La flexibilidad del planteamiento crítico-abierto de Marx Engels
Por: Javier Biardeau R.
Fecha de publicación: 22/01/08
(Polemizando con Celia)
Mucho se repite que es esencial en el tránsito al Socialismo la tesis de la “Dictadura del Proletariado” y la necesidad de actos de fuerza. Sin embargo, mas que defender una tesis histórico-política planteada en las condiciones concretas de las sociedades de clase de la Europa industrial de finales del siglo XIX, llama la atención la falta de atención a la flexibilidad que mostraron el mismo Marx y Engels, frente al cambio de condiciones históricas entre 1848 y 1880, a diferencia de muchos de sus interpretes e incluso falsificadores. Se cita la letra del Manifiesto Comunista o la Crítica al Programa de Gotha, como si fuesen textos sagrados, motivados por una ortodoxia que el Maestro Ludovico Silva despachó con sus adjetivaciones polémicas. Sin embargo, lo singular de una interpretación crítica de los textos clásicos de la tradición socialista, no está tanto en la fidelidad a un trazo inamovible (una exégesis dogmática), sino comprender su dimensión histórica, semántica-pragmática, articulada a campos de batalla interpretativos, además de su vinculación a contextos teórico-políticos abiertos a reinterpretaciones, que afectan incluso dimensiones tácticas y estratégicas. Una revolución es también una apertura a nuevos horizontes interpretativos, a acontecimientos de discurso, que no están alejados por cierto, de una “filosofía de la praxis”, una filosofía de la praxis desde las circunstancias, por cierto.
Se dice que el socialismo es absolutamente imposible sin una revolución socialista. Y para hacerlo, hay que desarticular con actos de fuerza, el poder burgués. Ciertamente, lo que no se dice es que la desarticulación del poder burgués implica, actos de fuerza y actos de opinión, en diversos ámbitos de desarticulación del sistema de dominación y dirección del bloque de poder dominante, tanto en sus planos nacionales como internacionales: económicos, sociales, jurídicos, ideológicos, culturales, y por supuesto militares. Fue Gramsci, quién percibe magistralmente la combinación de coacción y consentimiento, de fuerza y de apoyo de masas.
La desarticulación del poder burgués, no se reduce ni al uso exclusivo de la fuerza, ni a un ámbito exclusivo de desarticulación, ni siquiera a un plano del Estado Nacional. Pensarlo exclusivamente en el plano nacional, es caer en la falsa tentativa del socialismo en un solo país. No hay fortalezas socialistas asediadas, hay formaciones sociales en transición al socialismo, cercadas internacionalmente, constantemente amenazadas por el estancamiento, el desgaste y la regresión histórica. Por tanto, las cosas son menos simples.
La desarticulación del poder burgués implica reconocer el carácter de clase dominante a escala mundial de la burguesía, con sus diferentes fracciones, capas y sectores. La “burguesa nacional”, cuando se analiza aisladamente, genera la falsa impresión del desarrollismo nacional, sin vínculos históricos de dependencia ni de conexión con la escala mundial. Falsa representación de su carácter progresista, e incluso socialista, y proclive a la liberación nacional. Sin embargo, no hay burguesías socialistas, solo hay burguesías capitalistas, tal vez proclives a reformas sociales, a disminuir la desigualdad social, a mejorar la distribución del ingreso, pero a transformar radicalmente el régimen de producción, propiedad y reproducción capitalistas, allí no llegan las burguesías ni nacionales y menos mundiales. Tampoco las burguesías transformarán de motu propio ni el carácter del Estado, ni el régimen de producción y propiedad. Pueden llegarse a compromisos históricos, pero este es otro asunto y otra trayectoria histórica. Una que ni se imaginaron Marx ni Engels.
1.- Lo que dice el Manifiesto (1848):
Dicen Marx-Engels en la Europa industrial de 1848 (Manifiesto Comunista): “el primer paso de la revolución obrera será la exaltación del proletariado al Poder, la conquista de la democracia.” Que significa conquista de la democracia en este contexto histórico. Significa, nada más y nada menos, la construcción de las condiciones y situaciones que hagan posible que el poder político esté en manos del proletariado organizado, para que sea clase gobernante, que los trabajadores gobiernen, no la misma maquina estatal, sino una máquina de administración y gobierno, con otras formas y contenidos, lo que implica transformación democrática del la forma-estado, como Estado en transición.
Mas adelante, plantean: “El proletariado se valdrá del Poder para ir despojando paulatinamente a la burguesía de todo el capital, de todos los instrumentos de la producción, centralizándolos en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase gobernante, y procurando fomentar por todos los medios y con la mayor rapidez posible las energías productivas. Claro está que, al principio, esto sólo podrá llevarse a cabo mediante una acción despótica sobre la propiedad y el régimen burgués de producción, por medio de medidas que, aunque de momento parezcan económicamente insuficientes e insostenibles, en el transcurso del movimiento serán un gran resorte propulsor y de las que no puede prescindiese como medio para transformar todo el régimen de producción vigente.”
Si hay algo que abolir, para los autores del Manifiesto Comunista, es el régimen burgués de producción y propiedad. Sin medias tintas ni concesiones. Así mismo, para Marx-Engels, el Estado representativo es una creación histórica de la burguesía en tiempos de la gran industria y la apertura al mercado mundial: “Hoy, el Poder público viene a ser, pura y simplemente, el Consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa.”
Y por si fuera poco, Marx y Engels tenían plena conciencia de las vinculaciones entre el régimen de propiedad y producción burgués y el Estado para la vida de los trabajadores:
“La industria moderna ha convertido el pequeño taller del maestro patriarcal en la gran fábrica del magnate capitalista. Las masas obreras concentradas en la fábrica son sometidas a una organización y disciplina militares. Los obreros, soldados rasos de la industria, trabajan bajo el mando de toda una jerarquía de sargentos, oficiales y jefes. No son sólo siervos de la burguesía y del Estado burgués, sino que están todos los días y a todas horas bajo el yugo esclavizador de la máquina, del contramaestre, y sobre todo, del industrial burgués dueño de la fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino, más execrable, más indignante, cuanta mayor es la franqueza con que proclama que no tiene otro fin que el lucro.”
La función de mando política y económica de la burguesía se retroalimentan. Por tanto, no puede haber una lucha por democratizar el Poder Público, que no afecte el régimen de producción y propiedad. Las medidas que se anuncian en 1848 en el Manifiesto, son medidas del proletariado organizado como clase gobernante, no de un gobierno burgués. Y Marx-Engels nos dibujan la situación siguiente:
“Tan pronto como, en el transcurso del tiempo, hayan desaparecido las diferencias de clase y toda la producción esté concentrada en manos de la sociedad, el Estado perderá todo carácter político. El Poder político no es, en rigor, más que el poder organizado de una clase para la opresión de la otra. El proletariado se ve forzado a organizarse como clase para luchar contra la burguesía; la revolución le lleva al Poder; mas tan pronto como desde él, como clase gobernante, derribe por la fuerza el régimen vigente de producción, con éste hará desaparecer las condiciones que determinan el antagonismo de clases, las clases mismas, y, por tanto, su propia soberanía como tal clase.”
Finalmente dicen:
“Y a la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, sustituirá una asociación en que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos.”
En el Manifiesto Comunista, la revolución implica actos de fuerza: políticos y económicos. La revolución, como decía Engels hasta 1875, es fundamentalmente un acto autoritario de una clase contra otra clase (De la autoridad, 1873):
“¿Por qué los antiautoritarios no se limitan a clamar contra la autoridad política, contra el Estado? Todos los socialistas están de acuerdo en que el Estado político, y con él la autoridad política, desaparecerán como consecuencia de la próxima revolución social, es decir, que las funciones públicas perderán su carácter político, trocándose en simples funciones administrativas, llamadas a velar por los verdaderos intereses sociales. Pero los antiautoritarios exigen que el Estado político autoritario sea abolido de un plumazo, aun antes de haber sido destruidas las condiciones sociales que lo hicieron nacer. Exigen que el primer acto de la revolución social sea la abolición de la autoridad. ¿No han visto nunca una revolución estos señores? Una revolución es, indudablemente, la cosa más autoritaria que existe; es el acto por medio del cual una parte de la población impone su voluntad a la otra parte por medio de fusiles, bayonetas y cañones, medios autoritarios si los hay; y el partido victorioso, si no quiere haber luchado en vano, tiene que mantener este dominio por medio del terror que sus armas inspiran a los reaccionarios. ¿La Comuna de París habría durado acaso un solo día, de no haber empleado esta autoridad de pueblo armado frente a los burgueses? ¿No podemos, por el contrario, reprocharle el no haberse servido lo bastante de ella?”
