jueves, 24 de enero de 2008

MORAL, ÉTICA Y ETICIDAD CUBANA

Humberto Vázquez García
En la edición número 38 (enero-marzo) de 2006 y bajo este mismo título, Cuba Socialista publicó un primer artículo en el cual expusimos los conceptos de Moral y Ética, su origen y su desarrollo históricos. En este segundo y último, reseñaremos los momentos claves de nuestra historia que denotan un fundamento y una continuidad de carácter ético, con especial énfasis en la evolución del sentimiento de justicia, pues ha sido éste el hilo conductor del movimiento progresista y revolucionario cubano desde su nacimiento hasta nuestros días, y deberá guiar la marcha hacia el cambio total de nuestra sociedad planteado por Fidel en su discurso del 17 de noviembre de 2005 en el Aula Magna de la Universidad de La Habana.
En ese sentido, reflexionaremos sobre la vigencia de la moral y la ética en la realidad actual de nuestro país; en particular, sobre la necesidad de reafirmar algunos valores morales universales y otros intrínsecos del proceso revolucionario cubano, así como la de erradicar los vicios y hábitos nocivos a nuestro proyecto socialista de mejoramiento humano.
La eticidad cubana
En un brillante ensayo,
[1] Cintio Vitier ha demostrado que a lo largo de la historia de Cuba se aprecian momentos claves que denotan un fundamento y una continuidad de carácter ético. En otro trabajo, el propio autor subraya que “es esa continuidad, siempre amenazada por adversarios autóctonos y foráneos, la columna vertebral de nuestra historia”.[2] Una categoría de la ética, el sentimiento de justicia —ese sol del mundo moral,[3] según la feliz expresión de José de la Luz y Caballero—, está presente como hilo conductor del movimiento progresista y revolucionario cubano desde los primeros latidos de una conciencia moral en embrión hasta nuestros días. Este sentimiento presidió nuestras luchas por la liberación nacional y social en los tiempos de la colonia y la República neocolonial, y preside hoy la proyección nacional e internacional de la Revolución Cubana.
Sin embargo, resulta evidente la evolución del concepto. Existen marcadas diferencias entre aquellos anhelos de justicia contenidos en las prédicas antiesclavistas de José Agustín Caballero, Félix Varela, José de la Luz Caballero y otros ilustres pioneros de una nacionalidad en formación, y los de Carlos Manuel de Céspedes e Ignacio Agramonte, quienes además de la abolición de la esclavitud abogaban por la independencia de Cuba; entre estos y los de Antonio Maceo y José Martí, cuyos afanes independentistas contenían ya un claro acento antimperialista; entre estos y los de Carlos Baliño, Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena, quienes al propósito de independencia nacional adicionaron el de liberación social para poner fin a la explotación del hombre por el hombre; y, finalmente, entre estos y los del Che y Fidel, cuyo alcance rebasa con creces las fronteras de la Isla para trascender al ámbito universal.
Partiendo de la misma raíz y sin alterar su esencia humanista, el concepto de justicia se ha enriquecido y se ha extendido hasta expresar metas superiores y más acordes con las exigencias del desarrollo de la sociedad en sus diferentes etapas históricas. O sea, se ha producido una relación de continuidad y de ruptura. Y en ese proceso han actuado hombres como Varela, Maceo y Baliño que han sido precursores de las nuevas ideas y han marcado la transición de una fase a otra más avanzada. Asimismo, las vanguardias de cada una de estas etapas insuflaron contenido concreto y cada vez más elevado a conceptos como deber, honor, dignidad y virtud, y supieron convertir sus ideas en acción política o social para legar a la posteridad una formidable herencia moral. Con su obra, su magisterio y su ejemplo hicieron realidad el célebre apotegma de Enrique José Varona: “la moral no se enseña, se inocula”.
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En la Historia de Cuba se aprecia, además, una singular coincidencia y continuidad en aspectos medulares de la ética militar y revolucionaria. Céspedes y Agramonte establecieron el principio de no matar a los prisioneros enemigos, el cual fue practicado desde entonces en nuestras guerras revolucionarias. En sus largos años de batalla, Gómez y Maceo no emplearon jamás el terror como arma de combate; al contrario, fueron siempre caballerosos con el adversario e implacables sólo con los criminales y los traidores. “A los espías al servicio de España capturados por la revolución [escribió al respecto Enrique Ubieta], después de realizárseles un proceso sumarísimo, se les condenaba a la pena de muerte en la horca”.[5] A pesar de la crudeza de la guerra, Maceo propugnó siempre una política de amor, no de odio, y dio un alto ejemplo moral al frustrar los planes de algunos jefes subalternos exaltados para atentar contra la vida de su principal enemigo, el general español Arsenio Martínez Campos.
