lunes, 7 de enero de 2008

PC DE LA ARGENTINA 90 ANIVERSARIO

Breve introducción a la historia de los comunistas
ANTECEDENTES HISTORICOS
4.1. Los antecedentes de la tradición revolucionaria
Los comunistas pertenecemos a una de las culturas políticas más antiguas de la Argentina. De hecho, desde 1850 en adelante existen periódicos y esfuerzos organizativos por parte de representantes de la población negra (El proletario, 1857) y de grupos de inmigrantes europeos con antigua tradición de lucha (Sección Francesa de la Primera Internacional en Buenos Aires,1872).

El antecedente directo más antiguo de la tradición política socialista y comunista se remonta a la Comisión Organizadora de los actos del Primero de Mayo de 1890 (en simultaneo con la celebración mundial por vez primera), que se realizaron en Buenos Aires, Rosario, Bahía Blanca y Chivilcoy, dado que esta acción constituyó el primer intento por fundir la cultura revolucionaria con el movimiento obrero realmente existente.

Y eso es precisamente el comunismo como movimiento social.

Desde 1857, año en que se funda la Sociedad Tipográfica Bonaerense, transcurría un proceso de tránsito desde las formas mutualistas a la de organizaciones de lucha de la clase obrera por sus derechos (en 1877 los mismos gráficos protagonizan la primera huelga proletaria) y contra el sistema capitalista. Proceso que es el que desemboca en mayo de 1890.

De aquella Comisión Organizadora -conservamos sus nombres: José Winiger, Nohle Schultz, August Khun y Marcelo Jacqueller-, surgió luego el intento de organizar una central obrera en la Argentina, que tuvo en el periódico El obrero de Germán Ave Lallemant su órgano de clara definición marxista.

Al fracasar la formación de la Federación Obrera Argentina, en 1892 se tomó la decisión de constituir la Agrupación Socialista. En 1894 se funda el periódico socialista La Vanguardia, y en 1896 ya se constituye formalmente el Partido Socialista, en cuya fundación participaron algunos de los más renombrados intelectuales de la época: José Ingenieros, Roberto Payró y Leopoldo Lugones, entre otros.

Desde su segundo Congreso, el Dr. Juan B. Justo se convirtió en el principal referente, llevando al Partido Socialista todas las contradicciones, virtudes y límites que hoy se pueden analizar de quien fue traductor del primer tomo de El Capital de Carlos Marx, un intelectual de nota que utilizaba, indistintamente nociones del positivismo y el liberalismo, junto con ideas socialistas, con el resultado que es de imaginar.

4.2. La Argentina que pretendían subvertir los fundadores

La generación del '80 es la que consuma la organización del Estado capitalista en la Argentina, completando las tareas pendientes que la alianza de comerciantes y herederos de los conquistadores españoles no había podido resolver luego de la ruptura del dominio colonial (la Revolución de Mayo de 1810), que recién pudo abordar al finalizar la disputa abierta entre los distintos grupos de poder regional con la oligarquía porteña (la guerra civil entre caudillos que duró casi hasta 1880).
Para ello necesitaban:

Transformar la ciudad de Buenos Aires en la Capital Federal;

Disolver (y / o aplastar) los Ejércitos Provinciales y constituir un único Ejército Nacional;
Estabilizar una relación de subordinación complementaria con el Imperio Británico que se conoció con el nombre de modelo de desarrollo capitalista agro/exportador, pero que requirió de endeudamiento externo (desde aquel primer empréstito de Rivadavia con la Baring Brothers) y del incentivo de la inmigración europea para poner las tierras a producir y contando con mano de obra, barata y relativamente calificada, para la industria naciente.

Para fines del siglo XIX el modo de dominación, orden conservador le llaman los historiadores profesionales, mostraba sus límites para contener a los nuevos actores sociales: los trabajadores y las capas medias urbanas y rurales. La Rebelión del Parque de 1890, de la cual surgiría la primera Unión Cívica Radical, marcaba la presencia y reclamos de estos sectores.

La respuesta de la oligarquía sería la ley Sáenz Peña de 1912, que instauraba el voto masculino obligatorio, y que buscaba la integración al sistema de los sectores subalternos. La llegada de Irigoyen al gobierno en 1916, si bien lleva al sillón de Rivadavia a la figura no esperada, consuma la maniobra política y logra estabilizar el dominio burgués, más allá de las peleas puntuales entre distintos sectores del bloque de poder.