Finalmente, sería cuestión de tiempo el logro de una nueva asociación sin diferencias de clase, sin fuerza y sin despotismo.
¿Qué ocurre en la crítica al programa de Gotha (1875)?
2.- Lo que dice la Crítica al programa de Gotha (1875):
Ciertamente, Marx dice: “Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado.” Pero mas adelante, Marx dice: “Pero el programa no se ocupa de esta última, ni del futuro régimen estatal de la sociedad comunista.”
Es decir, aunque Marx plantea que los cambios mediante medios legales sólo caben en una república democrática, como forma de estado, el contenido de clase en una transición no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado. De nuevo, el modelo de la comuna planteado en el Manifiesto. En este modelo, la libertad consiste en convertir al Estado, de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella. Ya vimos que el Manifiesto se habla de una asociación si diferencias ni antagonismos de clase, y del futuro régimen estatal, se dice que será un órgano al servicio, por debajo, subordinado a esta asociación humana. Nada de Estadolatrias como futuro régimen estatal de la sociedad comunista. Además, Marx plantea que la república democrática, como última forma de Estado de la sociedad burguesa, se va a ventilar definitivamente por la fuerza de las armas, la lucha de clases. Incluso en la República democrática, para Marx, el antagonismo de clases pasará por un momento de fuerza. En su horizonte mental, nada de transiciones pacíficas. Revolución es la táctica de la fuerza.
Ahora bien, y aquí entramos al terreno de la polémica que queremos destacar, Engels escribe en 1895, como prólogo a la “Lucha de clases en Francia” unas líneas que conmueven las bases de toda la argumentación precedente.
3.- El prologo de Engels de 1895 a la “lucha de clases en Francia”: la revolución de la mayoría.
“Cuando estalló la revolución de Febrero, todos nosotros nos hallábamos, en lo tocante a nuestra manera de representarnos las condiciones y el curso de los movimientos revolucionarios, bajo la fascinación de la experiencia histórica anterior, particularmente la de Francia. ¿No era precisamente de este país, que jugaba el primer papel en toda la historia europea desde 1789, del que también ahora partía nuevamente la señal para la subversión general? Era, pues, lógico e inevitable que nuestra manera de representarnos el carácter y la marcha de la revolución «social» proclamada en París en febrero de 1848, de la revolución del proletariado, estuviese fuertemente teñida por el recuerdo de los modelos de 1789 y de 1830.”
Engels continua: “Pero la historia nos dio también a nosotros un mentís y reveló como una ilusión nuestro punto de vista de entonces. Y fue todavía más allá: no sólo destruyó el error en que nos encontrábamos, sino que además transformó de arriba abajo las condiciones de lucha del proletariado. El método de lucha de 1848 está hoy anticuado en todos los aspectos, y es éste un punto que merece ser investigado ahora más detenidamente.”
Es decir, la historia reveló como un error un anterior punto de vista, transformó de arriba abajo las condiciones y el método de lucha del proletariado. Nada más y nada menos. Ruptura con cualquier lectura dogmática del Manifiesto y de la crítica del programa de Gotha. Nada de citas sagradas: “la historia reveló como una ilusión nuestro punto de vista.”: es decir, la manera de representarse el carácter y la marcha de la revolución social, fuertemente teñida por el recuerdo de los modelos de 1789 y de 1830. Representaciones, modelos, recuerdo, puntos de vista, ilusiones, tiempo, historia. Estas son palabras claves para desarmar el dogmatismo.
Como Marx decía en el 18 Brumario: “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su exilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal.” Ni Marx ni Engels ni nosotros podemos desligarnos, sin una crítica radical, de los “espíritus del pasado”, de “ese lenguaje prestado”, para representar una nueva escena… Allí esta la revolución y el tiempo histórico como nueva escena, como acontecimiento, como discontinuidad.
“Hasta aquella fecha todas las revoluciones se habían reducido a la sustitución de una determinada dominación de clase por otra; pero todas las clases dominantes anteriores sólo eran pequeñas minorías, comparadas con la masa del pueblo dominada. Una minoría dominante era derribada, y otra minoría empuñaba en su lugar el timón del Estado y amoldaba a sus intereses las instituciones estatales. Este papel correspondía siempre al grupo minoritario capacitado para la dominación y llamado a ella por el estado del desarrollo económico y, precisamente por esto y sólo por esto, la mayoría dominada, o bien intervenía a favor de aquélla en la revolución o aceptaba la revolución tranquilamente. Pero, prescindiendo del contenido concreto de cada caso, la forma común a todas estas revoluciones era la de ser revoluciones minoritarias. Aun cuando la mayoría cooperase a ellas, lo hacia —consciente o inconscientemente— al servicio de una minoría; pero esto, o simplemente la actitud pasiva, la no resistencia por parte de la mayoría, daba al grupo minoritario la apariencia de ser el representante de todo el pueblo.”
Aquí Engels, nos da claves de los fenómenos de consenso pasivo: “la actitud pasiva, la no resistencia por parte de la mayoría, daba al grupo minoritario la apariencia de ser el representante de todo el pueblo.”
“Después del primer éxito grande, la minoría vencedora solía escindirse: una parte estaba satisfecha con lo conseguido; otra parte quería ir todavía más allá y presentaba nuevas reivindicaciones que en parte, al menos, iban también en interés real o aparente de la gran muchedumbre del pueblo. En algunos casos, estas reivindicaciones más radicales eran satisfechas también; pero, con frecuencia, sólo por el momento, pues el partido más moderado volvía a hacerse dueño de la situación y lo conquistado en el último tiempo se perdía de nuevo, total o parcialmente; y entonces, los vencidos clamaban traición o achacaban la derrota a la mala suerte. Pero, en realidad, las cosas ocurrían casi siempre así: las conquistas de la primera victoria sólo se consolidaban mediante la segunda victoria del partido más radical; una vez conseguido esto, y con ello lo necesario por el momento, los radicales y sus éxitos desaparecían nuevamente de la escena.”
“Todas las revoluciones de los tiempos modernos, a partir de la gran revolución inglesa del siglo XVII, presentaban estos rasgos, que parecían inseparables de toda lucha revolucionaria. Y estos rasgos parecían aplicables también a las luchas del proletariado por su emancipación; tanto más cuanto que precisamente en 1848 eran contados los que comprendían más o menos en qué sentido había que buscar esta emancipación. Hasta en París, las mismas masas proletarias ignoraban en absoluto, incluso después del triunfo, el camino que había que seguir. Y, sin embargo, el movimiento estaba allí, instintivo, espontáneo, incontenible. ¿No era ésta precisamente la situación en que una revolución tenía que triunfar, dirigida, es verdad, por una minoría; pero esta vez no en interés de la minoría, sino en el más genuino interés de la mayoría? Si en todos los períodos revolucionarios más o menos prolongados, las grandes masas del pueblo se dejaban ganar tan fácilmente por las vanas promesas, con tal de que fuesen plausibles, de las minorías ambiciosas, ¿cómo habían de ser menos accesibles a unas ideas que eran el más fiel reflejo de su situación económica, que no eran más que la expresión clara y racional de sus propias necesidades, que ellas mismas aún no comprendían y que sólo empezaban a sentir de un modo vago? Cierto es que este espíritu revolucionario de las masas había ido seguido casi siempre, y por lo general muy pronto, de un cansancio e incluso de una reacción en sentido contrario en cuanto se disipaba la ilusión y se producía el desengaño. Pero aquí no se trataba de promesas vanas, sino de la realización de los intereses más genuinos de la gran mayoría misma; intereses que por aquel entonces esta gran mayoría distaba mucho de ver claros, pero que no había de tardar en ver con suficiente claridad, convenciéndose por sus propios ojos al llevarlos a la práctica.”