José Martí, en cuyo pecho no tenían cabida el odio y la venganza, sintetizó los mejores valores morales que le precedieron y con sus geniales aportes fundó una ética revolucionaria cubana que ha servido de guía a todas las generaciones posteriores. Nuestro Apóstol consideraba preciso destruir la esclavitud de los hombres —esa gran pena del mundo— desde la libertad, y conquistar la justicia a través de una guerra necesaria e inevitable, pero “sinceramente generosa, libre de todo acto de violencia innecesaria contra personas y propiedades, y de toda demostración o indicación de odio al español”.
[6] En esta contienda, las fuerzas cubanas debían fomentar una disciplina estricta y el decoro de los hombres, lo que entre otras cosas implicaba que “a los prisioneros, en términos de prudencia, se les devolverá vivos y agradecidos”.[7]
Aquí es de notar la utilización del vocablo prudencia, que designa la virtud consistente en discernir entre lo bueno y lo malo para poder elegir lo primero, pero también significa sensatez y buen juicio. De donde salta a la vista el doble alcance de la expresión martiana: moral, en tanto el respeto a la vida humana es indudablemente una acción bondadosa; y militar, ya que en el orden táctico y estratégico de la guerra —como aconsejara el general chino Sun Tzu en el año 500 a. n. e.— resulta conveniente tratar bien a los soldados prisioneros “para conseguir que en el futuro luchen para ti”, y mostrar a los adversarios “una manera de salvar la vida para que no estén dispuestos a luchar hasta la muerte”.
[8]
No había, pues, ingenuidad alguna en el pensamiento de Martí. No podía haberla en un hombre que, a la par de su altura moral, tenía la convicción de que en la guerra el triunfo sería “necesariamente de los más preparados, y de los más astutos”;
[9] y exhortaba a ser inexorables con el enemigo, español o cubano, que prestara servicio activo contra la Revolución, si fracasaba la tentativa de atraerlo; a ser piadosos con el arrepentimiento, e “inflexible sólo con el vicio, el crimen y la inhumanidad”.[10]
Toda la labor revolucionaria y moral de Martí se fundó en un “radical respeto al decoro del hombre, nervio del combate y cimiento de la República”.
[11] De ahí su afán por que los medios que se emplearan en la guerra contra el colonialismo español, fueran tan justos como la finalidad de la guerra misma, y su rechazo a todo intento de utilizar un fin justo como excusa para tratar de justificar cualquier injusticia. La obra y el pensamiento martianos impresionan aún como una convocatoria para que todo hombre sepa “donde está la virtud, y el modo de conciliarla con las obligaciones de la vida, sin faltar a éstas ni a ella”,[12] pues “sólo las virtudes producen en los hombres un bienestar constante y serio”.[13]
Fidel ha expresado que en la prédica revolucionaria de Martí estaba el fundamento moral del 26 de julio. Desde su Manifiesto del Moncada, la nueva vanguardia declaró que la Revolución no perseguía odio ni sangre inútil y profesó “su amor y su confianza en la virtud, el honor y el decoro del hombre”.[14] En su alegato La Historia me Absolverá, Fidel no clamó venganza para sus compañeros muertos en el Moncada, porque sus vidas no tenían precio y no podían pagarlas con las suyas todos los criminales juntos. “No es con sangre [enfatizó] como pueden pagarse las vidas de los jóvenes que mueren por el bien de un pueblo; la felicidad de ese pueblo es el único precio digno que puede pagarse por ellas”.[15]
Luego, durante la guerra de liberación, el Ejército Rebelde mantuvo en todo momento un comportamiento caballeroso. Hizo miles de prisioneros, pero jamás asesinó, golpeó o ultrajó a ninguno. Nunca utilizó la tortura ni otra forma de violencia física o psicológica para arrancarles información en los interrogatorios, ni abandonó a su suerte a los soldados enemigos heridos en los campos de batalla; por el contrario, siempre les deparó un trato humano. Al propio tiempo, desde sus inicios la Revolución dio muestras de su firmeza y severidad con los asesinos y criminales. En su primer combate victorioso —La Plata, 17 de enero de 1957—, los cinco soldados batistianos heridos recibieron atención médica y parte de los escasos medicamentos que poseía el grupo guerrillero rebelde. Tanto estos como los otros prisioneros fueron puestos en libertad, excepto un criminal capturado en esa acción, que fue juzgado y ajusticiado.
