velo que le otorgan la OEA y el gobierno norteamericano y lo permite la oposición liberal y centrista sentada en la Mesa de Diálogo.
Estamos en una fase de transición al postfujimorismo. Este es el problema de fondo. Ya no es posible la continuidad del régimen tal como lo conocimos y parecía omnipotente. Termina abrumado por la descomposición política, la corrupción, la crisis económica, la quiebra de sus estructuras jerárquicas antes disciplinadas, el desnudamiento de su estilo mafioso de gobierno.
Para sobrevivir necesita del paraguas norteamericano, que precisa a su vez del fujimorismo para asegurarse una recomposición ordenada, un recambio sin mayores olas, en un país altamente conflictivo y que es parte, a su vez, del área andina igualmente convulsionada, con Colombia como su epicentro.
El fujimorismo como corriente política avanza a desmembrarse. Las pugnas en el corral oficialista son claro síntoma del desbande iniciado. Cada vez es menor la posibilidad de contar siquiera con candidatura propiciada abiertamente desde palacio de gobierno, o por lo menos con una que tenga credibilidad. La renuncia de Tudela a la vice-Presidencia indica a las claras que el abrazo fujimorista asfixia y hiede, que ya no es rentable. Convertido Montesinos en perro muerto que se pudre al sol para salvar la imagen presidencial, no es ninguna garantía para que el dictador se salve de la ira popular.
Las responsabilidades del régimen, en cuyo centro estuvo siempre la troika Fujimori-Montesinos-cúpula militar, con el país y con el pueblo peruano, es inmensa. No cabe ni amnistía ni reconciliación nacional con los responsables de genocidio, torturas, corrupción, uso mafioso del Estado. La aceptación o el encubrimiento de la impunidad equivale a hacer del proceso de democratización que el país demanda, una farsa.
Hacia delante se abren dos caminos: o se avanza a un real proceso de democratización y de cambios fundamentales para enfrentar la múltiple crisis que agobia al país: económica, política, social y moral; o se asumen simples parches, que permitan cambios secundarios en el ámbito político y moral mientras se mantiene el modelo neoliberal y la injusticia social que engendra.
Las condiciones que deja la dictadura en retirada no pueden ser peores. La desesperada campaña de privatizaciones en que está empeñado el ministro Boloña, las medidas tributarias para engrosar los ingresos fiscales, la búsqueda de créditos del exterior para cubrir el forado presupuestal, indican a las claras que la crisis no es sólo recesiva ni tan pasajera como la presentan.
Los próximos años estarán marcados por agudas tensiones sociales. Cualesquiera sea el gobierno que ingrese se encontrará con un hueso duro de roer. Tendrá que navegar en medio de la inestabilidad económica, política y social, con espacios de maniobra limitados, tanto peor si se propone conservar un modelo de economía que ya no da más fuego. El fujimorismo vendió hasta el delirio la mercancía de la inversión extranjera como eje del desarrollo. Este no ha llegado. Lo beneficiarios nativos del modelo tampoco garantizan inversión productiva ni solución al agudo problema ocupacional. Los industriales que aplaudieron el «camino correcto» que significó para ellos el ajuste estructural, han bebido su propia medicina. El mercado abierto ha terminado por evaporar muchas industrias, arrastrando detrás suyo a los productores del campo, y lo que ha dejado es apenas 2 millones de peruanos con acceso al mercado mientras la inmensa mayoría está excluida.
No es menos grave la situación social donde pobreza, desocupación, sobreexplotación, bajos ingresos, pérdida de derechos sociales, enfermedades infecto-contagiosas, mala calidad de la educación, frustración, conviven presentándonos un panorama desolador. Y pensar que se le ofreció al pueblo peruano un futuro promisorio a cambio de «ajustarse los cinturones».
El régimen se propuso perpetuarse a cambio de fragmentar la sociedad, desarticular las organizaciones políticas y sociales, introducir el miedo como mecanismo de sometimiento, difundir la ideología pragmática y utilitaria. Por otro lado, ha pervertido las instituciones del Estado, incluyendo las Fuerzas Armadas. La corrupción y la descomposición moral se han extendido por todo el organismo estatal. La credibilidad está por los suelos y es mínima la confianza ciudadana en tales instituciones.
La crisis que vive el país no es, pues, solamente coyuntural. Estamos ante un problema más de fondo.
El Perú necesita cambios reales y no paliativos. Es verdad que hay que empezar resolviendo los problemas urgentes, el primero de ellos terminar con el Fujimorismo y su estilo mafioso de gobierno. Pero no es de ninguna manera suficiente. Aun en esta cuestión lo que está sobre la mesa es: se va hasta el fondo y se procede a una cirugía mayor, o se queda en la superficie, se negocia la «transición» como está ocurriendo en la Mesa de Diálogo, y se vuelve a reinnstalar una democracia formal, lírica, pero ineficaz.
Está en cuestión no sólo la dictadura sino toda la estructura autoritaria y corrupta que se construyó a lo largo de la década, comenzando por la Constitución aprobada mediante fraude en el Referéndum del 93.
No obstante, la llamada “oposición democrática” ha concertado su permanencia en el gobierno hasta julio próximo, otorgándole su confianza para que Fujimori monitoree la «transición a la democracia», criterio que no compartimos y cuestionamos de raíz, y que es un claro indicio que está en marcha una transición negociada a espaldas del pueblo. La forma como han resuelto las reglas para las próximas elecciones, sobre todo en lo referente a la inscripción de las agrupaciones políticas, es inaceptable.
De acuerdo con este manejo ¿Qué opciones se barajan en el corto tiempo que queda hasta abril? El oficialismo sabe que ha entrado en descomposición y liquidación. No es seguro que pueda conservar la unidad mostrada hasta ahora. Necesita sin embargo conservar posiciones que le permitan cubrirse las espaldas y proteger intereses construidos a lo largo de estos años. Lo más probable es que recurra a un «independiente» como candidato, buscando, en el peor de los casos, conservar una significativa representación parlamentaria.
En la oposición la carta más segura, por lo menos hasta el momento, sigue siendo Toledo, cuyo discurso confrontativo con la dictadura y su insistencia en la renuncia de Fujimori, le ha ganado un respaldo importante.
No obstante esta situación, terminar con el régimen mafioso, sigue siendo una tarea y una consigna justa que no podemos dejar de lado por cálculos estrictamente electorales. Las movilizaciones programadas por los frentes regionales y otras acciones de lucha no deben detenerse. Los problemas del pueblo peruano no terminan con la cancelación del fujimorismo. Ni sus tareas se agotan en sus fronteras. Siempre hemos combatido el antifujimorismo como programa, pues reduce la lucha a la reconquista de la democracia formal en crisis, dentro del marco que tolera la Constitución del 93, obviando la batalla contra el neoliberalismo y sus consecuencias funestas para el pueblo peruano,
Cuanto más profunda, extensa y decidida sea la lucha democrática del pueblo peruano, tanto mejores serán las condiciones para desmontar toda la estructura autoritaria, corrupta, mafiosa, construida por el régimen; para poner en cuestión un modelo económico de saqueo nacional, empobrecimiento de la población y de privilegios para una minoría; para avanzar hacia una descentralización política y económica que desde siempre reclaman los pueblos del interior. Sería un grave error reducir las luchas del pueblo a la terminación del régimen, cuando los problemas pendientes de solución van más allá y están a la orden del día.
De aquí podemos desprender dos tareas relacionadas entre sí pero al mismo tiempo diferentes en su alcance. La primera tiene que ver con la táctica general que corresponde a la tesis del Nuevo Curso; la segunda, con una táctica concreta, para la coyuntura. Confundir ambos escenarios sería tan erróneo como perder de vista la conexión entre una y otra
Informe Político - Capitulo IVLA TACTICA GENERAL, LA TACTICA CONCRETA Y LAS TAREAS PARA EL PERIODO
Como se sabe, el Comité Central previó con mucha anticipación la posibilidad de que las elecciones de abril del 2000 dieran como resultado la polarización electoral entre dos opciones de contenido neoliberal. Por eso hablamos de continuismo con o sin Fujimori, y por eso también propusimos una candidatura de oposición antidictatorial y antineoliberal. Desafortunadamente las cosas ocurrieron como habíamos previsto, en ausencia de una alternativa distinta que no fue posible construir. Nos faltó la fuerza y también los aliados que lo posibilitaran. La lección que se extrae es concreta: si quieres unir debes tener la fuerza suficiente para obligar a los aliados potenciales a sentarse a la mesa, unirse y marchar juntos. Si eres débil nadie te escuchará y menos tomará en cuenta. Por eso debemos concentrar energías para desarrollarnos en calidad y en cantidad, construir un espacio firme de izquierda y una fuerza de masas consistentemente asentada en las bases. Porque no entendimos esto desaprovechamos mucho tiempo buscando una unidad por arriba que nunca llegó a plasmar. Para ser más francos: no podía plasmar porque no existían las condiciones para ello ni la disposición política de las partes supuestamente interesadas.
La fragmentación de las fuerzas de oposición, en particular de la izquierda y del movimiento popular, es el mejor regalo que se le hizo al fujimorismo, sea porque éste indujo con habilidad a esa situación o bien por estrechez de miras en la oposición popular y democrática. La concentración del voto en la candidatura de Toledo, por ejemplo, fue más bien una reacción aluvional del electorado para cerrarle el paso a la reelección fujimorista, que resultado de un esfuerzo unitario en torno de un plan de gobierno y de una candidatura consensual de la oposición política. Más un estado de ánimo que un compromiso consciente, una búsqueda de salida a una situación intolerable que convencimiento de cuál era la mejor opción. En el lapso que media entre abril y el presente, esa es una candidatura más consolidada y en derredor no se perciben alternativas más coherentes. De aquí a abril del 2001 pueden haber sorpresas, ciertamente, pero no fácil dada la estrechez del tiempo disponible.
Parecía que el ciclo de los independientes, de la política esponja, carente de principios y compromisos firmes y estables, entraba en receso. Pero no es así. Tiene aire para un tiempo más en ausencia de la recuperación de los partidos políticos o de la configuración de nuevas estructuras que definan mejor los campos. La crisis de los partidos políticos es mucho más seria de lo que parecía y todo indica que la década que se inicia verá una nueva recomposición de fuerzas y liderazgos. ¿Qué amplitud del terreno en disputa ocuparemos? Dependerá de lo que se haga y de la inteligencia con que trabajemos en un período cargado de tensiones y redefiniciones que comprometen el concurso de millones de peruanos, sobre todo de las nuevas generaciones asqueadas de la dictadura pero inexpertas y confundidas. Lo que está claro e inamovible es que el espacio que debemos construir es el de la izquierda y el socialismo.