“La historia nos ha dado un mentís, a nosotros y a cuantos pensaban de un modo parecido. Ha puesto de manifiesto que, por aquel entonces, el estado del desarrollo económico en el continente distaba mucho de estar maduro para poder eliminar la producción capitalista; lo ha demostrado por medio de la revolución económica que desde 1848 se ha adueñado de todo el continente, dando, por vez primera, verdadera carta de naturaleza a la gran industria en Francia, Austria, Hungría, Polonia y últimamente en Rusia, y haciendo de Alemania un verdadero país industrial de primer orden. Y todo sobre la base capitalista, lo cual quiere decir que esta base tenía todavía, en 1848, gran capacidad de extensión. Pero ha sido precisamente esta revolución industrial la que ha puesto en todas partes claridad en las relaciones de clase, la que ha eliminado una multitud de formas intermedias, legadas por el período manufacturero y, en la Europa Oriental, incluso por el artesanado gremial, creando y haciendo pasar al primer plano del desarrollo social una verdadera burguesía y un verdadero proletariado de gran industria. Y, con esto, la lucha entre estas dos grandes clases que en 1848, fuera de Inglaterra, sólo existía en París y a lo sumo en algunos grandes centros industriales, se ha extendido a toda Europa y ha adquirido una intensidad que en 1848 era todavía inconcebible. Entonces, reinaba la multitud de confusos evangelios de las diferentes sectas, con sus correspondientes panaceas; hoy, una sola teoría, reconocida por todos, la teoría de Marx, clara y transparente, que formula de un modo preciso los objetivos finales de la lucha. Entonces, las masas escindidas y diferenciadas por localidades y nacionalidades, unidas sólo por el sentimiento de las penalidades comunes, poco desarrolladas, no sabiendo qué partido tomar en definitiva y cayendo desconcertadas unas veces en el entusiasmo y otras en la desesperación; hoy, el gran ejército único, el ejército internacional de los socialistas, que avanza incontenible y crece día por día en número, en organización, en disciplina, en claridad de visión y en seguridad de vencer. El que incluso este potente ejército del proletariado no hubiese podido alcanzar todavía su objetivo, y, lejos de poder conquistar la victoria en un gran ataque decisivo, tuviese que avanzar lentamente, de posición en posición, en una lucha dura y tenaz, demuestra de un modo concluyente cuán imposible era, en 1848, conquistar la transformación social simplemente por sorpresa.”
Y Engels, hace un giro de 180 grados desde los medios de lucha violentos, insurreccionales, y de las barricadas, a las ventajas y beneficios del sufragio universal, del parlamento, y de posibles leyes socialistas. Veamos:
“Gracias a la inteligencia con que los obreros alemanes supieron utilizar el sufragio universal, implantado en 1866, el crecimiento asombroso del partido aparece en cifras indiscutibles a los ojos del mundo entero. 1871: 102.000 votos socialdemócratas; 1874: 352.000; 1877: 493.000. Luego, vino el alto reconocimiento de estos progresos por la autoridad: la ley contra los socialistas; el partido fue temporalmente destrozado y, en 1881, el número de votos descendió a 312.000. Pero se sobrepuso pronto y ahora, bajo el peso de la ley de excepción, sin prensa; sin una organización legal, sin derecho de asociación ni de reunión, fue cuando comenzó verdaderamente a difundirse con rapidez 1884: 550.000 votos; 1887: 763.000; 1890: 1.427.000. Al llegar aquí, se paralizó la mano del Estado. Desapareció la ley contra los socialistas y el número de votos socialistas ascendió a 1.787.000, más de la cuarta parte del total de votos emitidos. El Gobierno y las clases dominantes habían apurado todos los medios; estérilmente, sin objetivo y sin resultado alguno. Las pruebas tangibles de su impotencia, que las autoridades, desde el sereno hasta el canciller del Reich, habían tenido que tragarse —¡y que venían de los despreciados obreros!—, estas pruebas se contaban por millones. El Estado había llegado a un atolladero y los obreros apenas comenzaban su avance.”
“El primer gran servicio que los obreros alemanes prestaron a su causa consistió en el mero hecho de su existencia como Partido Socialista que superaba a todos en fuerza, en disciplina y en rapidez de crecimiento. Pero además prestaron otro: suministraron a sus camaradas de todos los países un arma nueva, una de las más afiladas, al hacerles ver cómo se utiliza el sufragio universal. El sufragio universal existía ya desde hacía largo tiempo en Francia, pero se había desacreditado por el empleo abusivo que había hecho de él el Gobierno bonapartista. Y después de la Comuna no se disponía de un partido obrero para emplearlo. También en España existía este derecho desde la República, pero en España todos los partidos serios de oposición habían tenido siempre por norma la abstención electoral. Las experiencias que se habían hecho en Suiza con el sufragio universal servían también para todo menos para alentar a un partido obrero. Los obreros revolucionarios de los países latinos se habían acostumbrado a ver en el derecho de sufragio una añagaza, un instrumento de engaño en manos del Gobierno. En Alemania no ocurrió así. Ya el "Manifiesto Comunista" había proclamado la lucha por el sufragio universal, por la democracia, como una de las primeras y más importantes tareas del proletariado militante, y Lassalle había vuelto a recoger este punto. Y cuando Bismarck se vio obligado a introducir el sufragio universal como único medio de interesar a las masas del pueblo por sus planes, nuestros obreros tomaron inmediatamente la cosa en serio y enviaron a Augusto Bebel al primer Reichstag Constituyente. Y, desde aquel día, han utilizado el derecho de sufragio de un modo tal, que les ha traído incontables beneficios y ha servido de modelo para los obreros de todos los países. Para decirlo con las palabras del programa marxista francés, han transformado el sufragio universal de moyen de duperie qu'il a été jusqu'ici en instrument d'émancipation —de medio de engaño, que había sido hasta aquí, en instrumento de emancipación.”
“Y aunque el sufragio universal no hubiese aportado más ventaja que la de permitirnos hacer un recuento de nuestras fuerzas cada tres años; la de acrecentar en igual medida, con el aumento periódicamente constatado e inesperadamente rápido del número de votos, la seguridad en el triunfo de los obreros y el terror de sus adversarios, convirtiéndose con ello en nuestro mejor medio de propaganda; la de informarnos con exactitud acerca de nuestra fuerza y de la de todos los partidos adversarios, suministrándonos así el mejor instrumento posible para calcular las proporciones de nuestra acción y precaviéndonos por igual contra la timidez a destiempo y contra la extemporánea temeridad; aunque no obtuviésemos del sufragio universal más ventaja que ésta, bastaría y sobraría. Pero nos ha dado mucho más. Con la agitación electoral, nos ha suministrado un medio único para entrar en contacto con las masas del pueblo allí donde están todavía lejos de nosotros, para obligar a todos los partidos a defender ante el pueblo, frente a nuestros ataques, sus ideas y sus actos; y, además, abrió a nuestros representantes en el parlamento una tribuna desde lo alto de la cual pueden hablar a sus adversarios en la Cámara y a las masas fuera de ella con una autoridad y una libertad muy distintas de las que se tienen en la prensa y en los mítines. ¿Para qué les sirvió al Gobierno y a la burguesía su ley contra los socialistas, si las campañas de agitación electoral y los discursos socialistas en el parlamento constantemente abrían brechas en ella?”
“Pero con este eficaz empleo del sufragio universal entraba en acción un método de lucha del proletariado totalmente nuevo, método de lucha que se siguió desarrollando rápidamente. Se vio que las instituciones estatales en las que se organizaba la dominación de la burguesía ofrecían nuevas posibilidades a la clase obrera para luchar contra estas mismas instituciones. Y se tomó parte en las elecciones a las dietas provinciales, a los organismos municipales, a los tribunales de artesanos, se le disputó a la burguesía cada puesto, en cuya provisión mezclaba su voz una parte suficiente del proletariado. Y así se dio el caso de que la burguesía y el Gobierno llegasen a temer mucho más la actuación legal que la actuación ilegal del partido obrero, más los éxitos electorales que los éxitos insurreccionales.”
“Pues también en este terreno habían cambiado sustancialmente las condiciones de la lucha. La rebelión al viejo estilo, la lucha en las calles con barricadas, que hasta 1848 había sido la decisiva en todas partes, estaba considerablemente anticuada.”
Y no quiere decir todo esto, a contracorriente de las lecturas del reformismo electoralista socialdemócrata, que la fuerza hubiese desaparecido de la política:
“¿Quiere decir esto que en el futuro los combates callejeros no vayan a desempeñar ya papel alguno? Nada de eso. Quiere decir únicamente que, desde 1848, las condiciones se han hecho mucho más desfavorables para los combatientes civiles y mucho más ventajosas para las tropas. Por tanto, una futura lucha de calles sólo podrá vencer si esta desventaja de la situación se compensa con otros factores. Por eso se producirá con menos frecuencia en los comienzos de una gran revolución que en el transcurso ulterior de ésta y deberá emprenderse con fuerzas más considerables. Y éstas deberán, indudablemente, como ocurrió en toda la gran revolución francesa, así como el 4 de septiembre y el 31 de octubre de 1870, en París, preferir el ataque abierto a la táctica pasiva de barricadas.”