Por estas razones, en una alocución por Radio Rebelde el 19 de agosto de 1958, Fidel proclamó que todos los heridos y demás prisioneros habían sido devueltos sin condición alguna, y reivindicó el profundo significado moral de haber sabido respetar la vida de los prisioneros desde el comienzo de la Revolución, a pesar de las atrocidades que cometía la dictadura batistiana. Esta conducta, de gran repercusión también en el orden militar, confirmaba la sentencia martiana de que “la indulgencia es la señal más segura de la superioridad, pues la autoridad ejercitada sin causa ni objetivo denuncia en quien la prodiga falta de autoridad verdadera”.
[16]
Consecuente con estos principios, la Revolución en el poder ha practicado la indulgencia sin dejar de ser severa con los criminales y los traidores. Además, desterró del ejercicio del gobierno el uso de la razón de estado —simbolizada en la máxima el fin justifica los medios, que por lo común se atribuye a Maquiavelo, aunque algunas fuentes reivindican su origen jesuítico—, tan frecuentemente invocada por políticos de diversas latitudes para perpetrar crímenes, arbitrariedades y fechorías que han dejado muy atrás la fértil imaginación del autor de El Príncipe.
[17] La Revolución inauguró una nueva moral, fundada en valores como la igualdad social, la independencia, el trabajo, la solidaridad, el antimperialismo, el internacionalismo, la justicia, el rechazo a la venganza y a la violencia. Sirva, a guisa de ilustración, el tratamiento brindado a los cerca de 1,200 prisioneros capturados tras la invasión mercenaria de Playa Girón. A todos se le deparó un trato humano —en especial a los 250 heridos, que recibieron la atención médica debida—, a pesar de que formaban parte de la brigada 194 ex militares y esbirros de Batista. Luego fueron sometidos a juicio —con todas las garantías procesales— y condenados por los tribunales a la pérdida de la ciudadanía cubana y a una indemnización de 62 millones de pesos por los daños materiales ocasionados al país o, en su defecto, a cumplir treinta años de prisión con trabajo físico obligatorio. El Gobierno Revolucionario manifestó su disposición a renunciar al resarcimiento y entregar los prisioneros a los Estados Unidos, si su gobierno obtenía la libertad de un número similar de norteamericanos, latinoamericanos y españoles que guardaban prisión en sus respectivos países por su lucha patriótica, democrática y antimperialista. Aunque la administración yanqui dio la callada por respuesta, a la postre pagó en medicinas y alimentos para niños por un montante financiero equivalente a la mencionada indemnización. Entre los prisioneros de Girón, sólo unos pocos asesinos y criminales de guerra —con cuentas pendientes con la justicia cubana— fueron condenados a la pena capital, pero tampoco ellos fueron maltratados o vejados. Esta decisión demostró que, a pesar de las canallescas campañas de propaganda enemigas, la Revolución aplicaba la pena de muerte como arma de defensa imprescindible y sólo en casos muy extremos. Tal había sido su conducta antes de Playa Girón y ha seguido siéndolo después.
Pero la eticidad de la Revolución significa mucho más que el trato humano al enemigo. Es, ante todo, la concreción del anhelo martiano: la pasión por el decoro del hombre erigida en ley primera de la República. Ella se traduce en “verdadera libertad, soberanía, patriotismo, justicia social, igualdad real de oportunidades, solidaridad dentro y fuera de sus fronteras, inconmovibles principios éticos y humanos”;
[18] conquistas morales y sociales sustentadas en una imponente obra en beneficio de todos los cubanos que ha dado lugar a los altos índices de educación y cultura, salud, seguridad social, deportes, desarrollo económico, científico y técnico, que hacen de Cuba un ejemplo universal, en especial para los pueblos del Tercer Mundo. Y todo ello, manteniendo una conducta política intachable. “En 42 años de Revolución [expresó con todo derecho Fidel], jamás se ha lanzado en Cuba un gas lacrimógeno contra el pueblo, ni se conoce el espectáculo de policías con escafandras, caballos, o carros antimotines reprimiendo al pueblo [...] En nuestro país no han existido jamás Escuadrones de la Muerte, ni un solo desaparecido, un solo asesinato político, ni un solo torturado, pese a las miles de infames calumnias divulgadas por un frustrado e inescrupuloso imperio que desea barrer de la faz de la Tierra la imagen y el ejemplo de Cuba”.[19]
Ese gran conjunto de ideas y realidades, constituye la moral de la Revolución y explica el fuerte arraigo de la misma en el corazón del pueblo cubano. Ahí radica su gran fortaleza, subestimada muchas veces por nuestros enemigos y adversarios, los que —al decir de Fidel— no tienen idea “de lo que es capaz de aportarle a la sociedad humana la unidad, la conciencia política, la solidaridad, el desinterés y el desprendimiento, el patriotismo, los valores morales y los compromisos que emanan de la educación, la cultura y toda la justicia que aporta una verdadera Revolución”.