4.3. El nacimiento del Partido Comunista

El esfuerzo por integrar los reclamos y neutralizar las luchas sociales con las elecciones, también tiene éxito con los socialistas; entre quienes los sucesivos avances electorales refuerzan la tendencia a suplantar el objetivo revolucionario de abolir el capitalismo y construir el socialismo, por la ilusión de reformarlo sucesivamente hasta que, sin mediar la toma del poder, se auto transforme en socialismo democrático.

La tendencia al reformismo se articulaba con un corrimiento generalizado a la derecha en casi todo el movimiento socialista mundial de la época (del que se salvaban los bolcheviques rusos de Lenin, los seguidores de Rosa Luxemburgo en Alemania, y no muchos más).

El electoralismo se expresa de un modo muy agudo en los intentos de despolitizar la labor sindical y juvenil. Y es desde esos sectores que vendrá la resistencia al reformismo. Resaltan en esos esfuerzos la constitución de la Comisión de Propaganda Gremial, en 1914 y la fundación de la Federación Juvenil Socialista, en 1916.

Con el comienzo de la Primera Guerra Mundial, los debates se agudizan y las posiciones se separan: la mayoría de la dirección y la totalidad de los legisladores se deslizan hacia un intervencionismo pro / Entente (Gran Bretaña, Francia, Rusia, EE.UU., etc.) como un modo de sacar provecho electoral de la neutralidad asumida por Irigoyen. En abril de 1917 el Partido Socialista realiza un Congreso Extraordinario e imprevistamente el grupo de izquierda consigue aprobar un mandato prohibiendo a los legisladores socialistas convalidar medidas belicistas. En setiembre, con la excusa del ataque por los alemanes a un barco argentino, los diputados aprueban leyes de tal carácter desatando una crisis de proporciones en el Partido Socialista. Al advertir la gravedad de la situación, los diputados apelan a una maniobra oportunista: amenazan renunciar a las bancas si no se les renueva la confianza cambiando el eje de la discusión del hecho de haber violado las resoluciones congresales y llevado al Partido, a una posición seguidista del imperialismo inglés.

La maniobra se abre paso, chantajeados por la perspectiva de perder la representación parlamentaria, la mayoría de los militantes del partido se pronuncia por la dirección, y ésta genera una dinámica para expulsar a los internacionalistas, los que, estimulados por el triunfo de la Revolución Socialista en Rusia en noviembre de 1917 y la euforia revolucionaria que se expande por todo el mundo, deciden abandonar el Partido Socialista, realizar su propio Congreso y fundar un nuevo partido: el Partido Socialista Internacionalista, más tarde Partido Comunista.

Era el 6 de enero de 1918.

El primer Comité Ejecutivo del nuevo partido estuvo encabezado por Luis Emilio Recabarren (que fuera años después fundador del partido chileno), Guido A. Cartey, Juan Ferlini, Arturo Blanco, Aldo Cantoni (más tarde, uno de los fundadores del bloquismo sanjuanino), Pedro E. Zibechi, Carlos Pascali, José Alonso, Emilio González Mellén y Alberto Palcos (luego miembro de la Academia Nacional de Historia).

Difunden un Manifiesto que explica lo sucedido al pueblo: El Partido Socialista, ha expulsado de su seno, deliberada y concientemente al socialismo. No pertenecemos más al Partido Socialista. Pero el Partido Socialista no pertenece más al socialismo. Denunciar esta verdad a los trabajadores y fundar el verdadero Partido Socialista Internacional son deberes morales imperativos a los cuales no podremos sustraernos sin traicionar cobardemente al proletariado y a nuestra conciencia socialista. Lucharemos en defensa de los intereses de los trabajadores. Pero cuando breguemos por el programa mínimo será a condición de abonarlo, de empaparlo, por decirlo así, en la levadura revolucionaria del programa máximo, consistente en la propiedad colectiva, por cuya implantación, a la mayor brevedad, lucharemos sin descanso y sin temores.

A los pocos meses, en la primera elección del Consejo Deliberante de la Capital Federal, el nuevo partido consigue elegir un concejal, Juan Ferlini. En la segunda elección se sumaria como Concejal, José F. Penelón, acaso el dirigente mas popular en los primeros años.
Los primeros diez años del partido son años de intensos esfuerzos por aportar a las grandes luchas obreras, estudiantiles y populares: la Semana Trágica, la Patagonia Rebelde, la Reforma Universitaria, la huelga de los trabajadores de La Forestal en el norte santafesino, de los portuarios de Rosario y Buenos Aires, etc. logrando, en general, jugar un buen papel en cada una de ellas.