Es verdad que el panorama latinoamericano y también nacional avanza a un período de inestabilidad, pero no se puede decir que nos encontramos en la proximidad de una situación revolucionaria o algo parecido. La izquierda que se reconstruya tampoco será la misma que terminó su ciclo a fines de los ochenta. Su avance dependerá de cómo se ubica en este nuevo escenario político y social, que no se agota en las próximas elecciones anticipadas anunciadas para abril del 2001 ni en la transferencia de gobierno de julio entrante.
La derecha neoliberal buscará, por su parte, recomponer sus fuerzas, reordenar su maltrecho tejido de alianzas, cambiar su rostro desacreditado y conservar su hegemonía recurriendo al enorme poder mediático que maneja y al aprovechamiento de la manipulación de una población empobrecida y fragmentada. El respaldo del gobierno norteamericano a Fujimori como garante de la «transición», arroja luces sobre sus preferencias. Toledo ya no sería el candidato de su confianza. Está por verse quien será la cabeza electoral que congregue su respaldo. Quizá Tudela o Roque Benavides podrían entrar en liza, ahora desde supuestas posturas independientes. Ambos necesitan vender una imagen distinta, sabiendo como saben que el fujimorismo «quema». Las transnacionales que se ganaron la lotería en estos 10 años de dictadura y socios menores del país que florecieron a su amparo, pugnarán por la permanencia de sus privilegios y porque el rumbo de la economía los tenga entre sus favorecidos.
El centro político, oscilando entre el liberalismo y el reformismo de la tercera vía, intentará proyectarse como la fuerza de recambio. El discurso último de Toledo calza con esta óptica. El tema central del debate será el de la ocupación, y desde luego el de la moralización. En este último aspecto continuará con su posición dura para captar la repulsa popular al dictador y para no permitir que en este campo surjan rivales que le hagan sombra. El derrumbe del régimen también erosiona las expectativas en el modelo. La crisis, además, es demasiado fuerte y sus efectos desastrosos no permiten andar defendiendo un producto que se desacredita cada día que pasa. Sus palabras recientes en Cusco proponiendo un «gobierno de unidad nacional» que tenga como base el acuerdo de gobernabilidad, y su acotación de que «Perú Posible» no es «partidario de un sistema neoliberal que estrangula a la gente», muestra un mensaje que se propone conciliar diversos intereses, distanciándose de un modelo asociado, quiérase o no, al fujimorismo, convencido además de que no hay otra forma de garantizar la gobernabilidad postfujimorista y permitir la atenuación de las tensiones sociales que, de hecho, pasarán al primer plano.
En este escenario no debemos perder de vista que construir el espacio de la izquierda y el socialismo, con identidad y capacidad de liderazgo es la gran tarea que tenemos por delante, que trasciende las consideraciones coyunturales y electorales a la vista. Espacio ideológico, político, cultural, y también ético. Las condiciones objetivas y también subjetivas son favorables para acometer esta tarea. De nosotros dependerá si sabemos aprovecharlas inteligente y audazmente. Pero ello implica un salto de calidad y una superación acelerada de lo acumulado hasta el presente. Se puede decir que nos encontramos en una fase de transición y de preparación para pasar a esta nueva etapa. Hay mucho que recuperar y continuar de las experiencias vividas por el partido y el movimiento popular y revolucionario peruanos, también mucho que cambiar, corregir, descubrir, de acuerdo a las nuevas condiciones de la lucha de clases. Bien vale recordar al poeta Antonio Machado: «Caminante no hay camino, se hace camino al andar».
El caudillismo continúa teniendo en el Perú un peso mayor de lo esperado. También la ilusión de que los grandes problemas del país pueden resolverse por voluntad de una persona. Es el peso muerto del pasado feudal que sobrevive con más fuerza de lo que imaginamos. En el fondo, todo ello no es más que la expresión de una crisis profunda de la política y el Estado, y de la ausencia de alternativas ideológicas y políticas consistentes capaces de capturar el interés y la imaginación ciudadanos. Tampoco debemos perder de vista el peso que significa la despolitización a que ha sido arrastrado el pueblo peruano, además de la enorme presencia que significa la penetración ideológica del imperialismo y el neoliberalismo basada en el individualismo, el irracionalismo, el pragmatismo utilitario, el fetichismo del éxito a cualquier costo, la devaluación de los valores nacionales junto a la cultura decadente y pervertida que ha impuesto la dictadura. Todo esto muestra la enorme importancia que tiene la lucha en el ámbito de las ideas, de la cultura, de los valores y la ética, sin la cual no sería posible concebir una izquierda a la altura de sus compromisos históricos.
La década a la que ingresamos será, por las consideraciones señaladas, de intensa confrontación de ideas y programas, y también de flujo creciente de las masas en lucha . Prepararse para esta batalla y capacitarse para darla bien, es una tarea de primer orden. Pero ello implica tener una mirada estratégica pues sus frutos no se verán necesariamente en el corto plazo.
Necesitamos, pues, ubicarnos en los dos espacios del manejo táctico: la táctica general para el período y la táctica concreta para la coyuntura próxima. La propuesta del Nuevo Curso define la alternativa táctica para el período en el cual ingresamos. Y es, al mismo tiempo, la conexión necesaria con la estrategia revolucionaria por el Poder. Este es un tema ya abordado en otro momento de este informe. Sólo insistiremos en que su aceptación exige el reto de dar, desde esa óptica, respuestas al conjunto de problemas económicos, sociales, políticos, culturales y éticos que la realidad del país y los intereses del pueblo peruano ponen a la orden del día.
El problema planteado a lo largo del período que abarca por lo menos esta década, se puede resumir en lo siguiente: continuismo neoliberal o un Nuevo Curso para el Perú. Seríamos ingenuos si creyéramos que el neoliberalismo tiene un solo rostro. Puede cambiar en más de un aspecto o introducir reformas o morigerar su discurso, pero lo que no cambia es su esencia. Esa esencia es el neocolonialismo y el saqueo nacional, la concentración de la riqueza, el abandono del interior, la desregulación laboral, la privatización de las empresas del Estado y de los servicios públicos, el centralismo, la democracia formal y autoritaria. El término de la dictadura mafiosa y corrupta no significa necesariamente el término de la hegemonía del gran capital ni el retiro definitivo de las FF.AA. del manejo económico y político del país, y menos todavía librarnos del dominio neocolonial que está en la base de nuestras desgracias. De hecho, las fuerzas para producir estos cambios son todavía débiles y el grado de conciencia del pueblo peruano para asumirlo, insuficiente. Esto no quiere decir que no se pueda hacer algo. Se puede hacer bastante, pero eso dependerá de la correlación de fuerzas que se establezca y del peso que pueda adquirir el movimiento popular y democrático.
Visto así las cosas, el próximo proceso electoral es un factor importante. Expresará un realineamiento de fuerzas que podría estabilizarse en el futuro próximo, o bien esfumarse como ocurrirá con el fujimorismo una vez terminada la dictadura. Eso dependerá de muchos factores que no es correcto apresurarse en determinar. Los otros factores a considerar serán el papel del movimiento social o de masas, la fuerza de las propuestas que representen, su presencia organizada que bien puede desarrollarse con más velocidad hacia delante; y el papel que alcancen a jugar las fuerzas de izquierda y progresistas como representación política y como representación de ideas y alternativas.
La viga maestra de la táctica general sigue siendo la lucha sin concesiones para dar término a la dictadura y el neoliberalismo, cerrar el ciclo del Estado «contrainsurgente», abrir camino a una salida verdaderamente democrática, con soberanía y autodecisión, descentralismo, desarrollo sostenible y planificación macroeconómica, justicia social, regeneración moral, educación, ciencia y tecnología, rol dirigente del Estado, y por la unidad más amplia del pueblo peruano para garantizar un gobierno de ancha base social que encarne estos objetivos. Está claro que este planteamiento ensambla con la propuesta del Proyecto Nacional, la Nueva República y una nueva Carta Constitucional que le sirva de sustento legal; y está claro también el papel del Partido Comunista, junto a las fuerzas democráticas y patrióticas, como uno de sus impulsores más firmes.
Una táctica general de esta envergadura permite, en una fase concreta de la lucha de clases y de la correlación de fuerzas todavía adversa para la causa revolucionaria, contar con una propuesta de reformas integral: económica, social, política, cultural, étnica, de definido alcance democrático y patriótico, que implica también alianzas de clase muy precisas y una propuesta de gobierno amplia y flexible que asegure las mejores condiciones para defender los derechos de los trabajadores, el pueblo en general y la nación, acumular fuerzas y desarrollar con independencia el movimiento popular y revolucionario.
Es momento de entender la táctica general en su dimensión múltiple, como propuesta al país y como alternativa a realizar, y no tan solamente como cuestionamiento y oposición antifujimorista. La profundidad de los logros que se alcance no dependerá de las declaraciones líricas, sino de la capacidad para incorporar a las masas a esta lucha y conducirlas de la manera más consecuente en la defensa y conquista de sus derechos fundamentales. La hegemonía no es un asunto académico, sino la inteligencia, las propuestas, la habilidad y la fuerza con que se cuenta para dirigir o influir en los procesos concretos.
Está claro que no nos referimos, en este caso, a las tácticas, indispensables en cada circunstancia concreta de la lucha de clases; sino a la Táctica, con mayúscula, que influye en toda una fase de la lucha de clases del proletariado. Y que, por eso mismo, se entrelaza con tareas de orden estratégico. Considérese, por ejemplo, el viraje táctico del VII Congreso de la Internacional Comunista en 1935 o la propuesta de gobierno de coalición del Partido Comunista de China en su VII Congreso, o la táctica contenida en la «Historia me absolverá» de Fidel Castro. No es, pues, nada nuevo lo que nos proponemos, ni son iguales las experiencias indicadas para imitarlas al pie de la letra. Pero son referencias que pueden dar luces para entender la propuesta del Nuevo Curso.