“¿Comprende el lector, ahora, por qué los poderes imperantes nos quieren llevar a todo trance allí donde disparan los fusiles y dan tajos los sables? ¿Por qué hoy nos acusan de cobardía porque no nos lanzamos sin más a la calle, donde de antemano sabemos que nos aguarda la derrota? ¿Por qué nos suplican tan encarecidamente que juguemos, al fin, una vez, a ser carne de cañón?”
“Si han cambiado las condiciones de la guerra entre naciones, no menos han cambiado las de la lucha de clases. La época de los ataques por sorpresa, de las revoluciones hechas por pequeñas minorías conscientes a la cabeza de las masas inconscientes, ha pasado. Allí donde se trate de una transformación completa de la organización social tienen que intervenir directamente las masas, tienen que haber comprendido ya por sí mismas de qué se trata, por qué dan su sangre y su vida. Esto nos lo ha enseñado la historia de los últimos cincuenta años. Y para que las masas comprendan lo que hay que hacer, hace falta una labor larga y perseverante. Esta labor es precisamente la que estamos realizando ahora, y con un éxito que sume en la desesperación a nuestros adversarios.”
La conclusión es tajante: No hay victoria duradera posible a menos que se gane de antemano a la gran masa del pueblo. Ganarse a la mayoría del pueblo, esa es la función del partido.
De allí que Engels plantee en 1895:
“Hoy podemos contar ya con dos millones y cuarto de electores. Si este avance continúa, antes de terminar el siglo habremos conquistado la mayor parte de las capas intermedias de la sociedad, tanto los pequeños burgueses como los pequeños campesinos y nos habremos convertido en la potencia decisiva del país, ante la que tendrán que inclinarse, quieran o no, todas las demás potencias. Mantener en marcha ininterrumpidamente este incremento, hasta que desborde por sí mismo el sistema de gobierno actual; no desgastar en operaciones de descubierta esta fuerza de choque que se fortalece diariamente, sino conservarla intacta hasta el día decisivo: tal es nuestra tarea principal. Y sólo hay un medio para poder contener momentáneamente el crecimiento constante de las fuerzas socialistas de combate en Alemania e incluso para llevarlo a un retroceso pasajero: un choque en gran escala con las tropas, una sangría como la de 1871 en París. Aunque, a la larga, también esto se superaría. Para borrar del mundo a tiros un partido de millones de hombres no bastan todos los fusiles de repetición de Europa y América. Pero el desarrollo normal se interrumpiría; no se podría disponer tal vez de la fuerza de choque en el momento crítico; la lucha decisiva se retrasaría, se postergaría y llevaría aparejados mayores sacrificios.”
Momento crítico, día decisivo, uso de la máxima fuerza concentrada. Incluso, disuasión de masas. De allí la importancia de la mayoría del pueblo como criterio. Mientras menos mayoritaria, la revolución luce mas amenazada por golpes de sorpresa o reveses electorales.
“La ironía de la historia universal lo pone todo patas arriba. Nosotros, los «revolucionarios», los «elementos subversivos», prosperamos mucho más con los medios legales que con los ilegales y la subversión. Los partidos del orden, como ellos se llaman, se van a pique con la legalidad creada por ellos mismos. Exclaman desesperados, con Odilon Barrot: La légalité nous tue, la legalidad nos mata, mientras nosotros echamos, con esta legalidad, músculos vigorosos y carrillos colorados y parece que nos ha alcanzado el soplo de la eterna juventud. Y si nosotros no somos tan locos que nos dejemos arrastrar al combate callejero, para darles gusto, a la postre no tendrán más camino que romper ellos mismos esta legalidad tan fatal para ellos.”
“La subversión socialdemocrática, que por el momento vive de respetar las leyes, sólo podrán contenerla mediante la subversión de los partidos del orden, que no puede prosperar sin violar las leyes (…)Por tanto, si ustedes violan la Constitución del Reich, la socialdemocracia queda en libertad y puede hacer y dejar de hacer con respecto a ustedes lo que quiera. Y lo que entonces querrá, no es fácil que se le ocurra contárselo a ustedes hoy.”
La conclusión es clara: quien rompe el contrato constitucional es el enemigo de la revolución, y ante esta ruptura no queda otro camino que el uso de la fuerza. Para establecer paralelismos con la diferenciación de Gramsci entre grupo dirigente y grupo dominante, Engels termina diciendo:
“Hace casi exactamente 1.600 años, actuaba también en el Imperio romano un peligroso partido de la subversión. Este partido minaba la religión y todos los fundamentos del Estado; negaba de plano que la voluntad del emperador fuese la suprema ley; era un partido sin patria, internacional, que se extendía por todo el territorio del Imperio, desde la Galia hasta Asia y traspasaba las fronteras imperiales. Llevaba muchos años haciendo un trabajo de zapa, subterráneamente, ocultamente, pero hacía bastante tiempo que se consideraba ya con la suficiente fuerza para salir a la luz del día. Este partido de la revuelta, que se conocía por el nombre de los cristianos, tenía también una fuerte representación en el ejército; legiones enteras eran cristianas. Cuando se los enviaba a los sacrificios rituales de la iglesia nacional pagana, para hacer allí los honores, estos soldados de la subversión llevaban su atrevimiento hasta el punto de ostentar en el casco distintivos especiales —cruces— en señal de protesta. Hasta las mismas penas cuartelarias de sus superiores eran inútiles. El emperador Diocleciano no podía seguir contemplando cómo se minaba el orden, la obediencia y la disciplina dentro de su ejército. Intervino enérgicamente, porque todavía era tiempo de hacerlo. Dictó una ley contra los socialistas, digo, contra los cristianos. Fueron prohibidos los mítines de los revoltosos, clausurados e incluso derruidos sus locales, prohibidos los distintivos cristianos —las cruces—, como en Sajonia los pañuelos rojos. Los cristianos fueron incapacitados para desempeñar cargos públicos, no podían ser siquiera cabos. Como por aquel entonces no se disponía aún de jueces tan bien amaestrados respecto a la «consideración de la persona» como los que presupone el proyecto de ley antisubversiva de Herr von Koller, lo que se hizo fue prohibir sin más rodeos a los cristianos que pudiesen reclamar sus derechos ante los tribunales. También esta ley de excepción fue estéril. Los cristianos, burlándose de ella, la arrancaban de los muros y hasta se dice que le quemaron al emperador su palacio, en Nicomedia, hallándose él dentro. Entonces, éste se vengó con la gran persecución de cristianos del año 303 de nuestra era. Fue la última de su género. Y dio tan buen resultado, que diecisiete años después el ejército estaba compuesto predominantemente por cristianos, y el siguiente autócrata del Imperio romano, Constantino, al que los curas llaman el Grande, proclamó el cristianismo religión del Estado.”
De este modo, podemos concluir provisionalmente, a contrapelo de las interpretaciones dogmáticas que:
1) Que el transito al socialismo no es un dogma teórico sino una experiencia donde situaciones, condiciones y métodos de lucha no están determinados a priori.
2) Que la forma de estado donde existen las mayores ventajas para los métodos de lucha legales y el sufragio universal es la República Democrática con amplias libertades políticas.
3) Que incluso bajo esta forma de Estado, existen momentos de fuerza en la política, y que solo cuando la mayoría del pueblo está activamente comprometida con un proyecto socialista, es que se hace muy costoso el uso de la violencia por parte de la clase burguesa.
4) Que es tarea estratégica de un partido socialista, conquistar la mayoría del pueblo, aunque no sean exclusivamente sectores proletarios, aunque en ningún caso en alianza con la burguesía monopólica o transnacional.
5) Que es tarea estratégica de un partido socialista, que la fuerza armada esté compuesta mayoritariamente, por sus miembros o simpatizantes, o que renuncie a la intervención política por prescripciones constitucionales.