[20]
El proceso revolucionario ha creado en el pueblo cubano una alta conciencia moral. En ella predominan los valores y principios mencionados por Fidel, que forman parte de nuestra identidad nacional. Esto es precisamente lo que explica el milagro de la resistencia frente a los grandes peligros y adversidades que ha debido enfrentar la Revolución: desde las agresiones imperialistas de todo género —bloqueo, guerra económica, invasión y ataques armados, sabotajes y atentados, acciones terroristas y campañas de propaganda— hasta la crisis que subsiguió al derrumbe del campo socialista y la desintegración de la Unión Soviética.
Es verdad que el período especial y las medidas que fue imprescindible adoptar para salvar la patria y las conquistas del socialismo, provocaron que una parte ínfima de la población se apartara de algunos valores intrínsecos a la moral revolucionaria cubana —como el altruismo, la solidaridad, el colectivismo— y de otros de carácter universal como la honradez y la honestidad, al tiempo que entre esas personas proliferaron conductas pragmáticas, oportunistas y antisociales —como la simulación, los matrimonios por conveniencia, la prostitución y diversos tipos de delito— derivadas de la situación de crisis. Pero también es cierto que la reserva moral de la gran mayoría del pueblo y la sabia conducción de la dirección revolucionaria bajo el liderazgo y el ejemplo de Fidel, han hecho posibles la resistencia, la supervivencia, la reversión de la crisis, el avance económico-social y la retoma del camino socialista.
El decisivo papel de la moral en la Revolución explica por qué, en el momento más álgido del período especial, se lanzara una campaña de espiritualidad y de conciencia, y se concediera prioridad a la formación de valores en las nuevas generaciones y a la defensa de la cultura nacional como componentes esenciales del trabajo ideológico, a la par que se promulgaban el Código de Ética de los Cuadros del Estado cubano y varios códigos de carácter profesional y organizacional. Se hacía evidente, quizás como nunca antes, que la fuerza de la Revolución —como expresó Fidel— radicaba en el pueblo, en las masas, en las convicciones revolucionarias y en la cultura política de cada ciudadano; en la sinceridad, la verdad y la conciencia. Y ello se debía “a las semillas de principios y ética revolucionaria que sembramos desde el mismo Moncada y que fructificaron en la guerra de liberación y en el ulterior desarrollo de la Revolución”.
[21] De donde se derivan la firme convicción y la seguridad de que “la Revolución existe y subsiste, que la Revolución existirá y sobrevivirá siempre, no por su poder económico, material o por su fuerza, sino por su moral [...]”.[22] Por lo tanto, resultaba imprescindible mantener y potenciar las principales fortalezas de la Revolución. Así se hizo entonces, y así se ha continuado haciendo.
Como resultado del proceso revolucionario, nuestra sociedad ha forjado una gran masa de hombres y mujeres portadores de altos valores morales y humanos, que han asumido un compromiso cada vez más arraigado y consciente con el proyecto social de la Revolución. Entre ellos anda el hombre nuevo que, con su imagen todavía inacabada, viera nacer el Che; el hombre del siglo XXI cuya presencia activa y vital ha caracterizado a la sociedad cubana en los 46 años de Revolución. Ese hombre es un verdadero revolucionario y, en virtud de ello, está guiado por “grandes sentimientos de amor”,
[23] entendido este como una simbiosis del afecto hacia el ser humano y la consagración a la causa que puede hacerlo plenamente feliz: el socialismo. Ese hombre nuevo es el llamado a convertir los grandes éxitos alcanzados en un primer peldaño, un simple punto de partida para el ascenso hacia la meta cumbre de la eticidad cubana, que es —como ha proclamado Fidel— “alcanzar toda la justicia necesaria y posible”.[24]
Vigencia de la eticidad cubana
En el camino hacia la construcción de la sociedad más justa del mundo en Cuba, resulta imperativo declarar una guerra sin cuartel a las desigualdades, injusticias, despilfarros, descontroles, robos y fenómenos de corrupción surgidos o desarrollados durante los años más duros del período especial y agravados por los errores cometidos por la propia Revolución. En esta guerra, a la que nos convocara Fidel en su discurso del 17 de noviembre de 2005 en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, hay una batalla de tipo económico y otra de carácter moral. Ambas tienen como objetivos comunes generalizar los valores del hombre nuevo forjado por la Revolución y asegurar el destino socialista de la patria.