Miguel Contreras, desde la dirección de la Federación Obrera Cordobesa, va al encuentro del movimiento juvenil de la Reforma y contribuye a fundar una consigna que aún resuena: Obreros y estudiantes, unidos y adelante. El comunista Albino Argüelles es junto con el gallego Soto, de inspiración anarquista, organizador y dirigente de las huelgas de la Patagonia Rebelde, que serán aplastadas por la represión militar asentida por el gobierno radical de Irigoyen. Argüelles fue fusilado por un oficial de apellido Anaya. Marcos Kaner, uno de los anarquistas que más aportó a organizar los mensúes de La Forestal en el Chaco Santafesino, organizador de huelgas y rebeliones populares en todo el noreste argentino -que llegó a dirigir el copamiento de la ciudad paraguaya de Encarnación como parte de un plan para tomar el poder- se afilió más tarde al Partido Comunista.

4.4. La estrategia del frente democrático nacional

Durante la primera década de vida del partido se suceden los congresos (ocho en diez años), las discusiones ardorosas, los cambios de dirección nacional y regional en un proceso de búsquedas que tiene algunos ejes de debate: la aceptación o no de las veintiuna condiciones exigidas por la Internacional Comunista para admitirlos como miembros; la adopción o no de un programa mínimo (una plataforma reivindicativa de emergencia diríamos hoy) y la actitud hacia las cuestiones institucionales (participación en las elecciones, etc.), la cuestión de la organización sindical, el carácter de la revolución necesaria, las fuerzas motrices y las alianzas posibles.
Sólo la intervención de la Internacional Comunista saldará los debates y ayudará a la instalación de un grupo como dirigente; es el encabezado por Victorio Codovilla, Rodolfo y Orestes Ghioldi, Paulino González Alberdi que, más allá de los cargos formales, las incorporaciones y desplazamientos o los cambios de roles, mantendrían la dirección real del partido en sus manos hasta principios de la década del '80: más de cincuenta años.
La participación de la Internacional se materializa en dos hechos: la carta enviada en 1925, previa al VIIº Congreso, en que se toma partido contra los chispistas de Juan Penelón decidiendo la disputa a favor del grupo encabezado por Victorio Codovilla; y la designación del suizo Droz al frente del secretariado latinoamericano de la Internacional Comunista en 1928.

Droz impone una visión sobre la revolución latinoamericana, que es una mala copia de la estrategia diseñada para las colonias europeas en Asia y el lejano Oriente: frente con las burguesías nacionales para cumplir tareas de una revolución democrática burguesa desestimando el pensamiento de los lideres latinoamericanos como el cubano José Antonio Mella, el chileno Emilio Recabarren, el mismo Victorio Codovilla y especialmente a José Carlos Mariátegui que es, entre todos ellos, quien más lejos llega en pensar la revolución americana desde un marxismo creador, y con cabeza propia.

José Carlos Mariátegui pensaba que el socialismo tenía raíces propias en las tradiciones colectivistas de los Incas, que las burguesías nacionales habían nacido cipayas del Imperio y que la revolución necesaria era una revolución socialista que requería de partidos revolucionarios capaces de constituir alianzas populares, pero bajo su hegemonía, no la de proyectos populistas o democrático burgueses. Bajo el nombre de Tesis antimperialistas mandó esas ideas a la Conferencia Comunista de Sud América de junio del '28, pero sus propuestas fueron derrotadas.

Hay un hilo conductor entre el VIII Congreso partidario de 1928 y la Conferencia Comunista del Cono Sur de junio de 1929: allí se afirma una concepción de la revolución por etapas, en acuerdo con la burguesía nacional, con un proceso de acumulación de fuerzas pacífico, con tareas antiimperialistas y antilatifundistas que permitan completar lo que se estimaba era un desarrollo capitalista insuficiente (por el peso del latifundio) y deformado (por la dependencia del imperialismo).

Y lo más grave, una tendencia a que el pensamiento dogmático se convierta en hegemónico entre nosotros, tal como venía ocurriendo en el movimiento comunista internacional a la muerte de Lenin y la instalación de una nueva dirección estratégica encabezada por Stalin, en el propio partido bolchevique, que había conducido la Revolución Rusa y orientado la IIIº Internacional. Un pensamiento dogmático que limitó al marxismo como herramienta teórica, debilitó la lucha revolucionaria y que se convirtió en nuestro mayor lastre.