5) Que la dinámica de alianzas y conflictos marca la trayectoria histórica de las luchas de clases: no solo desemboca en el fin analizado por Marx en el Manifiesto (opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes), sino a cuatro situaciones: a) transformación revolucionaria, b) exterminio de las fuerzas beligerantes, c) Compromiso de clases-transformismo, d) Contra-revolución.
http://www.aporrea.org/ideologia/a49767.html
Fecha de publicación: 22/01/08
(Polemizando con Celia)
Mucho se repite que es esencial en el tránsito al Socialismo la tesis de la “Dictadura del Proletariado” y la necesidad de actos de fuerza. Sin embargo, mas que defender una tesis histórico-política planteada en las condiciones concretas de las sociedades de clase de la Europa industrial de finales del siglo XIX, llama la atención la falta de atención a la flexibilidad que mostraron el mismo Marx y Engels, frente al cambio de condiciones históricas entre 1848 y 1880, a diferencia de muchos de sus interpretes e incluso falsificadores. Se cita la letra del Manifiesto Comunista o la Crítica al Programa de Gotha, como si fuesen textos sagrados, motivados por una ortodoxia que el Maestro Ludovico Silva despachó con sus adjetivaciones polémicas. Sin embargo, lo singular de una interpretación crítica de los textos clásicos de la tradición socialista, no está tanto en la fidelidad a un trazo inamovible (una exégesis dogmática), sino comprender su dimensión histórica, semántica-pragmática, articulada a campos de batalla interpretativos, además de su vinculación a contextos teórico-políticos abiertos a reinterpretaciones, que afectan incluso dimensiones tácticas y estratégicas. Una revolución es también una apertura a nuevos horizontes interpretativos, a acontecimientos de discurso, que no están alejados por cierto, de una “filosofía de la praxis”, una filosofía de la praxis desde las circunstancias, por cierto.
Se dice que el socialismo es absolutamente imposible sin una revolución socialista. Y para hacerlo, hay que desarticular con actos de fuerza, el poder burgués. Ciertamente, lo que no se dice es que la desarticulación del poder burgués implica, actos de fuerza y actos de opinión, en diversos ámbitos de desarticulación del sistema de dominación y dirección del bloque de poder dominante, tanto en sus planos nacionales como internacionales: económicos, sociales, jurídicos, ideológicos, culturales, y por supuesto militares. Fue Gramsci, quién percibe magistralmente la combinación de coacción y consentimiento, de fuerza y de apoyo de masas.
La desarticulación del poder burgués, no se reduce ni al uso exclusivo de la fuerza, ni a un ámbito exclusivo de desarticulación, ni siquiera a un plano del Estado Nacional. Pensarlo exclusivamente en el plano nacional, es caer en la falsa tentativa del socialismo en un solo país. No hay fortalezas socialistas asediadas, hay formaciones sociales en transición al socialismo, cercadas internacionalmente, constantemente amenazadas por el estancamiento, el desgaste y la regresión histórica. Por tanto, las cosas son menos simples.
La desarticulación del poder burgués implica reconocer el carácter de clase dominante a escala mundial de la burguesía, con sus diferentes fracciones, capas y sectores. La “burguesa nacional”, cuando se analiza aisladamente, genera la falsa impresión del desarrollismo nacional, sin vínculos históricos de dependencia ni de conexión con la escala mundial. Falsa representación de su carácter progresista, e incluso socialista, y proclive a la liberación nacional. Sin embargo, no hay burguesías socialistas, solo hay burguesías capitalistas, tal vez proclives a reformas sociales, a disminuir la desigualdad social, a mejorar la distribución del ingreso, pero a transformar radicalmente el régimen de producción, propiedad y reproducción capitalistas, allí no llegan las burguesías ni nacionales y menos mundiales. Tampoco las burguesías transformarán de motu propio ni el carácter del Estado, ni el régimen de producción y propiedad. Pueden llegarse a compromisos históricos, pero este es otro asunto y otra trayectoria histórica. Una que ni se imaginaron Marx ni Engels.
1.- Lo que dice el Manifiesto (1848):
Dicen Marx-Engels en la Europa industrial de 1848 (Manifiesto Comunista): “el primer paso de la revolución obrera será la exaltación del proletariado al Poder, la conquista de la democracia.” Que significa conquista de la democracia en este contexto histórico. Significa, nada más y nada menos, la construcción de las condiciones y situaciones que hagan posible que el poder político esté en manos del proletariado organizado, para que sea clase gobernante, que los trabajadores gobiernen, no la misma maquina estatal, sino una máquina de administración y gobierno, con otras formas y contenidos, lo que implica transformación democrática del la forma-estado, como Estado en transición.
Mas adelante, plantean: “El proletariado se valdrá del Poder para ir despojando paulatinamente a la burguesía de todo el capital, de todos los instrumentos de la producción, centralizándolos en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase gobernante, y procurando fomentar por todos los medios y con la mayor rapidez posible las energías productivas. Claro está que, al principio, esto sólo podrá llevarse a cabo mediante una acción despótica sobre la propiedad y el régimen burgués de producción, por medio de medidas que, aunque de momento parezcan económicamente insuficientes e insostenibles, en el transcurso del movimiento serán un gran resorte propulsor y de las que no puede prescindiese como medio para transformar todo el régimen de producción vigente.”
Si hay algo que abolir, para los autores del Manifiesto Comunista, es el régimen burgués de producción y propiedad. Sin medias tintas ni concesiones. Así mismo, para Marx-Engels, el Estado representativo es una creación histórica de la burguesía en tiempos de la gran industria y la apertura al mercado mundial: “Hoy, el Poder público viene a ser, pura y simplemente, el Consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa.”
Y por si fuera poco, Marx y Engels tenían plena conciencia de las vinculaciones entre el régimen de propiedad y producción burgués y el Estado para la vida de los trabajadores:
“La industria moderna ha convertido el pequeño taller del maestro patriarcal en la gran fábrica del magnate capitalista. Las masas obreras concentradas en la fábrica son sometidas a una organización y disciplina militares. Los obreros, soldados rasos de la industria, trabajan bajo el mando de toda una jerarquía de sargentos, oficiales y jefes. No son sólo siervos de la burguesía y del Estado burgués, sino que están todos los días y a todas horas bajo el yugo esclavizador de la máquina, del contramaestre, y sobre todo, del industrial burgués dueño de la fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino, más execrable, más indignante, cuanta mayor es la franqueza con que proclama que no tiene otro fin que el lucro.”
La función de mando política y económica de la burguesía se retroalimentan. Por tanto, no puede haber una lucha por democratizar el Poder Público, que no afecte el régimen de producción y propiedad. Las medidas que se anuncian en 1848 en el Manifiesto, son medidas del proletariado organizado como clase gobernante, no de un gobierno burgués. Y Marx-Engels nos dibujan la situación siguiente:
“Tan pronto como, en el transcurso del tiempo, hayan desaparecido las diferencias de clase y toda la producción esté concentrada en manos de la sociedad, el Estado perderá todo carácter político. El Poder político no es, en rigor, más que el poder organizado de una clase para la opresión de la otra. El proletariado se ve forzado a organizarse como clase para luchar contra la burguesía; la revolución le lleva al Poder; mas tan pronto como desde él, como clase gobernante, derribe por la fuerza el régimen vigente de producción, con éste hará desaparecer las condiciones que determinan el antagonismo de clases, las clases mismas, y, por tanto, su propia soberanía como tal clase.”
Finalmente dicen:
“Y a la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, sustituirá una asociación en que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos.”
En el Manifiesto Comunista, la revolución implica actos de fuerza: políticos y económicos. La revolución, como decía Engels hasta 1875, es fundamentalmente un acto autoritario de una clase contra otra clase (De la autoridad, 1873):
“¿Por qué los antiautoritarios no se limitan a clamar contra la autoridad política, contra el Estado? Todos los socialistas están de acuerdo en que el Estado político, y con él la autoridad política, desaparecerán como consecuencia de la próxima revolución social, es decir, que las funciones públicas perderán su carácter político, trocándose en simples funciones administrativas, llamadas a velar por los verdaderos intereses sociales. Pero los antiautoritarios exigen que el Estado político autoritario sea abolido de un plumazo, aun antes de haber sido destruidas las condiciones sociales que lo hicieron nacer. Exigen que el primer acto de la revolución social sea la abolición de la autoridad. ¿No han visto nunca una revolución estos señores? Una revolución es, indudablemente, la cosa más autoritaria que existe; es el acto por medio del cual una parte de la población impone su voluntad a la otra parte por medio de fusiles, bayonetas y cañones, medios autoritarios si los hay; y el partido victorioso, si no quiere haber luchado en vano, tiene que mantener este dominio por medio del terror que sus armas inspiran a los reaccionarios. ¿La Comuna de París habría durado acaso un solo día, de no haber empleado esta autoridad de pueblo armado frente a los burgueses? ¿No podemos, por el contrario, reprocharle el no haberse servido lo bastante de ella?”