La dimensión de los problemas que enfrenta el Perú; el reto que significa confrontar con un modelo de capitalismo (el neoliberal) que tiene alcance mundial; la amplitud de las dificultades que están presentes dado que venimos de una derrota importante y de un reflujo prolongado y profundo; los cambios producidos en la correlación de fuerzas internacional y nacional, le otorgan una singularidad especial a la táctica general del Partido. Ello incluye la política de alianzas que abarca desde el proletariado hasta los sectores de la burguesía media o nacional, sobre todo del interior del país, agredidos por el neoliberalismo y el centralismo. También los métodos de lucha apropiados, que incluyen la lucha electoral, la lucha de masas en sus diferentes formas, la confrontación de ideas y plataformas, el uso de los medios de comunicación.
En las condiciones señaladas no es suficiente contar con una táctica de alcance exclusivamente coyuntural, pues significaría, mal de nuestro agrado, terminar enredados en la lógica que nos impone el modelo y la hegemonía del gran capital. Error en el que incurren quienes reducen las tareas de hoy a una «transición democrática» hegemonizada, en los hechos, por los mismos representantes del neoliberalismo y el capital transnacional. Su error consiste en que absolutizan la lucha democrática y reducen ésta a la democracia formal que ya hizo crisis, y pierden de vista lo esencial: el modelo económico y social, y también el problema nacional, que los lleva a cifrar esperanzas desmesuradas en el papel del imperio norteamericano o de la OEA para resolver nuestros conflictos internos. El resultado es que terminan aliándose con la derecha liberal y sirviendo los planes del imperialismo.
La lucha política es multiforme y no se agota en el tema electoral. Poco avanzaremos si no se ingresa en la lucha de programas y alternativas, si no se pone el acento en la movilización y en la capacidad de lucha del pueblo peruano, o si se descuida la lucha electoral viendo en ella solamente un asunto de más o menos votos. La no inscripción del MNI en el registro de partidos políticos nos trajo complicaciones y limitaciones que no se puede olvidar así tan fácilmente. Por lo demás, las formas de lucha están determinadas por las condiciones concretas y no por abstracciones teóricas. Si la lucha electoral está a la orden del día, pues hay que asumirla sin vacilaciones. Y si la lucha de masas u otra pasa a primer plano, no hacerlo equivale al oportunismo político.
Hemos sostenido reiteradamente que la derrota de la dictadura, y también la profundidad de los cambios que se produzcan, dependen de la fuerza con que se cuente en el momento decisivo. Esa fuerza es esencialmente el pueblo organizado y movilizado, con una alternativa clara que oriente su acción y una conducción que le garantice un rumbo seguro. Es aquí precisamente donde está nuestro flanco débil, pues venimos de una derrota y un reflujo que abarcó casi una década. No por casualidad hablamos de reconstruir el Partido, la izquierda, el movimiento popular. No se reconstruye lo que marcha óptimamente. Es desde esta realidad que tenemos que plantearnos las tareas del Partido y sus políticas, buscando con todas nuestras fuerzas salir del pantano para ocupar un lugar determinante en el escenario político y en la batalla en defensa del pueblo, sus derechos y sus objetivos de emancipación nacional y social.
No discutimos la necesidad de encontrar, en determinadas fases de la lucha, puntos de aproximación inclusive con sectores de la burguesía liberal. Por ejemplo en los temas de la dictadura o el fraude, de la firme batalla contra la impunidad y la corrupción, en medidas que favorezcan a los trabajadores, campesinos o pequeños y medianos empresarios, en la defensa del patrimonio nacional. Pero para ello es suficiente una unidad de acción o incluso electoral precisa. Más allá cada uno afianza sus propios espacios y proyectos. Ninguna de esas u otras circunstancias debe comprometer la independencia de clase y política del Partido.
No nos asusta el frente único. Lo sentimos necesario y obligatorio. Pero no a cualquier precio ni bajo cualquier condición. Estamos dispuestos a la unidad de acción más amplia para terminar con la dictadura y facilitar un proceso de democratización real. Pero es insuficiente. Se necesita avanzar más lejos y eso hace obligatorio un frente que termine con el neoliberalismo. Esa es la propuesta del Nuevo Curso, el compromiso que significa asumir el Proyecto nacional y una nueva Constitución que funde la Nueva República. Los hechos confirman que la República que nació con la Independencia está agotada; que la marcha del Perú hacia el siglo XXI, para ser viable, hace indispensable una Nueva República que resuelva las tareas pendientes de solución acumuladas a lo largo de la historia. La Constitución del 93, hecha para legitimar el golpe del 5 de abril y facilitar la aplicación del programa neoliberal, es el canto del cisne de una república neocolonizada donde la democracia nunca pasó de la formalidad jurídica, el desarrollo se ajustó a intereses foráneos y la justicia social siempre estuvo ausente.
Este es el cambio que el país necesita transitar y, al mismo tiempo, el reto que asumimos para avanzar en la construcción de los factores subjetivos de la revolución. Los comunistas no renunciamos a nuestros ideales y propósitos socialistas ni a la revolución. Pero entendemos que la mejor forma de aproximarse a esos objetivos, sobre todo en las condiciones de hoy, es a través de fases y transiciones que garanticen disputar la dirección de las masas y su incorporación creciente a la lucha como factores protagónicos de su propio proceso emancipatorio.
Esto nos plantea otro problema: qué salida de gobierno le corresponde a esta propuesta. Respondemos: un gobierno de frente único antineoliberal, democrático, patriótico, descentralista, promotor de la justicia social y la regeneración moral, que revalora el papel de la educación, la ciencia y la tecnología como requisitos indispensables para su modernización. Un gobierno, en suma, capaz de enfrentar con éxito la crisis económica y la crisis política que engendra el neoliberalismo. Uno gobierno que se apoya no sólo en el voto y en una eventual mayoría parlamentaria sino, sobre todo, en el pueblo organizado y movilizado, en sus organizaciones democráticas, en el desarrollo de su propia experiencia e iniciativa histórica.
En suma, un gobierno de Nuevo Curso.
Para que esta táctica encuentre eco y se abra paso, se requieren varias condiciones mínimas:
a) Una izquierda fuerte, unificada, que cuente con espacio propio de influencia y liderazgo político. Abierta al país y portadora de un proyecto alternativo y enraizada en la sociedad. Esa es la gran tarea que tienen entre manos el MNI, la JP, las agrupaciones que permanecen en posiciones de izquierda y socialistas.
b) Influencia de masas y capacidad de orientación política y cultural: sindicatos, frentes regionales, comités cívicos, organizaciones campesinas, étnicas, de género, barriales, juveniles, estudiantiles, profesionales, culturales, religiosas, ecologistas, de Derechos Humanos .
c) Presencia electoral y representación en los municipios, gobiernos regionales, Parlamento.
d) Influencia en el ámbito de las ideas y la cultura.
e) Presencia orientadora en las poblaciones étnicas.
f) Capacidad de alianzas políticas y de influencia en la conformación del frente único antineoliberal y antidictatorial.
g) Desarrollo y afianzamiento del Partido y la izquierda a escala nacional, de preferencia donde las condiciones se presenten óptimas para construir bases políticas.
h) Liderazgo, dirigentes y cuadros con capacidad para acometer esta tarea en sus diversos aspectos. Entender que nunca será fácil el paso de una situación de oposición activa a la de fuerza política alternativa, capacitada para resolver los grandes problemas nacionales.
i) Medios e infraestructura básica, basados en el principio de apoyarse en las fuerzas propias y en las masas.
j) Relación fluida con partidos y organizaciones políticas internacionales afines y con países socialistas y progresistas.
k) Medios de comunicación directos e indirectos, además de capacidad para generar opinión e influir en la sociedad.
l) Iniciativa política y capacidad de presión de abajo hacia arriba. Es decir pueblo organizado, movilizado y dispuesto a dar la batalla por sus intereses concretos y generales. Un tema central será siempre la construcción de los órganos de democracia directa.
m) Finalmente un Partido con voluntad de Poder, cohesionado en sus objetivos y en su acción, con capacidad de sumar fuerzas y unir voluntades, liberado de ataduras espontaneistas, empíricas, abstencionistas y sectarias.
De aquí se desprende la importancia que para lograr este objetivo representan la Nueva Izquierda, la izquierda reconstruida en su unidad, la Juventud Popular. Asimismo la intelectualidad, el movimiento sindical, los movimientos regionales. Un paso significativo en esta tarea será la inscripción del MNI en el registro de partidos políticos; pero sobre todo su presencia activa y organizada en el territorio nacional, el liderazgo que genere.
Como integrantes del MNI debemos participar con la mayor seriedad y amplitud de criterio, en su organización y estructuración nacional, apoyando su mayor implantación en el seno de las masas trabajadoras, el campesinado, la intelectualidad, los pequeños y medianos propietarios y empresarios, la mujer, la juventud. Cobra importancia su participación en el próximo proceso electoral municipal y regional, si este último se alcanza a conquistar. Asimismo, trabajar con vistas a que el MNI cuente con un medio de expresión propio, no importa si pequeño en sus inicios. Ni duda cabe, es una necesidad desplegar una intensa y sistemática labor de agitación y propaganda, aprovechando con iniciativa todas las posibilidades disponibles. La fuerza de la izquierda radica en la justeza de sus propuestas, en el esfuerzo que realicen sus dirigentes y militantes de cara a la gente, en la convicción con que actúen sus integrantes, simpatizantes y amigos. En suma, en la unidad que conquiste dentro de sus filas como en el seno de las masas y fuerzas democráticas, patrióticas y socialistas, en la certidumbre en lo que hace y en la confianza en las masas. La fuerza moral, la voluntad política, la autoconfianza honesta, la decisión para llevar a cabo las decisiones tomadas, la acción concertada y planificada, la capacidad organizativa, son condiciones para el éxito. Esta es la forma cómo debemos aportar los comunistas donde quiera que nos encontremos, haciendo esfuerzos sostenidos para incrementar siempre los contingentes del MNI, ampliar incesantemente su espacio de influencia, acrecentar el radio de los aliados en la lucha por el cambio social.
No es aceptable continuar con la política del avestruz: creer que se hace política mirando hacia adentro, cerrando los ojos a la realidad, separados de las masas, en cenáculos y debates entre nosotros mismos. Hagamos política de cara al pueblo, enfrentando sus problemas y ayudando a resolverlos, llevando nuestro mensaje sin temores ni dudas cobardes. Una política que no se dirige a las masas carece de sentido. Los mejores acuerdos que se quedan entre cuatro paredes carecen de valor. Nuestra consigna es ¡a las masas!, como hombres y mujeres de izquierda, como luchadores consecuentemente democráticos y patriotas, como combatientes socialistas que se nutren de las ideas y las cualidades revolucionarias de los grandes maestros del proletariado y del Amauta José Carlos Mariátegui.