4.5. Los gloriosos treinta

A pesar de estas definiciones estratégicas, en lo táctico se abrió paso un enfoque de clase contra clase impulsada en esos años por la Internacional Comunista para todo el mundo, que fortalece la tendencia a la proletarización de los cuadros y permite lo que -acaso- haya sido el momento de mayor inserción de los comunistas argentinos en la clase obrera: los nombres de Rufino Gómez, petrolero de Comodoro Rivadavia y jefe de la huelga general de 1934 a pesar de que el gobierno del Territorio Nacional era Militar; de José Peter, trabajador de la carne que desde el Swift de Campana primero, y de Berisso después, construye la Federación Obrera de la Carne que organiza las heroicas huelgas de 1932, de Vicente Marishi, organizador de la huelga de los trabajadores de la madera de 1934, y sobre todo el de los líderes de la construcción que organizan las grandes huelgas de 1935 y 1936 y que ejemplificamos en Pedro Chiaranti, Guido Fioravanti y los hermanos Rubens y Normando Iscaro; muestran de un modo incontrastable la penetración de los comunistas en la clase, pero resuelta de un modo tal que no podrían luego trasladar dicha representación social al plano de una política revolucionaria.

La cultura del frente democrático nacional era ya un corsé rígido que impedía crecer a lo revolucionario que siempre habitó nuestro partido.

Explicar el surgimiento del peronismo como proyecto político hegemónico entre los trabajadores, a expensas en buena medida de los comunistas y otros sectores de izquierda, excede largamente la pretensión de estas palabras introductorias a la historia de los comunistas argentinos.

Solo quisiéramos decir que no alcanza con señalar que el golpe de 1943 desató una feroz represión contra los comunistas o que en el seno del GOU (la logia militar a la que pertenecía Juan Domingo Perón y que ejecuta el golpe) había simpatizantes del fascismo , que Perón elabora un plan de captación del movimiento sindical desde una nueva institución estatal, la Secretaría del Trabajo que discrimina las organizaciones conducidas por la izquierda y favorece a las que se subordinan al proyecto en gestación; también hay que decir que el Perón que asume la Presidencia es muy distinto al que comienza en la Secretaría de Trabajo, que los trabajadores no son una base de operaciones pasiva a la que se lleva de aquí para allá con demagogia y sobre todo, que los comunistas pierden sus posiciones dirigentes en la clase, desde un erróneo internacionalismo, que los llevó a rebajar la defensa de los intereses obreros en aras de un supuesto frente antifascista mundial; igual base tuvo la decisión de unirse a radicales, socialistas y conservadores en la Unión Democrática que enfrentó a la alianza de radicales, conservadores, militares y empresarios que encabezaba Perón; porque no se trataba de votar a uno u otro sino de construir una alternativa política revolucionaria, pero esa opción estaba descartada desde la visión del frente democrático nacional adoptada tantos años antes.

4.6. La larga acumulación de fuerzas

El 29 de mayo de 1969, convocados por un llamado conjunto de las dos regionales de la C.G.T. de Córdoba (una de ellas dirigida por Agustín Tosco) los trabajadores, los estudiantes, las mujeres y los habitantes de las barriadas populares salen a la calle y toman la ciudad por algunas horas en una jornada que quedó en la historia con nombre propio: el Córdobazo. De allí en más los azos se repetirían por toda la geografía nacional, y en creciente nivel de protagonismo. A su influjo crecerían todos los proyectos políticos transformadores: el del peronismo revolucionario referenciado en Montoneros, el de la lucha armada del P.R.T./ E.R.P. , también el del Partido Comunista y muchos más, que de uno u otro modo, soñaban con lo que en aquellos años se simbolizaba en la juventud se une por la Patria Socialista.

Pero el Córdobazo, como cualquier acontecimiento histórico, no se puede explicar por sí mismo sino por una conjunción de procesos que lo posibilitan.

Por un lado fue el resultado de un proceso de acumulación de fuerzas de los proyectos políticos revolucionarios, cuyo punto de partida mediato se puede ubicar en la Resistencia al golpe gorila de 1955, que transcurrió por los planes de lucha de la CGT. y las movilizaciones antimperialistas de comienzos de los '60; que creció en las primeras luchas contra el Golpe del 28 de junio de 1966, el golpe de Onganía, al que el Partido Comunista denunció como al servicio de los monopolios y convocó a derrotarlo con un argentinazo, mientras buscaba el famoso frente democrático nacional con los sectores progresistas del radicalismo y el peronismo, formando el Encuentro Nacional de los Argentinos (1971) cuyo lema El pueblo unido jamás será vencido, se convirtió en bandera de combate en toda América Latina..