Finalmente, sería cuestión de tiempo el logro de una nueva asociación sin diferencias de clase, sin fuerza y sin despotismo.
¿Qué ocurre en la crítica al programa de Gotha (1875)?
2.- Lo que dice la Crítica al programa de Gotha (1875):
Ciertamente, Marx dice: “Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado.” Pero mas adelante, Marx dice: “Pero el programa no se ocupa de esta última, ni del futuro régimen estatal de la sociedad comunista.”
Es decir, aunque Marx plantea que los cambios mediante medios legales sólo caben en una república democrática, como forma de estado, el contenido de clase en una transición no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado. De nuevo, el modelo de la comuna planteado en el Manifiesto. En este modelo, la libertad consiste en convertir al Estado, de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella. Ya vimos que el Manifiesto se habla de una asociación si diferencias ni antagonismos de clase, y del futuro régimen estatal, se dice que será un órgano al servicio, por debajo, subordinado a esta asociación humana. Nada de Estadolatrias como futuro régimen estatal de la sociedad comunista. Además, Marx plantea que la república democrática, como última forma de Estado de la sociedad burguesa, se va a ventilar definitivamente por la fuerza de las armas, la lucha de clases. Incluso en la República democrática, para Marx, el antagonismo de clases pasará por un momento de fuerza. En su horizonte mental, nada de transiciones pacíficas. Revolución es la táctica de la fuerza.
Ahora bien, y aquí entramos al terreno de la polémica que queremos destacar, Engels escribe en 1895, como prólogo a la “Lucha de clases en Francia” unas líneas que conmueven las bases de toda la argumentación precedente.
3.- El prologo de Engels de 1895 a la “lucha de clases en Francia”: la revolución de la mayoría.
“Cuando estalló la revolución de Febrero, todos nosotros nos hallábamos, en lo tocante a nuestra manera de representarnos las condiciones y el curso de los movimientos revolucionarios, bajo la fascinación de la experiencia histórica anterior, particularmente la de Francia. ¿No era precisamente de este país, que jugaba el primer papel en toda la historia europea desde 1789, del que también ahora partía nuevamente la señal para la subversión general? Era, pues, lógico e inevitable que nuestra manera de representarnos el carácter y la marcha de la revolución «social» proclamada en París en febrero de 1848, de la revolución del proletariado, estuviese fuertemente teñida por el recuerdo de los modelos de 1789 y de 1830.”
Engels continua: “Pero la historia nos dio también a nosotros un mentís y reveló como una ilusión nuestro punto de vista de entonces. Y fue todavía más allá: no sólo destruyó el error en que nos encontrábamos, sino que además transformó de arriba abajo las condiciones de lucha del proletariado. El método de lucha de 1848 está hoy anticuado en todos los aspectos, y es éste un punto que merece ser investigado ahora más detenidamente.”
Es decir, la historia reveló como un error un anterior punto de vista, transformó de arriba abajo las condiciones y el método de lucha del proletariado. Nada más y nada menos. Ruptura con cualquier lectura dogmática del Manifiesto y de la crítica del programa de Gotha. Nada de citas sagradas: “la historia reveló como una ilusión nuestro punto de vista.”: es decir, la manera de representarse el carácter y la marcha de la revolución social, fuertemente teñida por el recuerdo de los modelos de 1789 y de 1830. Representaciones, modelos, recuerdo, puntos de vista, ilusiones, tiempo, historia. Estas son palabras claves para desarmar el dogmatismo.
Como Marx decía en el 18 Brumario: “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su exilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal.” Ni Marx ni Engels ni nosotros podemos desligarnos, sin una crítica radical, de los “espíritus del pasado”, de “ese lenguaje prestado”, para representar una nueva escena… Allí esta la revolución y el tiempo histórico como nueva escena, como acontecimiento, como discontinuidad.
“Hasta aquella fecha todas las revoluciones se habían reducido a la sustitución de una determinada dominación de clase por otra; pero todas las clases dominantes anteriores sólo eran pequeñas minorías, comparadas con la masa del pueblo dominada. Una minoría dominante era derribada, y otra minoría empuñaba en su lugar el timón del Estado y amoldaba a sus intereses las instituciones estatales. Este papel correspondía siempre al grupo minoritario capacitado para la dominación y llamado a ella por el estado del desarrollo económico y, precisamente por esto y sólo por esto, la mayoría dominada, o bien intervenía a favor de aquélla en la revolución o aceptaba la revolución tranquilamente. Pero, prescindiendo del contenido concreto de cada caso, la forma común a todas estas revoluciones era la de ser revoluciones minoritarias. Aun cuando la mayoría cooperase a ellas, lo hacia —consciente o inconscientemente— al servicio de una minoría; pero esto, o simplemente la actitud pasiva, la no resistencia por parte de la mayoría, daba al grupo minoritario la apariencia de ser el representante de todo el pueblo.”
Aquí Engels, nos da claves de los fenómenos de consenso pasivo: “la actitud pasiva, la no resistencia por parte de la mayoría, daba al grupo minoritario la apariencia de ser el representante de todo el pueblo.”
“Después del primer éxito grande, la minoría vencedora solía escindirse: una parte estaba satisfecha con lo conseguido; otra parte quería ir todavía más allá y presentaba nuevas reivindicaciones que en parte, al menos, iban también en interés real o aparente de la gran muchedumbre del pueblo. En algunos casos, estas reivindicaciones más radicales eran satisfechas también; pero, con frecuencia, sólo por el momento, pues el partido más moderado volvía a hacerse dueño de la situación y lo conquistado en el último tiempo se perdía de nuevo, total o parcialmente; y entonces, los vencidos clamaban traición o achacaban la derrota a la mala suerte. Pero, en realidad, las cosas ocurrían casi siempre así: las conquistas de la primera victoria sólo se consolidaban mediante la segunda victoria del partido más radical; una vez conseguido esto, y con ello lo necesario por el momento, los radicales y sus éxitos desaparecían nuevamente de la escena.”
“Todas las revoluciones de los tiempos modernos, a partir de la gran revolución inglesa del siglo XVII, presentaban estos rasgos, que parecían inseparables de toda lucha revolucionaria. Y estos rasgos parecían aplicables también a las luchas del proletariado por su emancipación; tanto más cuanto que precisamente en 1848 eran contados los que comprendían más o menos en qué sentido había que buscar esta emancipación. Hasta en París, las mismas masas proletarias ignoraban en absoluto, incluso después del triunfo, el camino que había que seguir. Y, sin embargo, el movimiento estaba allí, instintivo, espontáneo, incontenible. ¿No era ésta precisamente la situación en que una revolución tenía que triunfar, dirigida, es verdad, por una minoría; pero esta vez no en interés de la minoría, sino en el más genuino interés de la mayoría? Si en todos los períodos revolucionarios más o menos prolongados, las grandes masas del pueblo se dejaban ganar tan fácilmente por las vanas promesas, con tal de que fuesen plausibles, de las minorías ambiciosas, ¿cómo habían de ser menos accesibles a unas ideas que eran el más fiel reflejo de su situación económica, que no eran más que la expresión clara y racional de sus propias necesidades, que ellas mismas aún no comprendían y que sólo empezaban a sentir de un modo vago? Cierto es que este espíritu revolucionario de las masas había ido seguido casi siempre, y por lo general muy pronto, de un cansancio e incluso de una reacción en sentido contrario en cuanto se disipaba la ilusión y se producía el desengaño. Pero aquí no se trataba de promesas vanas, sino de la realización de los intereses más genuinos de la gran mayoría misma; intereses que por aquel entonces esta gran mayoría distaba mucho de ver claros, pero que no había de tardar en ver con suficiente claridad, convenciéndose por sus propios ojos al llevarlos a la práctica.”