Sin embargo, requerimos también definir políticas, tácticas y métodos concretos que nos permitan contar con respuestas a cada problema o situación. Lo que implica investigar, conocer cada área de trabajo, contar con cuadros y militantes aptos para asumir estas responsabilidades.
Cualquiera que sea el curso que sigan los acontecimientos una cosa está clara para nosotros: persistir en el fortalecimiento del espacio de la izquierda, inseparable del desarrollo del movimiento popular sobre bases democráticas y patrióticas. Esta es la tarea fundamental. Sólo contando con una fuerza de izquierda influyente en la sociedad y organizada a escala nacional, estaremos en condiciones de presionar la conformación de un frente de fuerzas democráticas y populares, garantizando de paso que los movimientos regionales y otras formas de organización popular se incorporen como parte de este esfuerzo. Un frente tal, de cuajar, permitiría levantar la plataforma del Nuevo Curso, con la particularidad de plantear la lucha tanto en el terreno electoral como en el terreno de la lucha de masas.
En el primer caso, nos obliga a acelerar los esfuerzos para permitir la inscripción del MNI en el registro de partidos políticos; en el segundo, concentrar esfuerzos para asegurar el fortalecimiento de los movimientos regionales y su mejor coordinación y centralización nacional. Tarea que no estamos en capacidad de resolver contando sólo con nuestras fuerzas, lo que obliga a concertar acuerdos con organizaciones políticas y regionales afines al plan diseñado. La dinámica electoral ya en marcha gravitará fuertemente en el alineamiento de muchos dirigentes, cuyo entusiasmo por las candidaturas al Congreso es harto conocida.
Debemos convencernos de la urgente necesidad que tenemos de prepararnos para ingresar ordenadamente en una nueva fase de la lucha política. Si bien no está terminada la dictadura, su suerte está echada . Luego de la campaña electoral relámpago de estos meses, inevitable por lo demás aún si Fujimori renuncia, nos encontraremos en otra situación. Necesitamos estar advertidos para evitar que los acontecimientos nos sorprendan y preparados para ingresar en el nuevo escenario que se abre, con la fuerza y habilidad suficientes. Terminada la dictadura, lo que no parece lejano, otras serán la condiciones de la lucha, otra la correlación política y el realineamiento de fuerzas, otro el eje de la confrontación de clases. Acerca de estos cambios inevitables debemos tener claras las ideas para no equivocar el camino. En esta nueva fase el tema de debate, de confrontación y propuestas se trasladará principalmente al escenario económico y social.
Informe Político - Capitulo VDOS TEMAS ADICIONALES QUE MERECEN ATENCIÓN
El socialismo es portador no sólo de un nuevo sistema económico y social superador del capitalismo, sino también de una nueva cultura, de un modo de vida ajeno al consumismo desbocado del capitalismo, de valores éticos fundamentales que le son inherentes, de una relación armoniosa con el medio ambiente. De la misma manera que no renuncia a las mejores tradiciones creadas por la humanidad, no hay nada que lo ate a las ideas conservadoras y reaccionarias engendradas por las sociedades que lo preceden. Representa lo nuevo y en desarrollo. Desde el momento en que su concepción de la política se fundamenta en su pertenencia de clase proletaria, asume valores que le son propios como la fraternidad, la solidaridad, la justicia social, la igualdad, la libertad, la lealtad de clase, el culto por la verdad, el patriotismo, el humanismo.
En ese sentido los comunistas no son ni pueden ser simples reproductores de la tradición política feudal o burguesa o de sus métodos basados en la subordinación y acatamiento ciego, en el individualismo, el caudillismo, la dependencia, el utilitarismo o la satisfacción de la vanidad personal. Cuanto hacen los comunistas tiene un principio básico que lo orienta: servir al pueblo en lugar de servirse de él. No tiene por qué sorprender que deban ser también portadores de una nueva cultura política, de una manera distinta de entender la política y de asumir la militancia partidista. Un ejemplo de ello fue Mariátegui cuya integridad revolucionaria, intelectual, política y moral jamás fue empañada. Hombre transparente, leal a sus convicciones, abierto a lo nuevo y a las complacencias del espíritu, profundamente humano. Por eso entendió la política «como la única grande actividad creadora» y como «la realización de un inmenso ideal humano».
Este concepto elevado de la política es el que asumimos los comunistas peruanos, ajeno por completo al oportunismo, a la ausencia de principios, al caudillismo y la politiquería, al aprovechamiento para fines personales de la confianza de los militantes y las masas, a la manipulación y el engaño. Los comunistas deben ser siempre leales y francos, honestos y transparentes, capaces de unir sus hechos a sus palabras. Esta es la cultura política que debemos llevar al pueblo y mostrar al país. La nuestra es una cultura política fundada en principios, en la disciplina que obliga toda gran causa, en la entrega a un ideal colectivo, en la lucha inclaudicable por el socialismo.
El segundo tema que nos interesa abordar y que tiene relación con lo expresado, se refiere a la confusión siempre presente entre la función pública y el papel de las personas que la ejercen, sea en el Partido, en las organizaciones de masas o en las instituciones del Estado. Por lo general, sobre todo tratándose del acceso a determinadas esferas de gobierno, se tiende a considerar tales funciones como fines en si mismo y no como el medio que son; como la realización del individuo o como un derecho adquirido, y no como medios para el ejercicio de una responsabilidad política colectivamente asumida. No se puede desconocer la relación contradictoria entre lo individual y lo colectivo. Que exista contradicción entre uno y otro no significa que sean excluyentes, antagónicas, sino más bien incluyentes. Son dos aspectos de una contradicción que pueden y deben complementarse.
Pero con frecuencia no ocurre así. El resultado es que muchas veces quienes ejercen tales funciones públicas terminan por «autonomizarse», plantar tienda propia y sentirse libres para actuar a su arbitrio. Ya no se sienten responsables de una decisión y un esfuerzo colectivos; prefieren entender que el cargo asumido es un derecho y una prerrogativa de su particular incumbencia y se niegan a rendir cuentas a nadie. Esta es precisamente una de las fuentes del oportunismo político, de la degradación política y moral en que han devenido muchos que hasta ayer nomás se consideraban revolucionarios, cuyas inconsecuencias y descrédito cargan los partidos a quienes se dice representar. Este es un fenómeno que ha alcanzado niveles extremos y grotescos con el régimen fujimorista, donde los principios pasan por esperpénticos, la viveza por sapiencia y la corrupción por normal pues... «hay que aprovechar la oportunidad».
Tales actitudes y métodos deben encontrar de nuestra parte respuesta firme y de principios. No entenderlo a tiempo llevará a errores que ya se pagaron muy caro durante la experiencia de Izquierda Unida.
Informe Político - Capitulo VIEL PARTIDO QUE NECESITAMOS
Viene del VI Congreso la tarea de reconstruir el Partido. Desde entonces se han hecho esfuerzos para cumplir con ella aunque los resultados no sean todavía los esperados. Se explica por tres factores:
a) a) Luego de la crisis vivida, del reflujo de masas y de la dispersión en que se encontraba el Partido al momento de realizarse el VI Congreso, su reconstrucción debía entenderse como un proceso relativamente prolongado. Además, no se precisó un rasero exacto para definir en qué momento se puede considerar cumplida.
b) b) Al lado de los factores subjetivos hay que tomar en cuenta las condiciones externas que influyen en su marcha. Estos, como es conocido, no siempre fueron favorables. Las condiciones en que se dio la partida no eran fáciles, comenzando por la dispersión organizativa y el peso de la ofensiva ideológica y cultural del imperialismo. Este es un factor decisivo que no hay que perder de vista a la hora del balance.
c) c) Finalmente, debe considerarse las capacidades reales del Partido para ordenar el trabajo y resolver los problemas planteados, complicados si se toma en cuenta que había que producir su reconversión de partido secta en partido revolucionario de masas; de partido fuertemente lastrado de espontaneismo y empirismo, en partido con capacidad de asimilación creadora del marxismo-leninismo, y de solución, con cabeza propia, de los grandes problemas que plantea la revolución peruana; de partido acostumbrado a hacer política hacia adentro, a partido de cara a la clase y al pueblo, capaz de construir una nueva cultura política y desplegar su actividad en el amplio espectro de la lucha política, económica, social, cultural y ética como un todo confluyente e integrado.
Entender, además, que arrastramos una fuerte tradición dogmática y espontaneista desde principios de los años treinta en que el Partido se aparta de la fértil trayectoria mariateguista; una herencia rica en acciones y luchas pero insuficiente en elaboración teórica, intelectual y crítica marxistas; una escuela de sectarismos y divisiones sucesivas junto a una débil cultura democrática y unitaria; una tendencia excesiva al subjetivismo, a los debates interminables, aparejado de la debilidad en la investigación, en la apreciación multilateral de los problemas, con insuficiente sentido práctico y de realización.
Desde luego que no todo lo realizado es negativo. Hay mucho de valioso acumulado a lo largo de 70 años de vida partidaria, pero no está todavía sistematizado ni asimilado críticamente, y menos depurada la paja del grano. No partimos de cero ni es correcto negar el pasado del cual somos continuidad. Además, la realidad es siempre cambiante. El Partido de vanguardia está obligado a prever y responder a estos cambios, adecuarse con iniciativa a las nuevas condiciones, atreverse a abrir nuevos caminos que lo aproximen a la realización de sus objetivos: la revolución y el socialismo. O avanza, se desarrolla y se autoperfecciona constantemente, o se estanca, se deja ganar por la rutina y se descompone.
En la primera parte del informe nos detuvimos en la evaluación de lo realizado. Aquí es pertinente resaltar algunos aspectos que consideramos centrales:
En primer lugar, la idea de la reconstrucción del Partido. La decisión tomada por el VI Congreso fue correcta y necesaria. Asumió la derrota sufrida con la liquidación de IU, la fragmentación de la izquierda y el aislamiento a que fue sometido el Partido. Y lo que es más importante: admitió con valentía la derrota ideológica que se había sufrido como resultado de la ofensiva del capitalismo contra el socialismo. Definitivamente nos encontrábamos en una nueva situación, por lo tanto frente a nuevas tareas y nuevas respuestas que se ajustaran a las condiciones existentes. Sin embargo adoleció de una limitación: descuidó la integralidad y no ubicó bien la contradicción fundamental a resolver.