Un proceso que se vio estimulado por la influencia que tuvieron en toda América Latina los sucesos habidos el 1º de enero de 1959 en Cuba. La entrada victoriosa de Fidel, Camilo y el Che a la ciudad de La Habana, dando inicio a la primera revolución socialista en el hemisferio occidental, rompía con una serie de verdades indiscutibles de la política latinoamericana, empezando por aquella que decía que no se podía vencer al imperialismo tan cerca de la metrópoli y siguiendo por la que establecía que no se podía enfrentar un Ejército Regular hasta el momento definitivo de la lucha por el poder.

Y por eso, el Córdobazo, y lo que luego vino, es incomprensible si no se lo piensa como parte de un movimiento latinoamericano y mundial, que tuvo en el Mayo Francés de 1968 y en la propia guerrilla del Che en Bolivia puntos de referencia indispensables. Eran los años de la victoria de Vietnam sobre el imperialismo yanqui, cuando sus mismos dirigentes pensaban que estaban perdiendo la batalla por el futuro.

Al influjo de esta oleada revolucionaria mundial, y por las grietas que dejaba una política comunista que se mantenía fiel a aquella cultura política reformista del frente democrático nacional impuesta en el '28, fueron surgiendo nuevas fuerzas de izquierda al interior del peronismo y al interior de la cultura marxista.

La lista de organizaciones sería interminable por lo que hemos optado por simbolizarlas en dos: Montoneros y el P.R.T./E.R.P. por su desarrollo y el impacto de sus acciones en el escenario político, sobre todo luego del Córdobazo. Gracias a ellas, una nueva generación de revolucionarios se incorporó a la lucha y, junto -aunque no unidos- a las antiguas organizaciones de izquierda (empezando por el Partido Comunista) estuvieron a punto de alcanzar la victoria.

A punto, pero no lo lograron.

4.7. La estrategia del genocidio

Igual que había hecho en 1912 con Roque Sáenz Peña, cuando la burguesía vio el ascenso de la lucha popular (y esta vez era por cambios revolucionarios), lo primero que hizo fue apelar al viejo truco de intentar asimilarlas por el camino electoral. Así nació el Gran Acuerdo Nacional y el operativo de retorno de Perón (exiliado en la España de Franco por más de quince años), que desembocó en las elecciones, aunque -igual que en 1916- con un ganador no querido por el poder. Los comunistas primero resistieron la maniobra, pero luego intentaron vencer la legislación anticomunista incorporándose a la Alianza Popular Revolucionaria que encabezaba el Partido Intransigente de Oscar Alende obteniendo dos diputados nacionales.

Las elecciones las ganó el peronismo más cercano a la izquierda, pero rápidamente la derecha recuperó la iniciativa. El 20 de junio de 1973, día del retorno de Perón, se organizó una provocación gigantesca que terminó con decenas de muertos, y un clima de terror que luego siguió creciendo. Aunque aferrados a su política de frente democrático nacional, los comunistas aportaron a todas las iniciativas de movilización popular pero sin contribuir al agrupamiento de la izquierda que hubiera podido disputar la dirección del movimiento de otro modo.

Acaso, la excepción haya sido la formación de la Coordinadora de Juventudes Políticas Argentinas que articulaba a buena parte de esa generación revolucionarizada (a excepción del P.R.T./E.R.P.) y que generó movilizaciones gigantescas, como la de repudio al golpe chileno de Pinochet contra la Unidad Popular de Salvador Allende, en setiembre de 1973.

El imperialismo, asustado por la pujanza de esa segunda oleada revolucionaria (la primera había sido la provocada por el triunfo de la Revolución Cubana en 1959) que se afirmaba en Sud América (el Chile de la Unidad Popular de Salvador Allende, el Uruguay de los Tupamaros y el Frente Amplio, y en nuestro propio país) organiza el terrorismo de Estado en escala continental y empieza a preparar una seguidilla de golpes de estado.