“La historia nos ha dado un mentís, a nosotros y a cuantos pensaban de un modo parecido. Ha puesto de manifiesto que, por aquel entonces, el estado del desarrollo económico en el continente distaba mucho de estar maduro para poder eliminar la producción capitalista; lo ha demostrado por medio de la revolución económica que desde 1848 se ha adueñado de todo el continente, dando, por vez primera, verdadera carta de naturaleza a la gran industria en Francia, Austria, Hungría, Polonia y últimamente en Rusia, y haciendo de Alemania un verdadero país industrial de primer orden. Y todo sobre la base capitalista, lo cual quiere decir que esta base tenía todavía, en 1848, gran capacidad de extensión. Pero ha sido precisamente esta revolución industrial la que ha puesto en todas partes claridad en las relaciones de clase, la que ha eliminado una multitud de formas intermedias, legadas por el período manufacturero y, en la Europa Oriental, incluso por el artesanado gremial, creando y haciendo pasar al primer plano del desarrollo social una verdadera burguesía y un verdadero proletariado de gran industria. Y, con esto, la lucha entre estas dos grandes clases que en 1848, fuera de Inglaterra, sólo existía en París y a lo sumo en algunos grandes centros industriales, se ha extendido a toda Europa y ha adquirido una intensidad que en 1848 era todavía inconcebible. Entonces, reinaba la multitud de confusos evangelios de las diferentes sectas, con sus correspondientes panaceas; hoy, una sola teoría, reconocida por todos, la teoría de Marx, clara y transparente, que formula de un modo preciso los objetivos finales de la lucha. Entonces, las masas escindidas y diferenciadas por localidades y nacionalidades, unidas sólo por el sentimiento de las penalidades comunes, poco desarrolladas, no sabiendo qué partido tomar en definitiva y cayendo desconcertadas unas veces en el entusiasmo y otras en la desesperación; hoy, el gran ejército único, el ejército internacional de los socialistas, que avanza incontenible y crece día por día en número, en organización, en disciplina, en claridad de visión y en seguridad de vencer. El que incluso este potente ejército del proletariado no hubiese podido alcanzar todavía su objetivo, y, lejos de poder conquistar la victoria en un gran ataque decisivo, tuviese que avanzar lentamente, de posición en posición, en una lucha dura y tenaz, demuestra de un modo concluyente cuán imposible era, en 1848, conquistar la transformación social simplemente por sorpresa.”
Y Engels, hace un giro de 180 grados desde los medios de lucha violentos, insurreccionales, y de las barricadas, a las ventajas y beneficios del sufragio universal, del parlamento, y de posibles leyes socialistas. Veamos:
“Gracias a la inteligencia con que los obreros alemanes supieron utilizar el sufragio universal, implantado en 1866, el crecimiento asombroso del partido aparece en cifras indiscutibles a los ojos del mundo entero. 1871: 102.000 votos socialdemócratas; 1874: 352.000; 1877: 493.000. Luego, vino el alto reconocimiento de estos progresos por la autoridad: la ley contra los socialistas; el partido fue temporalmente destrozado y, en 1881, el número de votos descendió a 312.000. Pero se sobrepuso pronto y ahora, bajo el peso de la ley de excepción, sin prensa; sin una organización legal, sin derecho de asociación ni de reunión, fue cuando comenzó verdaderamente a difundirse con rapidez 1884: 550.000 votos; 1887: 763.000; 1890: 1.427.000. Al llegar aquí, se paralizó la mano del Estado. Desapareció la ley contra los socialistas y el número de votos socialistas ascendió a 1.787.000, más de la cuarta parte del total de votos emitidos. El Gobierno y las clases dominantes habían apurado todos los medios; estérilmente, sin objetivo y sin resultado alguno. Las pruebas tangibles de su impotencia, que las autoridades, desde el sereno hasta el canciller del Reich, habían tenido que tragarse —¡y que venían de los despreciados obreros!—, estas pruebas se contaban por millones. El Estado había llegado a un atolladero y los obreros apenas comenzaban su avance.”
“El primer gran servicio que los obreros alemanes prestaron a su causa consistió en el mero hecho de su existencia como Partido Socialista que superaba a todos en fuerza, en disciplina y en rapidez de crecimiento. Pero además prestaron otro: suministraron a sus camaradas de todos los países un arma nueva, una de las más afiladas, al hacerles ver cómo se utiliza el sufragio universal. El sufragio universal existía ya desde hacía largo tiempo en Francia, pero se había desacreditado por el empleo abusivo que había hecho de él el Gobierno bonapartista. Y después de la Comuna no se disponía de un partido obrero para emplearlo. También en España existía este derecho desde la República, pero en España todos los partidos serios de oposición habían tenido siempre por norma la abstención electoral. Las experiencias que se habían hecho en Suiza con el sufragio universal servían también para todo menos para alentar a un partido obrero. Los obreros revolucionarios de los países latinos se habían acostumbrado a ver en el derecho de sufragio una añagaza, un instrumento de engaño en manos del Gobierno. En Alemania no ocurrió así. Ya el "Manifiesto Comunista" había proclamado la lucha por el sufragio universal, por la democracia, como una de las primeras y más importantes tareas del proletariado militante, y Lassalle había vuelto a recoger este punto. Y cuando Bismarck se vio obligado a introducir el sufragio universal como único medio de interesar a las masas del pueblo por sus planes, nuestros obreros tomaron inmediatamente la cosa en serio y enviaron a Augusto Bebel al primer Reichstag Constituyente. Y, desde aquel día, han utilizado el derecho de sufragio de un modo tal, que les ha traído incontables beneficios y ha servido de modelo para los obreros de todos los países. Para decirlo con las palabras del programa marxista francés, han transformado el sufragio universal de moyen de duperie qu'il a été jusqu'ici en instrument d'émancipation —de medio de engaño, que había sido hasta aquí, en instrumento de emancipación.”
“Y aunque el sufragio universal no hubiese aportado más ventaja que la de permitirnos hacer un recuento de nuestras fuerzas cada tres años; la de acrecentar en igual medida, con el aumento periódicamente constatado e inesperadamente rápido del número de votos, la seguridad en el triunfo de los obreros y el terror de sus adversarios, convirtiéndose con ello en nuestro mejor medio de propaganda; la de informarnos con exactitud acerca de nuestra fuerza y de la de todos los partidos adversarios, suministrándonos así el mejor instrumento posible para calcular las proporciones de nuestra acción y precaviéndonos por igual contra la timidez a destiempo y contra la extemporánea temeridad; aunque no obtuviésemos del sufragio universal más ventaja que ésta, bastaría y sobraría. Pero nos ha dado mucho más. Con la agitación electoral, nos ha suministrado un medio único para entrar en contacto con las masas del pueblo allí donde están todavía lejos de nosotros, para obligar a todos los partidos a defender ante el pueblo, frente a nuestros ataques, sus ideas y sus actos; y, además, abrió a nuestros representantes en el parlamento una tribuna desde lo alto de la cual pueden hablar a sus adversarios en la Cámara y a las masas fuera de ella con una autoridad y una libertad muy distintas de las que se tienen en la prensa y en los mítines. ¿Para qué les sirvió al Gobierno y a la burguesía su ley contra los socialistas, si las campañas de agitación electoral y los discursos socialistas en el parlamento constantemente abrían brechas en ella?”
“Pero con este eficaz empleo del sufragio universal entraba en acción un método de lucha del proletariado totalmente nuevo, método de lucha que se siguió desarrollando rápidamente. Se vio que las instituciones estatales en las que se organizaba la dominación de la burguesía ofrecían nuevas posibilidades a la clase obrera para luchar contra estas mismas instituciones. Y se tomó parte en las elecciones a las dietas provinciales, a los organismos municipales, a los tribunales de artesanos, se le disputó a la burguesía cada puesto, en cuya provisión mezclaba su voz una parte suficiente del proletariado. Y así se dio el caso de que la burguesía y el Gobierno llegasen a temer mucho más la actuación legal que la actuación ilegal del partido obrero, más los éxitos electorales que los éxitos insurreccionales.”
“Pues también en este terreno habían cambiado sustancialmente las condiciones de la lucha. La rebelión al viejo estilo, la lucha en las calles con barricadas, que hasta 1848 había sido la decisiva en todas partes, estaba considerablemente anticuada.”
Y no quiere decir todo esto, a contracorriente de las lecturas del reformismo electoralista socialdemócrata, que la fuerza hubiese desaparecido de la política:
“¿Quiere decir esto que en el futuro los combates callejeros no vayan a desempeñar ya papel alguno? Nada de eso. Quiere decir únicamente que, desde 1848, las condiciones se han hecho mucho más desfavorables para los combatientes civiles y mucho más ventajosas para las tropas. Por tanto, una futura lucha de calles sólo podrá vencer si esta desventaja de la situación se compensa con otros factores. Por eso se producirá con menos frecuencia en los comienzos de una gran revolución que en el transcurso ulterior de ésta y deberá emprenderse con fuerzas más considerables. Y éstas deberán, indudablemente, como ocurrió en toda la gran revolución francesa, así como el 4 de septiembre y el 31 de octubre de 1870, en París, preferir el ataque abierto a la táctica pasiva de barricadas.”