De otro lado, había terminado un período de flujo prolongado del movimiento de masas y de expansión de la izquierda. Lo que no se entendió ni asimiló debidamente fueron las consecuencias y los retos a que obligan el ingreso en una nueva fase de la lucha de clases en el Perú, con una correlación de fuerzas distinta a la que se procesó hasta fines de los 80, en un nuevo escenario nacional y también internacional de predominio neoliberal y contrarrevolucionario.
La debilidad teórica que arrastra el Partido desde la desaparición de su fundador, José Carlos Mariátegui, es otro elemento a tomar en cuenta. La década de los sesenta y setenta fueron tortuosos en debates ideológicos, divisiones y refundaciones de partidos que se reclamaban de la misma simiente socialista y marxista-leninista. En el Partido, luego del desprendimiento de su corriente derechista en l964, tuvimos grandes debates y nuevas divisiones con las corrientes representadas por Sotomayor y Paredes, antes de la conformación del Partido Comunista del Perú – Paria Roja- en l969. Posteriormente, tuvimos campañas de rectificación frustradas, luego debates prolongados, antagonizaciones y fraccionamientos originados por sectores ultristas que dieron origen a agrupamientos como “Puckallacta” o los “Bolcheviques”, que no condujeron a nada positivo para la causa revolucionaria peruana. ¿Dónde se encuentran hoy los críticos ultrarradicales de entonces y luego fraccionalistas? ¿Qué queda de ellos y sus verdades de papel? Desaparecieron del escenario barridos por el juez implacable que son los hechos.
La reconstrucción del Partido no debe llevarnos a olvidar esta experiencia vivida, cuyo costo ha sido enorme para la causa socialista peruana. Sacando lecciones de ella, reflexionando críticamente sobre lo actuado, examinando las nuevas condiciones de la lucha, ubicándonos apropiadamente en esta nueva situación de cambios tecnológicos, científicos y productivos de cara al siglo XXI, echando raíz en la realidad que es el Perú como historia y como realización y posibilidad concreta, y ubicándonos correctamente en el escenario latinoamericano y mundial, estaremos en mejores condiciones de saber cómo debe ser el Partido Comunista que la revolución y el socialismo peruano necesitan. El marxismo leninismo no opera en la nebulosa, sino en la realidad concreta, verificando su verdad en los hechos, desarrollándose incesantemente en medio del torbellino de la lucha de clases, abierto siempre a lo nuevo.
Ocurre otro tanto con el Partido. La necesidad de su reconstrucción no surge de la subjetividad de nadie, sino de una situación dada y de unas condiciones objetivas verificables. Significa la admisión tácita de que el Partido que tenemos se ha estancado y que, en muchos aspectos, no corresponde a las condiciones de la lucha del presente. Que es indispensable, sobre la base de su cimiento ideológico y teórico marxista leninista, partiendo de la realidad concreta, así como de lo mejor que stenemos como partido comunista ya configurado, dar respuesta a situaciones y problemas nuevos, de modo que su construcción, su organización, sus estilos y métodos correspondan a los objetivos que se ha trazado. Lo que implica, necesariamente, saldar cuentas con los errores del pasado y con las barreras limitantes del presente. Entonces quedará muy claro la importancia que tiene en esta labor la ideología y la teoría, y junto a ella las respuestas prácticas en asuntos como los de conducción, organización, relación con las masas, frente único, formación, etc.
En los prolongados como tortuosos debates del pasado, que luego llevaron a divisiones internas que pudieron evitarse, de haber colocado en primer plano el verdadero marxismo leninismo en lugar del subjetivismo, de la verdad a priori y por eso mismo ajena a la realidad y a los hechos, no logramos entender, por ejemplo, el trasfondo espontaneista que influye, desde muchas décadas atrás, el pensamiento del Partido. No nos dimos cuenta que sobre ese trasfondo ideológico era imposible reconstruir el Partido sobre bases marxista-leninistas. El X Pleno clarifica el panorama y permite mirar la situación del Partido con otra óptica. Los «7 problemas» ya no aparecen desconectados, sino como partes de un proceso único, interrelacionados, independientemente de que cada pieza tiene un lugar.
Como reacción al dogmatismo de las décadas pasadas y también como adaptación al movimientismo, a las presiones de lo contingente, se ha descuidado la labor teórica. Es sabido que sin teoría revolucionaria no hay tampoco práctica revolucionaria. Y viceversa. Su influencia está fuera de toda duda. Donde dominan el espontaneismo y el empirismo, el Partido, aún reconociéndolo, es más una formalidad que se acepta por costumbre mientras se deja de lado de hecho su esencia revolucionaria.
Si en los setenta, sacando conclusiones del auge de masas el Partido formuló la teoría de la democracia directa, el VI Congreso dio un paso adelante con su propuesta del Nuevo Curso, que tiene ahora mayor sustentación. Este avance permite al Partido encontrar el eslabón que une las tareas concretas con los objetivos de la revolución democrática y antiimperialista y el socialismo, dando cuerpo a la alternativa de gobierno que viene planteando desde los ochenta sin hallar el sustento teórico y programático que lo hiciera viable.
Durante mucho tiempo el Partido se movió entre el oposicionismo inmediatista y la generalidad, que lo incapacitó para actuar con iniciativa e independencia. En el primer caso, terminó muchas veces por subordinarse a la «burguesía nacional» o cayó en el economicismo; en el segundo, se deslizó al «izquierdismo» o bien terminó en el oposicionismo ciego. No se entendió el significado y las particularidades de la lucha democrática y nacional y la disputa por la hegemonía en ese proceso. En el momento de más alto desarrollo de IU quedó demostrada esta situación. La crisis de IU, en última instancia, fue el resultado de la incapacidad de la izquierda peruana para proponer y llevar a cabo una alternativa de gobierno cuando había llegado la hora para ello y todavía no estaba a la orden la lucha por una salida revolucionaria por el Poder. El espejo del Chile de Allende generó un trauma que inhibió buscar alternativas de transición de una fase o etapa a otra, en correspondencia con la correlación de fuerzas existentes en cada momento dado, con el temor de caer en posiciones reformistas o electoreras. Este, desde luego, es un peligro que nunca se debe subestimar. Pero el temor a una posibilidad no debe convertirse en freno para actuar. Porque si hay que cuidarse de incurrir en errores de derecha, debemos también, si se es consecuente, cuidarse en caer en errores izquierdistas. Pero si hemos de vivir atemorizados ante ambos peligros y no actuamos, ¿cómo hablar de revolución?.
Tiene así explicación la falsa antagonización entre las alternativas de gobierno y de poder que se discutió intensamente en la década de los ochenta sin llegar, sin embargo, a la clarificación del caso. No se entendió la correlación dialéctica de uno y otro ni la concatenación de la táctica y la estrategia. Siendo diferentes se interrelacionan y uno se convierte en factor aproximativo del otro, si están presentes los elementos objetivos y si se cuenta con la voluntad política para transitarlo. Dominó muchas veces un pensamiento unilateral y metafísico que veía negro o blanco, todo o nada. En la historia del Partido esta manera de pensar llevó a una innecesaria antagonización de las contradicciones internas, luego a divisiones que pudieron evitarse. Algo parecido se vivió también en IU, un frente político de izquierda, donde las diferencias entre sus partes eran notorias, pero no excluyentes. Al perder de vista el proyecto que representaba IU, en un contexto concreto de la lucha de clases en el Perú, se cayó en una innecesaria antagonización de sus contradicciones políticas y programáticas que llevó a su división y liquidación. El resultado fue la crisis en que ingresó la izquierda peruana, su fragmentación y luego casi desaparición. De un lado estaban aquellos que sobrestimaban la lucha por reformas mientras se mostraban incapaces de entender la relación dialéctica entre reforma y revolución, poniendo un muro entre ambas y dejando de lado su hilo de continuidad; del otro, la sobrevivencia del izquierdismo que subestima la lucha por reformas, desconoce la relación entre éstas y las tareas de la revolución, entre la táctica y la estrategia, cayendo en posturas maximalistas.
El Nuevo Curso, en las condiciones de la correlación de fuerzas de hoy, cierra esta concepción unilateral y metafísica. Ni la lucha por reformas, sobre todo cuando tienen un sentido que trasciende la coyuntura, es por sí misma sinónimo de reformismo; ni la lucha revolucionaria por el poder del Estado es pura, lineal, sin transiciones previas. Se incurre en reformismo cuando se pierde de vista el objetivo revolucionario, la estrategia, y en izquierdismo cuando nos planteamos tareas que están más allá de las posibilidades reales y de las circunstancias en que se encuentran las clases y fracciones de clase comprometidas en el conflicto. La década de los setenta maduraba condiciones para una situación revolucionaria. Pero el fracaso de IU, por un lado, y del senderismo por el otro, pusieron de manifiesto los límites de ese proceso histórico. Ahora no se puede decir que nos encontramos ante la proximidad de una situación revolucionaria. Todos los indicadores muestran, por el contrario, que estamos en un período de acumulación de fuerzas, de organización y de preparación de las condiciones para un nuevo flujo revolucionario cuya presencia concreta no podemos prever en sus detalles.
Los problemas estructurales de la sociedad peruana continúan irresueltos. Siguen plenamente vigentes las tareas de la revolución democrática y antiimperialista, y con mayor razón el socialismo, sin el cual no hay salida posible para la humanidad. Pero de lo que se trata ahora es de algo más concreto: cómo potenciamos las fuerzas de la izquierda peruana poniendo en acción los vastos sectores del pueblo aplastados por las políticas neoliberales y la dictadura, cómo construimos una nueva correlación de fuerzas y ganamos la iniciativa y la hegemonía política para la causa progresista y revolucionaria.