La dictadura surgida del golpe del 24 de marzo de 1976 puso en marcha un complejo proceso de transformaciones que superan en mucho el aspecto represivo conocido por sus 30.000 desaparecidos y sus centenares de miles de presos, perseguidos, exiliados, cesanteados de sus trabajos, etc.. También cambió integralmente el país, mediante la mayor reestructuración capitalista jamás habida entre nosotros.

La democracia restringida que sufrimos, el ajuste perpetuo que comenzó con Martínez de Hoz y hoy continúa Duhalde, la transformación cultural que antes que nada implicó la coptación para el sistema de dominación de casi todas las herramientas políticas y sociales creadas en más de cien años por nuestro pueblo empezando por el peronismo, el radicalismo, la F.U.A. y la C.G.T., tienen su momento fundacional en la dictadura militar de Videla y Cía.

4.8. El viraje iniciado en el XVI Congreso

En noviembre de 1986, en su XVI Congreso, el Partido Comunista dio comienzo al proceso de autocrítica y reformulación de su política que se conoce como el viraje del partido: un conjunto de cambios que -en su conjunto- llevaron a un cambio de estrategia, de concepción organizativa, de actitud hacia la teoría revolucionaria y hacia el compromiso militante personal.

Un Viraje imprescindible del reformismo a la revolución, para recuperar la esencia fundacional de luchar por el poder, pero sobre todo para ser más eficaces en la lucha política, que lejos de hacerse más fácil y transparente, se hizo más compleja con el retorno de las instituciones constitucionales a pesar -o mejor dicho- gracias al discurso alfonsinista del supuesto tránsito a la democracia.

La discusión comenzó por el análisis autocrítico de los errores cometidos en la caracterización de la Dictadura de Videla, errores de sobrevaloración de supuestas diferencias internas en el modo de reprimir al movimiento revolucionario, que limitaron la capitalización política del enorme esfuerzo militante desplegado en esos años por los comunistas, incluida la cuota de presos, perseguidos, asesinados y desaparecidos que pagamos.

A esos errores se les caracterizó como fruto de una desviación oportunista de derecha y para encontrar sus raíces nos decidimos a repensar otros períodos históricos (el 17 de Octubre del '45 y el surgimiento del peronismo, la ofensiva popular de los '70 y el rol de las otras fuerzas de izquierda, etc.) y de allí al modo de practicar el marxismo que habíamos tenido.

La decisión que posibilitó el viraje fue la de abandonar la cultura del frente democrático nacional, fruto y fuente del continuo reciclamiento del reformismo, labor en la que aún estamos empeñados.

En este proceso fuimos reencontrándonos con el pensamiento del Che Guevara y con todas las fuerzas revolucionarias latinoamericanas y caribeñas que por entonces estaban en plena ofensiva en Nicaragua y El Salvador.

Con estos procesos nos comprometimos hasta el sacrificio de uno de los primeros mártires del viraje, el joven comunista Marcelo Feito, muerto en combate en Chalatenango, El Salvador, el 16 de setiembre de 1987.

Con el Che comenzamos un dialogo creador que alumbró una larga serie de Seminarios latinoamericanos, ayudándonos a comprender los nuevos tiempos, contribuyendo, en mucho, al surgimiento de un nuevo modo de articulación de las fuerzas revolucionarias.

A pesar de todos los dolores que trae una mirada tan exigente como la que dimos a nuestra historia, el viraje nos permitió construir colectivamente un balance conceptual de cien años de lucha revolucionaria en la Argentina, y éste, a la convicción de que la tarea pendiente era crear una izquierda plural revolucionaria y de masas, con la fuerza suficiente como para instalarse como una alternativa verdadera ante el poder.

Y que para lograrlo era, imprescindible, superar la división de la izquierda y plantar una estrategia de construcción de poder popular que permitiera la autonomía de las organizaciones populares en todos los terrenos de la lucha de clases, empezando por el de la política y llegando al de la confrontación abierta.

Los diez años de lucha contra el menemismo, volvieron a confirmar que no alcanza con resistir si no se crea alternativa política desde una estrategia de poder popular.

Volvió a ocurrir como en la lucha contra la dictadura, en que, a pesar de que la izquierda fue la que más luchó, fue Alfonsín el que acumuló en política; o como con las luchas contra la claudicación radical ante los genocidas y el F.M.I., que capitalizó Menem.

Otra vez consumaron la alternancia de los iguales con nueva máscara; y la Alianza de radicales y progresistas del Frepaso llegó al gobierno.