Aunque el Imperio no ha renunciado a una agresión armada contra Cuba y mantiene actualizadas las distintas variantes de sus planes bélicos, conoce perfectamente el impagable costo humano que ella significaría en sus propias filas debido a la invulnerabilidad militar alcanzada por nuestro país desde que puso en práctica la doctrina de la guerra de todo el pueblo. Por eso algunos sectores imperialistas albergan la esperanza de derrotar a la Revolución desde dentro, cuando hayan desaparecido Fidel y los demás líderes históricos. En esa estrategia de “transición” esperan contar en Cuba con dirigentes acomodados y claudicantes, y con un pueblo envilecido y apático producto de la desmoralización que supondría el arraigo de los vicios y males existentes en nuestra sociedad. Es, a no dudarlo, un proyecto semejante al aplicado con éxito para destruir el socialismo en la antigua Unión Soviética y en los países de Europa Oriental.
En su referido discurso en la Universidad de La Habana, Fidel sintetizó la situación de nuestro país y los peligros que lo acechan con las siguientes palabras: “Hoy [...] tenemos todo un pueblo que ha aprendido a manejar las armas; todo un pueblo que, a pesar de nuestros errores, posee tal nivel de cultura, conocimiento y conciencia que jamás permitirá que este país vuelva a ser una colonia de ellos. // Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra.”
[25] Y más adelante sentenció: “Debemos estar decididos: o derrotamos todas esas desviaciones y hacemos más fuerte la Revolución destruyendo las ilusiones que puedan quedar al imperio, o podríamos decir: o vencemos radicalmente esos problemas o moriremos”.[26]
Tras asegurar que los vicios y males existentes en nuestra sociedad serán erradicados por el pueblo y la Revolución, Fidel explicó la estrategia y algunas de las acciones rectificadoras emprendidas con vistas a revertir la situación y garantizar el futuro socialista del país. Entre estas, se destacan por su trascendencia las relativas a la revolución energética, la reducción del número de funcionarios que administran las divisas del país, los incrementos salariales y de la seguridad social sobre la base de un respaldo en productos y servicios, la lucha contra el robo, los desvíos de recursos, la especulación y la corrupción, la reducción de las injusticias y las desigualdades; todo ello con el propósito de que el ciudadano viva fundamentalmente de su trabajo o de sus jubilaciones y pensiones.
Consecuente con la eticidad que ha caracterizado siempre al movimiento revolucionario cubano, en particular durante los 47 años de Revolución, las soluciones a nuestros problemas han de fundamentarse en los valores morales y en el profundo sentimiento de justicia que imperan en la sociedad cubana a pesar de los vicios y males existentes. Por eso Fidel nos ha convocado a combatir honradamente y sin abusos de poder, con la valentía de decir la verdad y suministrar la información necesaria a la táctica adecuada para ganar cada batalla. Se trata de un enfoque esencialmente ético, incluso hasta de aquellas medidas que será preciso adoptar en el terreno económico. De ahí que las principales armas de esta contienda no sean de tipo jurídico o policiaco —aunque estas también han de jugar su papel, sobre todo en la lucha contra el delito y la corrupción—, sino de carácter político y moral: la apelación a la conciencia, el honor y la vergüenza de los ciudadanos; el ejercicio de la crítica y la autocrítica no sólo en círculos cerrados, sino en los espacios públicos que resulten convenientes, incluidos los medios de difusión, a fin de lograr su máxima efectividad y su mayor impacto social.
La experiencia histórica demuestra que no es posible construir el socialismo con métodos capitalistas, y que cuando se vulneran los principios éticos los procesos revolucionarios no logran un arraigo profundo en la conciencia de los pueblos. Ello explica por qué la sociedad socialista, que se construye conscientemente por el hombre, también puede ser destruida consciente o inconscientemente por el propio hombre. He ahí la esencia del alerta de Fidel y de su llamado a la lucha para impedir que la Revolución sea destruida.