Existe un asunto adicional que merece atención y que lo abordó el Buró Político y más tarde aprobó el Comité Central: la contradicción entre las limitaciones y bloqueos que tiene el Partido, por un lado, y las enormes posibilidades que se abren para su recuperación y desarrollo y para un nuevo auge de masas. El problema que se nos presenta ya no está en el hecho de que las masas no quieren avanzar o no se atreven a luchar, como ocurrió en buena parte de la década de los noventa. Ahora el asunto es otro: amplios sectores del pueblo se incorporan a la lucha democrática, y sus sectores más avanzados a la lucha contra el neoliberalismo. Esta situación exige un Partido con capacidad de enfrentar y dirigir este proceso. Con capacidad no solamente orgánica, también política, ideológica, cultural, con implantación real y condiciones de desarrollo en el seno de esas masas. La influencia del espontaneismo o el empirismo, el peso que todavía conservan el abstencionismo político o el sectarismo, la insuficiente unidad ideológica o la debilidad teórica, los desajustes en el sistema de comités y el centralismo democrático, o la falta de adecuado entendimiento de la conducción y dirección revolucionarias, por ejemplo, dificultan acelerar la marcha y adecuarse rápidamente a los cambios que se producen a gran velocidad. El factor subjetivo, consciente, organizado, que es el Partido, no marcha al ritmo de los acontecimientos. Es aquí donde debemos producir un salto de calidad. Su comprensión es decisiva para ordenar y orientar el trabajo a lo largo del período. Todo esto en un mundo cambiante que no se puede desconocer y que ejerce influencia considerable en la marcha del Partido. Dar ese salto de calidad es una condición para seguir avanzando y, al mismo tiempo, un reto no pequeño.
De lo expuesto se puede deducir que no es suficiente ratificar la fidelidad marxista-leninista del Partido. Necesitamos ir más allá: a resolver los problemas concretos y las peculiaridades que plantea la revolución a los comunistas peruanos. Es aquí como iremos reconstruyendo el Partido, elevando su capacidad de conducción, organización y elaboración teórica e intelectual.
En estas premisas se funda el partido revolucionario de masas que necesitamos. Hasta ahora, y en lo fundamental, no hemos logrado salir de la mentalidad de partido secta. Un partido que piensa y actúa más hacia adentro que hacia afuera, hacia las masas. Sin una columna de cuadros fundamentales, ningún partido, menos el comunista, puede cumplir su misión. El reduccionismo del Partido a los cuadros, sin embargo, olvida la masa de militantes y la relación de éstos con la masa del pueblo, sin cuyas dos relaciones fructíferas no tiene futuro.
Necesitamos construir un partido grande por su influencia ideológica, política, cultural y ética en la sociedad, por su presencia directa y capacidad de conducción entre los trabajadores y en general en el pueblo, por su capacidad y lucidez revolucionaria, pero también grande por su número de afiliados, simpatizantes y amigos. Este, desde luego, es un proceso complejo, difícil, de riesgo. Pero nada grande se conquista si no se tiene el ideal y la determinación de alcanzarlo y el realismo para no equivocar de camino.
A lo largo de la historia el Partido hubieron momentos de expansión y otros de achicamiento. Influyó mucho el estado de flujo o reflujo del movimiento de masas y también el impacto de la influencia internacional. La revolución soviética, china, cubana, ejercieron un peso muy grande en fases determinadas. Pero ahora la situación es diferente. Todo cuanto logremos alcanzar será resultado del esfuerzo propio. Estamos obligados a resolver los problemas por nosotros mismos, desde la elaboración de la teoría de la revolución y el Partido hasta la solución de los asuntos de dirección, económicos o prácticos. Esto tiene su ventaja: nos impone la necesidad de pensar con cabeza propia, crear, organizar, buscar respuestas partiendo de nuestra realidad y condiciones, confiando en nuestras fuerzas y capacidades, pero sobre todo en la fuerza y capacidad del pueblo peruano.
Pero exige también una nueva mentalidad: abierta a lo nuevo, innovadora, crítica y autocrítica, con sentido práctico y de realización. Para eso se requiere contar con la decisión y con la fuerza capaz de romper el fardo de la costumbre, de los hábitos establecidos, de la rutina acumulada como un peso muerto, del subjetivismo y la asfixia en las minucias del día, de los temores que frenan el ensanchamiento de lo nuevo que hay que asimilar e introducir. Una mentalidad que entienda al Partido de cara a las masas, a la realidad concreta del país, a la vida palpitante y en renovación constante.
No se puede decir que estamos liberados de viejas ataduras burocráticas, sectarias, autoritarias o subjetivistas. Estas existen en mayor o menor dimensión, y son frenos que impiden avanzar. Estudiarlas en serio y sacarse de encima estos fardos es una tarea constante. De poco valdrá hablar de la importancia de la ideología sin atacar estos males a fondo y sin concesiones. Tenemos que bajar la ideología de los conceptos abstractos, de las frases generales, a sus expresiones concretas en todas las esferas del trabajo. Entenderla como valores fundamentales y como puntos de vista, estilos de trabajo y actitudes que caracterizan a los comunistas.
Una cuestión fundamental que necesitamos resolver es el fortalecimiento de los vínculos del Partido con la clase obrera y con el pueblo trabajador en general. Vínculos no sólo gremiales o reivindicativos, sino, sobre todo, políticos y revolucionarios. El Partido no puede existir en función del prestigio de los sindicatos y organizaciones populares que dirige, sino afirmando su propio espacio de influencia ideológica, política, cultural y ética en el seno de los trabajadores allí representados. La capacidad de dirección del Partido entre las masas y sus organizaciones naturales no se ejerce en función del control burocrático-administrativo de aquéllos, sino de su presencia organizada, orientadora y prestigiada como destacamento político revolucionario y socialista. El economicismo o bien el control burocrático de las masas nada tienen de común con el marxismo-leninismo. Si las masas crean la historia, la hacen rompiendo la estrechez de uno y otro, elevándose del nivel de la espontaneidad al de la conciencia crítica del sistema de explotación del hombre por el hombre. Pero para ello necesitan organizarse en partido político, asumiendo el socialismo como su bandera de lucha.
Resumiendo: necesitamos construir un partido revolucionario de masas, unificado y correcto, grande por su influencia y su presencia organizada, por su enraizamiento entre la clase obrera y el pueblo, con capacidad de conducción de masas, con claridad en su línea y con amplitud de horizonte, con un liderazgo que se construya en los diversos ámbitos de la vida política, social, cultural. Un Partido seguro de contar con su propio espacio de influencia política e ideológica, con bases políticas que le sirvan de puntos de apoyo estratégicos, con un contingente de dirigentes y cuadros que le garanticen su papel de dirección, con una fuerte periferia de simpatizantes y amigos. En suma, un Partido armado con el marxismo-leninismo y firmemente implantado en las masas y en la realidad concreta del país, con vocación de Poder. No es descabellado plantearse esta tarea. Maduran las condiciones que permitirían hacerlo realidad si se trabaja con esa visión.
No es concebible un proyecto socialista como el que proponemos sin el manejo inteligente de la estrategia y la táctica revolucionarias. Considerado el escenario histórico en su conjunto, la lucha final sólo tiene dos contendientes: capitalismo o socialismo. El Partido Comunista del Perú, que no renuncia a la lucha por la democracia y la independencia nacional, y que se encuentra en la primera línea para llevarlas a cabo de forma consecuente, tiene su meta inequívoca en el socialismo. Llevarlo a cabo, sin embargo, significa un proceso difícil, complejo, continuo, en el que se avanza por etapas y fases, dependiendo de muchos factores, entre ellos la correlación de clases y fuerzas existente en cada momento, el escenario internacional, el grado de acumulación y de influencia ideológica, política, cultural, sindical y de masas alcanzado, la presencia de crisis revolucionaria en la sociedad, el desenlace revolucionario o la imposición de salidas contrarrevolucionarias para impedirlo. Si la estrategia es ciencia y la táctica arte, lo menos que puede hacerse es estudiarlos en serio, comparando las experiencias de hoy con las experiencias de la historia.
La reconstrucción del Partido sigue siendo una tarea fundamental que compromete a todos los comunistas. A diferencia del período del VI Congreso hoy estamos en mejores condiciones para definir los pasos a seguir y las metas a alcanzar.
Los objetivos y la orientación ya están señalados. Las metas para los próximos 4 años pueden resumirse en los siguientes puntos:
Triplicar, como mínimo, la militancia del Partido hasta el VIII Congreso. El flujo de masas en desarrollo, la radicalización de sus sectores más avanzados, también la recuperación paulatina de la imagen de la izquierda y el socialismo, especialmente en las generaciones más jóvenes, son síntomas claros de que esta tarea es posible de ser cumplida si se cuenta con una actitud responsable, la voluntad política y los métodos organizativos apropiados.
Configurar un sistema de comités debidamente articulados a nivel nacional, con organismos que asuman con eficiencia y capacidad su función de dirección política. Para ello será necesario intensificar la incorporación y capacitación de cuadros políticos, en condiciones de asumir su papel con iniciativa, solvencia y amplitud de miras. Es bueno recordar que, tomada la decisión política por los organismos correspondientes, los cuadros pasan a ser la pieza clave para su cumplimiento. Sin contar con cuadros competentes y con métodos apropiados y medios, no tendremos comités que funcionen como corresponde a las tareas del Partido.
Crecer en extensión y en profundidad, es un principio de trabajo. La extensión nos lo da el trabajo nacional; la profundidad, la concentración de fuerzas en determinadas regiones del país convertidas en bases políticas firmes del Partido y la izquierda. En el lapso que media hasta el próximo congreso debemos configurar por lo menos tres bases políticas con desarrollo inicial, concentrando los esfuerzos en una de ellas, cuya determinación será el estudio de sus potencialidades actuales y futuras. En ellas necesitaremos contar con un Partido bien organizado, con un MNI y una JP, desarrollados, con influencia importante de masas, con presencia política, influencia ideológica y cultural y liderazgo fuertes.
Para alcanzar los objetivos trazados tiene especial importancia que el Partido logre una mayor unidad ideológica, política y organizativa. En la dispersión o la inestabilidad no es mucho lo que se podrá alcanzar. Los 7 grandes problemas planteados por el X Pleno deben encontrar comprensión y solución. Con mayor razón el programa que aprobemos, los estatutos reformados, las políticas y la táctica a seguir en este período que apruebe el Congreso. Se impone, pues, un movimiento de educación marxista-leninista y de cualificación de los cuadros y dirigentes del Partido a todo nivel, comenzando por el Comité Central. Una firme educación de los militantes en el espíritu comunista y partidista.