Izquierda Unida, fundada en 1988 y relanzada en 1997, materializa el enfoque de unidad de las izquierdas en que se basa esta estrategia de construcción de alternativa política, el éxito obtenido en las elecciones de octubre del 2001 y los amplios espacios de acumulación para la izquierda que libera la Rebelión Popular de Diciembre, confirman la vitalidad de una causa que los comunistas seguimos sosteniendo, más allá de cualquier otra consideración, porque para terminar con el sufrimiento popular es más necesario que nunca abolir el sistema de explotación y dominación capitalista contra el que se alzaron aquellos primeros marxistas de fin del siglo XIX en que reconocemos nuestros orígenes.

http://www.nuestrapropuesta.org.ar/Documentos/ANTECEDENTES HISTORICOS


La Refundación del Partido Comunista
por José Schulman
"...es hora de que la política del frente democrático nacional vaya a parar al rincón de los objetos inútiles para la revolución en la Argentina..."
Ernesto Giudice. "Carta a mis camaradas". 1973
Si en sus primeros diez años de vida el Partido Comunista realizó ocho congresos; entre 1928 y 1946 serán tres, entre 1946 y 1969 solo dos y entre 1969 y 1985 otros tres. Se podría alegar como causa del incumplimiento de los Estatutos que buena parte del tiempo estuvo en la ilegalidad. Sin embargo, una de las capacidades principales que demostró el partido fue su fuerza organizativa y su eficacia en burlar la represión publicando ininterrumpidamente desde 1928 su prensa semanal. El punto es que desde 1928 hasta 1985, la misma línea de cuadros ocupó la dirección del partido. casi con las mismas ideas.
Para poder valorar adecuadamente el XVI Congreso hay que remitirse al VIII, realizado en 1928. Un Congreso que culmina una decada de disputas político/ ideológicas por la dirección con la intervención de la Internacional Comunista (IC) en apoyo al grupo que se consolidaría como dirección. La importancia que le daba la IC a América Latina era poca y recién en 1928 constituye un Secretariado Latinoamericano al frente del cual pone a al suizo Ebert Droz quien va a convocar a la primera Conferencia de Partidos Comunistas de América Latina y va a definir sus tareas del siguiente modo (textual): "Los países de América Latina, a pesar de su independencia política formal, son países semi-coloniales los cuales deben ser examinados del punto de vista de nuestra táctica en los países coloniales y semi-coloniales ". Pocos meses antes, Victorio Codovilla, en un boletín de la I. C. publicaba un articulo ateniéndose de un modo más estricto a lo que Lenin había escrito sobre el carácter dependiente de los países como Argentina. Lo que queremos subrayar es que el que impone la definición, que la Conferencia asume como su visión de América Latina, no es Codovilla, ni es Mariategui, Recabarren o Mella, sino un europeo que conocía bastante poco la región.
En la Conferencia se van a enfrentar dos posiciones: una es la que presenta el Secretariado; y la otra es la posición de la delegación peruana. Desde un analisis historico, Mariategui considera que es un error abrigar esperanzas de que la burguesía nacional latinoamericana siga el camino de la burguesía nacional de China o de la India y que fueran posibles alianzas sólidas con estos sectores detrás de un programa de liberación nacional, como lo planteaban Haya de la Torre desde el A.P.R.A. y Droz desde la I. C.
La burguesía en América Latina nació subordinada al imperialismo y jamás tuvo vocación de desarrollo independiente. Nació cipaya, nació con voluntad de subordinarse al imperio, y en la medida que creció en una lógica de dependencia, su subordinación al imperialismo ha ido creciendo hasta llegar a los límites de las relaciones carnales que predicaba Menem y que hoy practica la Alianza.
Sería interesante, y es un trabajo que no está hecho, hacer un estudio en paralelo de la obra y la vida de José Carlos Mariategui y de Victorio Codovilla. Durante muchos años, en el marxismo "oficial" fue ignorada la obra de Mariategui; y viceversa, no pocas veces, cuando se estudia a Mariategui se pretende ignorar que era un debate entre pares, entre revolucionarios que hasta tenían una trayectoria personal bastante parecida y muy simbólica. Los dos provenían de hogares muy pobres, los dos hicieron esfuerzos personales muy grandes para lograr una educación bastante mínima: ninguno tenía títulos universitarios. Mariategui va a ser expulsado del Perú, y él confiesa que en Europa descubrí Perú. Por su parte, Codovilla va a ser expulsado de Italia por su militancia revolucionaria estudiantil. Y lo paradójico es que en ese exilio a la Argentina nunca pudo despegarse de las primeras visiones que se formó sobre el capitalismo en su adolescencia italiana. El marxismo de Mariategui apunta su filo contra el positivismo, el de Codovilla va a ser contaminado por él. Ocurrió que la "generación del ’80" ejercitó una hegemonía cultural tan grande que con su ideología penetró hasta los propios grupos socialistas en conformación induciendo una combinación que limitaría desde el orígen la fuerza del marxismo, lo que entre nosotros asumiría la forma de "la cultura política del frente democrático nacional".