Por consiguiente, la acertada conducción de la economía y el apego a los valores éticos no son un capricho, sino una condición indispensable para garantizar la independencia y el destino socialista de nuestra patria. La experiencia práctica nos demuestra que hoy, al igual que a lo largo de su historia, la gran fortaleza de la Revolución cubana radica en sus ideas y en su moral, que el pueblo ha apoyado y hecho suyas. Sólo la conjunción de estos factores nos permitirá vencer los peligros y avanzar hacia la “sociedad justa y decorosa, que un verdadero e irreversible socialismo demanda.”
[27]
[1] Cintio Vitier: Ese sol del mundo moral. Para una historia de la eticidad cubana, Ediciones Unión, La Habana, 1975.
[2] José Ramón Fabelo, Cintio Vitier y otros: La formación de valores en las nuevas generaciones. Una campaña de espiritualidad y de conciencia, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1996, p. 22.
[3] Cintio Vitier, Ob. cit., p. 32.
[4] Ibídem, p. 123.
[5] Enrique Ubieta: Efemérides de la Revolución Cubana, La Moderna Poesía, La Habana, 1911, tomo IV, p. 411. (Citado por René González Barrios: En el mayor silencio, Editora Política, La Habana, 1990, p. 93)
[6] José Martí y Máximo Gómez: Circular a Jefes, 28 de abril de 1895. (Citado por Cintio Vitier, Ob. cit., pp. 89-90)
[7] Ibídem, p. 90.
[8] Sun Tzu: El arte de la guerra, Bibliotecas Virtuales, http://educar.org, capítulos II y VII.
[9] Raúl Rodríguez La O: Los escudos invisibles. Un Martí desconocido, Editorial Capitán San Luis, La Habana, 2003, p. 68.
[10] José Martí y Máximo Gómez: Manifiesto de Montecristi, en Hortensia Pichardo Viñals: Documentos para la Historia de Cuba, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2000, tomo I, p. 488.
[11] Ibídem.
[12] José Martí: Obras Escogidas, Editora Política, La Habana, 1979, tomo II, p. 455.
[13] Cintio Vitier, Ob. cit., p. 68.
[14] Ibídem, p. 153.
[15] Fidel Castro: La Historia me Absolverá, Comisión de Orientación Revolucionaria del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, La Habana, 1973, p. 79.
[16] José Martí: Obras Escogidas, Editora Política, La Habana, 1979, tomo III, p. 460.
[17] Para Nicolás Maquiavelo (1469-1527) la razón de Estado era un principio superior que eximía a los gobernantes de cualquier atadura de carácter moral en la consecución de sus objetivos. En consecuencia, el maquiavelismo —cuya esencia se halla en el capítulo XV de El Príncipe— ha devenido sinónimo de astucia, carencia de escrúpulos, duplicidad y perfidia. Pero mientras Maquiavelo sugería el empleo de cualquier medio para lograr la unificación y la libertad de Italia, sus “seguidores” han esgrimido su teoría para tratar de justificar tanto medios como fines infames. El pensador y líder comunista italiano, Antonio Gramsci, expresó al respecto: “Las normas de Maquiavelo para la actividad política se aplican, pero no se dicen; los grandes políticos [...] comienzan maldiciendo a Maquiavelo, declarándose antimaquiavélicos, justo para poder aplicar sus normas santamente.” (Antonio Gramsci: Note sul Macchiavelli, sulla política e sullo Stato moderno, Editori Riuniti, Roma 1972, p. 25)
[18] Fidel Castro: Intervención en la Sesión Plenaria de la 105ª Conferencia de la Unión Interparlamentaria, en Granma, 6 de abril del 2001.
[19] Ibídem.
[20] Fidel Castro: Discurso pronunciado en el acto por el 40 Aniversario de la proclamación del carácter socialista de la Revolución, en Granma, 17 de abril del 2001.
[21] Fidel Castro: Ideología, conciencia y trabajo político, 1959-1986, Editora Política, La Habana, 1987, p. 229.
[22] Ibídem.
[23] Ernesto Guevara: El socialismo y el hombre en Cuba, Ediciones R, La Habana, 1965, p. 53.
[24] Fidel Castro: Discurso pronunciado en el acto por el 40 Aniversario de la proclamación del carácter socialista de la Revolución, en Granma, 17 de abril del 2001.
[25] Fidel Castro: Podemos construir la sociedad más justa del mundo, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 2005, p. 60.
[26] Ibídem, p. 91.
[27] Ibídem, p. 101.