Hemos definido la lucha en el terreno de las ideas como una de las cuestiones fundamentales siempre, pero de manera especial en las actuales condiciones de ofensiva imperialista y neoliberal. Ello implica por lo menos dos tareas: 1) Pasar a la ofensiva y someter a crítica sistemática la ideología capitalista y neoliberal, también la teoría de la tercera vía o nuevo centro; 2) contar con los medios mínimos ( revista del Partido, regularidad de PR, conversión de “Nueva Izquierda” y “Juventud Popular” en prensa de masas, edición de folletería, etc.), y con un contingente de propagandistas y agitadores debidamente capacitados. Implica, también, agrupar y formar un contingente creciente de cuadros que atiendan la lucha teórica y aporten desde las diversas esferas de su actividad intelectual, profesional o revolucionaria. Tarea que hay que hacer extensiva a todos los sectores donde el Partido influye, cuidándonos de recurrir a los métodos apropiados en cada caso.
No se concibe un partido comunista que exista al margen de la lucha de clases y de la lucha de los trabajadores, del pueblo en general. Para avanzar hay que meterse en el seno de las masas, trabajar junto a ellas, orientarlas partiendo de sus realidades concretas. Esto es lo que debemos hacer con entusiasmo recuperando las tradiciones de los años setenta que resumió muy bien la consigna: ! Todo con las masas, nada sin ellas! Los frutos que obtuvimos entonces fueron grandes. No obstante hubo una limitación que debemos corregir: no alcanzamos a convertir esta influencia de masas en movimiento político dirigido por el Partido. La consigna ¡Construir el espacio de la izquierda! quiere decir ganar a las masas a la lucha, pero también pugnar por hacerlas avanzar a la política que representa el Partido, disputando su dirección al neoliberalismo en cualesquiera de sus versiones y al centrismo que buscará escudarse bajo el membrete de “tercera vía” o centro izquierda.
El trabajo en la clase obrera sigue siendo central en la labor del Partido, independientemente de los cambios que se vienen produciendo con los avances tecno-científicos. Necesitamos fortalecer nuestra presencia en ella y hacer esfuerzos serios para arrancar a los trabajadores de la fuerte influencia economicista y apoliticista que embota su conciencia o restringe su capacidad de lucha al reivindicacionismo. El atraso político de los trabajadores está marcado, desde muchas décadas atrás, por el espontaneismo que dominó el pensamiento y la práctica de las organizaciones revolucionarias que más influyeron en ellos. Sin marcar a fuego este espontaneismo y sin sacar a los trabajadores del economicismo sanchopancista, no es mucho lo que podremos avanzar. El otro aspecto de las tareas que tiene el Partido, es la lucha firme por reorientar la CGTP y contribuir a su fortalecimiento. Reorientarla venciendo las tradiciones burocráticas y economicistas de su conducción, la desnaturalización de la democracia sindical, el sectarismo que termina por identificar los intereses de partido con los que representa la pluralidad del sindicato, la conciliación de clase estimulada por el inmediatismo en la percepción de los intereses de los trabajadores. El ángulo del trabajo del Partido debe desplazarse a su reorientación política y a su reconstrucción en muchos casos, desde las bases, sobre todo territoriales. Tienen particular relevancia las federaciones departamentales y de rama, aun cuando sabemos que estas últimas se encuentran muy debilitadas.
La fragmentación del movimiento campesino es un dato objetivo. La diversidad de sus componentes, de sus reivindicaciones concretas, de sus tradiciones culturales, son una realidad que no debemos desconocer. Unificarlas en una central única, es una tarea muy difícil. Intentar trabajar por igual a escala nacional no corresponde a nuestras capacidades. Sin descuidar las coordinaciones para acciones comunes, ni debilitar organizaciones como la CCP o la CNA, principalmente, debemos concentrar nuestros esfuerzos en áreas determinadas del país, a partir de las cuales extendernos e influir en el conjunto. Tiene un significado especial potenciar las rondas campesinas del Norte, no sólo por sus tradiciones de lucha, sino por lo que representan como experiencia de democracia directa. Un trabajo similar de concentración de fuerzas debe proyectarse en el Sur. Más que el control burocrático debe interesarnos la influencia y dirección efectiva, real, de las masas campesinas.
El trabajo político y gremial con la juventud es de especial importancia. Todo lo que signifique fortalecimiento de JP y su identificación más definida con la izquierda y el socialismo, la organización gremial de los estudiantes, la organización y actividad sindical, cultural, deportiva, etc. donde se involucren los jóvenes, debe merecer nuestra atención. La lucha por convertir a la juventud peruana en uno de los factores sociales de la revolución, por afianzar en ella la influencia del Partido, es de fundamental importancia. Pero estos objetivos no serán alcanzados si no trabajamos intensamente para forjar sus cuadros y líderes comunistas y revolucionarios, si no pugnamos por ganar la hegemonía ideológica y cultural, si nos dejamos ganar por el movimientismo y la coyuntura. Necesitamos forjar jóvenes revolucionarios con amplitud de miras y sólidas convicciones comunistas, preparados para asimilar el marxismo-leninismo y saberlo aplicar a las condiciones concretas del país y la lucha, convencidos patriotas, demócratas y socialistas, que se nutran del espíritu, el estilo de trabajo y la actitud características en Mariátegui, paradigma de las nuevas generaciones. Están madurando las condiciones para sentar las bases de la Juventud Comunista, y en esta tarea debemos trabajar con mucho empeño, seriedad e iniciativa.
El Partido ha descuidado el trabajo con los intelectuales y profesionales. Acerca de este tema ya hicimos la autocrítica del caso. Hacer la revolución y construir el socialismo subestimándolos o dejándolos de lado, es imposible. Aun más en esta época de avances sorprendentes de la ciencia y la tecnología, de la informática. No podremos ganar su interés si no aprendemos a hacer política grande, si no sienten que el Partido cuenta con un sustento ideológico, teórico y cultural consistente y con un proyecto realizable y fundado; si no encuentran en la política y en la acción de los comunistas estímulos morales e intelectuales. A la ofensiva global del imperialismo debemos responder también con una respuesta integral, es decir: ideológica, teórica, política, cultural, ética. No es, pues, suficiente la lucha de masas, por heroica que sea. Es indispensable el pensamiento, el conocimiento, la información: en suma, la lucha de ideas. Forjar un contingente de intelectuales orgánicos de la revolución es una tarea imprescindible que debemos empezar ya.
A pesar del tiempo transcurrido no se logra entender del todo la importancia y las potencialidades que tiene el MNI para la acción política. Ocurre en menor escala con JP. Necesitamos darnos cuenta que no tenemos otra forma mejor de avanzar en la reconstrucción de la izquierda, en la recuperación de su espacio político que se ha reducido a lo largo de la década del 90, y en la construcción de una alternativa democrática, popular y socialista. La estrategia de la derecha y el militarismo pasa por introducir en el Perú el bipartidismo, la polarización bajo hegemonía burguesa, empujando a la marginalidad a las fuerzas de izquierda y revolucionarias, o bien conteniéndolas en la lucha reivindicativa. Lo que temen es la recuperación de la izquierda y el socialismo, y harán cuanto esté de su parte para impedirlo. Ese es el sentido de la campaña de pasquines que ha emprendido el SIN para desacreditar a dirigentes del SUTEP, de la FEP, de la JP, del MNI, en Lima y en provincias, tratando de vincularlos falsamente con el terrorismo o la corrupción. Es el momento de trabajar con iniciativa, amplitud y firmeza para construir el MNI en todo el territorio nacional, salir con firmeza para afirmar su presencia y vigencia, difundir sus propuestas y políticas, disputando la dirección y el liderazgo de las masas desde las masas. El objetivo a alcanzar: construir un espacio político y de masas influyente para la izquierda y el socialismo, una izquierda con presencia y vigencia nacional, y un movimiento sindical y popular (incluye los frentes regionales) poderoso en condiciones de defender y conquistar los derechos de los trabajadores liquidados o en vía de liquidación.
Necesitamos perfeccionar el trabajo de dirección y conducción política ubicando al Partido a la altura de las exigencias del mundo moderno. Las formas de organización y de lucha cambian con las condiciones concretas; también las formas de dirigir y conducir. En este campo el adversario nos lleva una enorme ventaja, no sólo por los recursos que dispone, que siempre serán infinitamente superiores a los nuestros, sino sobre todo porque tiene conciencia de la necesidad de perfeccionarse constantemente. Con los cambios técnicos y científicos y con el ingreso en la era de la informática, cambian también las formas de organización, información y conducción. No obstante, existen principios universales que mantienen su validez y requieren que se los estudie. Esto es particularmente importante para el manejo de la estrategia y de la táctica, que es la esencia de la conducción política. Este debe ser un tema obligatorio de estudio e investigación, de modo que aseguremos una conducción realmente científica y una dirección eficiente, exitosa, oportuna y creativa.
Establecida la política se requieren de tres elementos esenciales para tener la capacidad de llevarlas a la práctica con acierto y eficacia. En primer lugar, los cuadros que se encarguen de la organización del trabajo; en segundo lugar los métodos apropiados a cada situación; finalmente, los medios materiales que permitan ejecutarla. Si alguno de estos eslabones falla peligrará el conjunto. Los medios, es decir recursos económicos e instrumentos técnicos, tienen una importancia muy grande que, muchas veces, no se toma en cuenta. La voluntad política es un factor determinante, pero de ninguna manera exclusiva. Contar con recursos económicos y técnicos apropiados es una condición para el éxito. Así es en todas las esferas de la actividad humana. Pues bien, éste es un frente en el cual no hemos trabajado bien y contamos con un déficit enorme. Debemos proponernos resolverlo de una vez poniendo en movimiento todo el partido, y también el respaldo de las masas. Somos partidarios del autosostenimiento y de la línea de masas para asegurarlo. Estamos convencidos que podremos resolverlo, paso a paso, si trabajamos con responsabilidad pero también con sentido práctico, eficiencia y creatividad.
Informe Político - Capitulo VIITRES EJES DE UN PLAN DE 5 AÑOS
No podemos entender la reconstrucción del Partido sin atender estas tareas y encontrarles adecuada solución.
Para alcanzar los objetivos diseñados necesitamos contar con un plan mínimo de 5 años. Si partimos del principio de que la victoria se construye, los éxitos esperados no surgirán sino del trabajo arduo, persistente, de la voluntad para alcanzar las metas trazadas.
El espontaneísmo en la labor de dirección sólo ha llevado a la improvisación y a la acción errática. Sus logros debían ser, en esas circunstancias, limitados, sin correspondencia con el esfuerzo realizado. El Plan ayuda a ordenar el trabajo y a potenciar las fuerzas y recursos disponibles. Independientemente de la complejidad del proceso político y de los cambios que se presentarán en el camino, necesitamos contar con ciertas vigas maestras que ordenen la acción del Partido permitiéndole concentrar energías y articular las partes en un esfuerzo único.