“¿Comprende el lector, ahora, por qué los poderes imperantes nos quieren llevar a todo trance allí donde disparan los fusiles y dan tajos los sables? ¿Por qué hoy nos acusan de cobardía porque no nos lanzamos sin más a la calle, donde de antemano sabemos que nos aguarda la derrota? ¿Por qué nos suplican tan encarecidamente que juguemos, al fin, una vez, a ser carne de cañón?”
“Si han cambiado las condiciones de la guerra entre naciones, no menos han cambiado las de la lucha de clases. La época de los ataques por sorpresa, de las revoluciones hechas por pequeñas minorías conscientes a la cabeza de las masas inconscientes, ha pasado. Allí donde se trate de una transformación completa de la organización social tienen que intervenir directamente las masas, tienen que haber comprendido ya por sí mismas de qué se trata, por qué dan su sangre y su vida. Esto nos lo ha enseñado la historia de los últimos cincuenta años. Y para que las masas comprendan lo que hay que hacer, hace falta una labor larga y perseverante. Esta labor es precisamente la que estamos realizando ahora, y con un éxito que sume en la desesperación a nuestros adversarios.”
La conclusión es tajante: No hay victoria duradera posible a menos que se gane de antemano a la gran masa del pueblo. Ganarse a la mayoría del pueblo, esa es la función del partido.
De allí que Engels plantee en 1895:
“Hoy podemos contar ya con dos millones y cuarto de electores. Si este avance continúa, antes de terminar el siglo habremos conquistado la mayor parte de las capas intermedias de la sociedad, tanto los pequeños burgueses como los pequeños campesinos y nos habremos convertido en la potencia decisiva del país, ante la que tendrán que inclinarse, quieran o no, todas las demás potencias. Mantener en marcha ininterrumpidamente este incremento, hasta que desborde por sí mismo el sistema de gobierno actual; no desgastar en operaciones de descubierta esta fuerza de choque que se fortalece diariamente, sino conservarla intacta hasta el día decisivo: tal es nuestra tarea principal. Y sólo hay un medio para poder contener momentáneamente el crecimiento constante de las fuerzas socialistas de combate en Alemania e incluso para llevarlo a un retroceso pasajero: un choque en gran escala con las tropas, una sangría como la de 1871 en París. Aunque, a la larga, también esto se superaría. Para borrar del mundo a tiros un partido de millones de hombres no bastan todos los fusiles de repetición de Europa y América. Pero el desarrollo normal se interrumpiría; no se podría disponer tal vez de la fuerza de choque en el momento crítico; la lucha decisiva se retrasaría, se postergaría y llevaría aparejados mayores sacrificios.”
Momento crítico, día decisivo, uso de la máxima fuerza concentrada. Incluso, disuasión de masas. De allí la importancia de la mayoría del pueblo como criterio. Mientras menos mayoritaria, la revolución luce mas amenazada por golpes de sorpresa o reveses electorales.
“La ironía de la historia universal lo pone todo patas arriba. Nosotros, los «revolucionarios», los «elementos subversivos», prosperamos mucho más con los medios legales que con los ilegales y la subversión. Los partidos del orden, como ellos se llaman, se van a pique con la legalidad creada por ellos mismos. Exclaman desesperados, con Odilon Barrot: La légalité nous tue, la legalidad nos mata, mientras nosotros echamos, con esta legalidad, músculos vigorosos y carrillos colorados y parece que nos ha alcanzado el soplo de la eterna juventud. Y si nosotros no somos tan locos que nos dejemos arrastrar al combate callejero, para darles gusto, a la postre no tendrán más camino que romper ellos mismos esta legalidad tan fatal para ellos.”
“La subversión socialdemocrática, que por el momento vive de respetar las leyes, sólo podrán contenerla mediante la subversión de los partidos del orden, que no puede prosperar sin violar las leyes (…)Por tanto, si ustedes violan la Constitución del Reich, la socialdemocracia queda en libertad y puede hacer y dejar de hacer con respecto a ustedes lo que quiera. Y lo que entonces querrá, no es fácil que se le ocurra contárselo a ustedes hoy.”
La conclusión es clara: quien rompe el contrato constitucional es el enemigo de la revolución, y ante esta ruptura no queda otro camino que el uso de la fuerza. Para establecer paralelismos con la diferenciación de Gramsci entre grupo dirigente y grupo dominante, Engels termina diciendo:
“Hace casi exactamente 1.600 años, actuaba también en el Imperio romano un peligroso partido de la subversión. Este partido minaba la religión y todos los fundamentos del Estado; negaba de plano que la voluntad del emperador fuese la suprema ley; era un partido sin patria, internacional, que se extendía por todo el territorio del Imperio, desde la Galia hasta Asia y traspasaba las fronteras imperiales. Llevaba muchos años haciendo un trabajo de zapa, subterráneamente, ocultamente, pero hacía bastante tiempo que se consideraba ya con la suficiente fuerza para salir a la luz del día. Este partido de la revuelta, que se conocía por el nombre de los cristianos, tenía también una fuerte representación en el ejército; legiones enteras eran cristianas. Cuando se los enviaba a los sacrificios rituales de la iglesia nacional pagana, para hacer allí los honores, estos soldados de la subversión llevaban su atrevimiento hasta el punto de ostentar en el casco distintivos especiales —cruces— en señal de protesta. Hasta las mismas penas cuartelarias de sus superiores eran inútiles. El emperador Diocleciano no podía seguir contemplando cómo se minaba el orden, la obediencia y la disciplina dentro de su ejército. Intervino enérgicamente, porque todavía era tiempo de hacerlo. Dictó una ley contra los socialistas, digo, contra los cristianos. Fueron prohibidos los mítines de los revoltosos, clausurados e incluso derruidos sus locales, prohibidos los distintivos cristianos —las cruces—, como en Sajonia los pañuelos rojos. Los cristianos fueron incapacitados para desempeñar cargos públicos, no podían ser siquiera cabos. Como por aquel entonces no se disponía aún de jueces tan bien amaestrados respecto a la «consideración de la persona» como los que presupone el proyecto de ley antisubversiva de Herr von Koller, lo que se hizo fue prohibir sin más rodeos a los cristianos que pudiesen reclamar sus derechos ante los tribunales. También esta ley de excepción fue estéril. Los cristianos, burlándose de ella, la arrancaban de los muros y hasta se dice que le quemaron al emperador su palacio, en Nicomedia, hallándose él dentro. Entonces, éste se vengó con la gran persecución de cristianos del año 303 de nuestra era. Fue la última de su género. Y dio tan buen resultado, que diecisiete años después el ejército estaba compuesto predominantemente por cristianos, y el siguiente autócrata del Imperio romano, Constantino, al que los curas llaman el Grande, proclamó el cristianismo religión del Estado.”
De este modo, podemos concluir provisionalmente, a contrapelo de las interpretaciones dogmáticas que:
1) Que el transito al socialismo no es un dogma teórico sino una experiencia donde situaciones, condiciones y métodos de lucha no están determinados a priori.
2) Que la forma de estado donde existen las mayores ventajas para los métodos de lucha legales y el sufragio universal es la República Democrática con amplias libertades políticas.
3) Que incluso bajo esta forma de Estado, existen momentos de fuerza en la política, y que solo cuando la mayoría del pueblo está activamente comprometida con un proyecto socialista, es que se hace muy costoso el uso de la violencia por parte de la clase burguesa.
4) Que es tarea estratégica de un partido socialista, conquistar la mayoría del pueblo, aunque no sean exclusivamente sectores proletarios, aunque en ningún caso en alianza con la burguesía monopólica o transnacional.
5) Que es tarea estratégica de un partido socialista, que la fuerza armada esté compuesta mayoritariamente, por sus miembros o simpatizantes, o que renuncie a la intervención política por prescripciones constitucionales.
5) Que la dinámica de alianzas y conflictos marca la trayectoria histórica de las luchas de clases: no solo desemboca en el fin analizado por Marx en el Manifiesto (opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes), sino a cuatro situaciones: a) transformación revolucionaria, b) exterminio de las fuerzas beligerantes, c) Compromiso de clases-transformismo, d) Contra-revolución.
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