¿Qué nos proponemos en este período como objetivo central? Convertir la izquierda peruana en una espacio de influencia política, ideológica, cultural y de masas estable, con vigencia y organización nacional, con una dirección y liderazgo asentados y cualificados, en el cual el Partido ejerza una influencia y real capacidad de dirección. No será fácil llevar a cabo esta tarea. Debemos convencernos que surgirán fuerzas poderosas que buscarán impedirlo, incluso desacreditarnos o liquidarnos como opción política revolucionaria.
Son tres los espacios de trabajo fundamentales a tomar en cuenta y a los cuales debemos aferrarnos con fuerzas:
1) 1) El espacio político de la izquierda y el socialismo
2) 2) El espacio de masas
3) 3) El espacio de la lucha de ideas.
1.- Toda la experiencia de la década pasada, pero sobre todo de los noventa, nos convence de la enorme importancia que tiene contar con un referente político de izquierda con capacidad de ser alternativa, con influencia real en la sociedad y con presencia organizada en el país. Con Izquierda Unida terminó una experiencia importante de unidad de la izquierda peruana. La década de los noventa mostró, en su lugar, la fragmentación y la disolución de parte fundamental de sus componentes. Unificar lo que queda de la izquierda y reconstruirla incorporando nuevos contingentes, sobre todo juveniles, es una tarea de primer orden. Nueva Izquierda y Juventud Popular tienen un lugar fundamental que jugar en este esfuerzo trascendente.
La unidad del pueblo peruano tienen diversos canales y niveles a organizar. El más importante, a lo largo de este período, es contar con una fuerza de izquierda democrática, patriótica y socialista con perfil muy definido. La izquierda no puede diluirse en un amasijo como es el proyecto de centro ni perderse en una unidad sin fronteras. No desconocemos la necesidad de alcanzar determinadas formas de unidad de acción o electoral, si las circunstancias lo aconsejan, con este último sector, pero hacerlo desde la pertenencia y espacio de izquierda, defendiendo su identidad y su proyecto que trasciende las urgencias de la coyuntura. Esto nos lleva a la idea de configurar un bloque de izquierda y popular que compita en la arena política con las opciones neoliberales y centristas, y que dispute con ellas la hegemonía en el electorado y en el seno del pueblo peruano.
Maduran las condiciones favorables para llevar a cabo este propósito. En el vacío político y en la crisis miles de gentes despiertan a la política y buscan definiciones. Nuevas fuerzas se incorporan a la lucha buscando cambios fundamentales en la sociedad y en el Estado. La izquierda está llamada a representar y orientar estas aspiraciones, a canalizarlas en torno del Nuevo Curso, a organizarlas en una representación política coherente a escala nacional, a construir su liderazgo de cara al siglo XXI. Esta no es, de ninguna manera, una política sectaria ni estrecha. Por el contrario, es la única política seria, responsable y realista. Seria porque solamente una fuerza de izquierda está en capacidad de representar a plenitud los intereses de las mayorías explotadas y oprimidas; responsable porque sin una izquierda fuerte, firme en sus objetivos, enraizada en las masas, ninguna unidad amplia será viable, o peor aun ni siquiera será tomada en cuenta; realista porque las condiciones son favorables para emprender esta tarea con la seguridad de ganar el respaldo de importantes sectores de la población.
No compartimos los postulados de la Tercera Vía ni nos hacemos ilusiones. No nos convence el centro izquierda como eje de acumulación que necesitan las fuerzas de avanzada del país. Lo que no quita tener con este sector políticas de aproximación o de unidad de acción o electorales, si las circunstancias aconsejan tales pasos. Por lo demás, esta corriente sigue siendo, por el momento, una intención más que una realidad. En resumen: estamos por la unidad amplia en cada fase de la lucha o en el proyecto de más largo alcance, pero afirmando siempre el espacio y la independencia de la izquierda y el socialismo, con identidad y proyecto propios.
Parte de este esfuerzo es la inscripción del MNI, su organización nacional, su preparación para participar en las elecciones municipales y generales del 2005.
2.- Un segundo aspecto tiene que ver con el movimiento social o de masas. Ha terminado el reflujo que cubrió parte de la década de los 90. Nos encontramos en una nueva fase, en los comienzos de un nuevo flujo de masas favorables para acelerar la reconstrucción del tejido sindical y de las organizaciones populares, incluyendo la juventud y los estudiantes. Debemos concentrar esfuerzos para vincularnos a ellas, tomando en cuenta sus circunstancias y particularidades, trabajando en serio por su unidad, buscando siempre elevar su conciencia de clase, democrática y patriótica, construyendo sin descanso el MNI, la JP y el propio Partido en el seno de esas masas.
Hace mucho daño la permanencia de métodos burocráticos y formalistas de dirección, el sectarismo que dispersa las fuerzas y debilita el movimiento, la falta de una auténtica democracia de masas, el controlismo de las cúpulas dirigentes. Estas formas de trabajo y métodos de dirección constituyen un cáncer de los cuales hay que desprendernos sin falta, luchando sin descanso para erradicarlas surgieran donde surgieran o estuvieran presentes. Necesitamos un nuevo movimiento sindical y popular que recoja las buenas tradiciones acumuladas y se libere de las trabas que impiden su renovación.
Esto implica trabajar por una CGTP, federaciones y sindicatos renovados, unidos y democratizados; por frentes cívicos y regionales inscritos en la lógica de la democracia directa que viene de la tradición de los frentes de defensa, articulados a nivel nacional; por gremios profesionales con orientación democrática y patriótica; por un movimiento estudiantil organizado, unificado, democrático y revolucionario; por un frente de la cultura y la educación; por la organización, unidad y articulación de las poblaciones étnicas del país; por la recuperación y el fortalecimiento del movimiento campesino.
Desde luego que esta labor exige mucho esfuerzo y abarca a todos los sectores del pueblo, organizados o que, por el momento, se encuentran desorganizados. Labor múltiple donde uno de los ejes es la formación de una nueva columna de líderes y cuadros dirigentes con experiencia, capacidad de conducción y claridad de objetivos. Sin esta “columna de bronce” no tendremos garantías de producir el viraje que reclamos y la expansión y consolidación de un movimiento organizado con amplitud nacional con capacidad de lucha y posibilidad de victoria. En cinco años es posible sentar las bases de un movimiento que esperamos duradero, y que esta vez sí contará con un fuerte partido político revolucionario que le sirva de columna vertebral.
El Partido debe hacer un enorme esfuerzo, juntamente con todos aquellos que comparten similares preocupaciones, sin sectarismo ni hegemonismo, para llevar a cabo esta tarea de enorme importancia social y política. Su desarrollo y correcta dirección será una de las llaves para avanzar resueltamente al Nuevo Curso y democratizar la sociedad.
3.- El tercer elemento es la lucha de ideas, alternativas y programas. Por lo general se ha descuidado este frente de lucha cuya importancia, sin embargo, es siempre fundamental.
Hemos reconocido en el VI Congreso el hecho de que la ofensiva neoliberal ha tenido uno de sus éxitos más importantes y duraderos en el campo de la ideología y la cultura. El pensamiento neoliberal inunda el mundo académico, influye dominantemente en los medios de comunicación, ha penetrado en la conciencia de millones de peruanos. Desterrar esta influencia no será tarea fácil. Y más difícil todavía reinstalar las ideas democráticas, revolucionarias y socialistas.
Esta es una lucha de largo plazo, pero hay que empezarla ya, y en todos los terrenos. En este aspecto no se debe hacer ninguna concesión ni bajar la guardia.
Dado que somos comunistas, no debemos perder de vista nunca la construcción del espacio político, ideológico y cultural socialista. Perderlo de vista, o siquiera aflojar su cumplimiento, tendrá graves consecuencias para la causa revolucionaria. Pero este es un espacio que se construye en medio de una lucha tenaz, multiforme, compleja, difícil, con la ideología, valores y cultura burguesa e imperialista hoy hegemónica y a la ofensiva. No será fácil desmontar todo el edificio construido ni arrebatarle las ventajas que le proporcionan las comunicaciones y la informática bajo su control. Pero la verdad está de nuestra parte, y la verdad se impondrá a pesar de todo.
La lucha de ideas, alternativas y programas tiene, pues, una importancia decisiva para voltear la tortilla, arrinconar a los representantes del capital y el imperialismo, y recuperar la confianza y el apoyo de los trabajadores y el pueblo en la causa democrática, antiimperialista y socialista, en los postulados centrales del marxismo leninismo.
El abanico de la lucha de ideas es inmenso y abarca todos los campos. No pretendemos, desde luego, abarcar de golpe todos los escenarios, ni creemos que sean suficientes nuestras fuerzas para ello. En esta tarea necesitamos también desarrollar el frente único, saber trabajar con los amigos, entender que es una batalla multiforme, y desarrollar nuestro propio contingente de intelectuales, periodistas, propagandistas y agitadores. La recuperación de la izquierda y el socialismo tiene en esta lid un punto de apoyo decisivo. No habrá futuro exitoso si descuidamos este frente de confrontación y si no trabajamos para estar a la altura del reto que representa.
A la ideología neoliberal e imperialista no se le debe dar ninguna tregua ni concesión. Tampoco la dan ni darán sus portavoces. La lucha de ideas ha sido siempre un arma decisiva a favor o en contra de la revolución. Esta batalla también debemos ganarla, y la ganaremos sin duda, a pesar de la enorme desigualdad de medios y de condiciones.
Estos tres ejes son fundamentales. Si falta uno cojean los otros. Por eso requerimos saber manejarlos como partes de un proyecto único, de tareas que se interrelacionan e influencian, donde el eje es la labor ideopolítica y el papel directriz que debe conquistar el Partido como fuerza de vanguardia.
Lima, Noviembre del 2000
PARTIDO COMUNISTA DEL PERÚ
(PATRIA ROJA)
VII CONGRESO NACIONAL
Ediciones CONACID VII Congreso Nacional.
http://www.patriaroja.org.pe/html/pag_VIIcongreso/pag_VIIcongreso.htm
(PATRIA ROJA)
VII CONGRESO NACIONAL
Ediciones CONACID VII Congreso Nacional.
http://www.patriaroja.org.pe/html/pag_VIIcongreso/pag_VIIcongreso.htm