Desde 1928 hasta el XVI Congreso se mantuvo la idea de que a la Argentina le faltaba desarrollo capitalista. De que eramos un país cuya característica principal era la dependencia entendida como un factor externo de dominación, lo que habilitaba la idea de que la burguesía nacional pudiera participar de un modo activo y consecuente en la lucha por la liberación nacional. La idea de que había un desarrollo "normal" del capitalismo que hubiera llevado a la Argentina al mismo lugar al que llegaron Canadá y Australia, países con los cuales se compartía similares potencialidades, penetró mucho entre nosotros. En un informe de 1942, Gerónimo Arnedo Alvarez afirmaba: "Nosotros, comunistas, estamos dispuestos a no plantear ninguna demanda política o social que trabe o impida el desarrollo libre y progresista del capitalismo." Y lo aclara: "Por desarrollo progresista entendemos un desarrollo que impulse y vivifique los recursos naturales del país y que tome en consideración sus intereses y, en particular los de su población laboriosa…" Ese tipo de capitalismo no existió nunca en la Argentina, ni podrá existir, porque el capitalismo se organiza en aras del interés económico y de la máxima ganancia y jamás le preocuparán demasiado el medio ambiente, la salud o el bienestar del pueblo. Y de esta combinación de "capitalismo normal", "teoría de la dependencia" y supuesto papel progresista de la "burguesía nacional" surgiá la "teoría" de la revolución por etapas. Y con la cuestión de que "el crecimiento del Partido Comunista es la garantía para la transformación de la revolución democrática burguesa en socialista", se le daba carácter estrategico al crecimiento del partido; y si el partido se autoproclamaba la vanguardia de la revolución por ser "el portador del más puro marxismo leninismo" era obvio y natural que la actitud hacia cualquier otra fuerza que se pretenda revolucionaria fuera una actitud de hostilidad, de intolerancia y de reticencia a la unidad. Con lo cual se completa el marco conceptual que explica la tragedia de haber luchado durante tantos años con un resultado político tan magro.
Estas cuestiones, fueron siempre motor de discusiones y de intentos de militantes y dirigentes por modificar esta política. A estos intentos se respondía con una metodología de intolerancia en el debate y de negativa a modificar la línea fundamental, lo que llevó a que muchos compañeros emigraran hacia otras organizaciones tal como Marcos Osatinsky, dirigente de la Fede de Santa Fe que luego fue uno de los jefes de las FAR o Joaquín Basanta, un sanjuanino. expulsado en 1956, y colaborador del Movimiento 26 de Julio de Cuba para llevar armas desde Miami a la Sierra Maestra en el ’58.. Ernesto Giudice, en 1973, exasperado por no poder dirimir las diferencias que tenía con el resto de la dirección renuncia y reclama que ya "es hora de que la política del frente democrático nacional vaya a parar al rincón de los objetos inútiles para la revolución en la Argentina".
El XVI Congreso proclamó ese objetivó y comenzó un viraje verdadero superando la idea de que hace falta capitalismo, afirmando que la causa de los males de nuestro pueblo está su dominio, y que la solución es una revolución socialista. Que para conquistarla hay que construir poder popular, capacidad del pueblo para resistir, para enfrentar y para derrotar al sistema de dominación vigente; y que esa tarea no podrá ser obra de ninguna fuerza de la izquierda por si sola, por lo que se requiere como paso inicial la constitución de la unidad de las izquierdas como una fuerza de nuevo tipo, y como conducta política práctica cotidiana.
Entonces, si los cambios fueron de semejante magnitud, si lo que se cambió fue tan grande, creo que hay que desechar tanto las teorías conspirativas como las visiones individualistas de que todo esto ocurrió solo por el papel de algunos dirigentes. La historia del Partido Comunista es una historia contradictoria. Contradictoria entre el discurso y la práctica, con una práctica bastante más avanzada que el discurso. Contradictoria entre la militancia y la dirección, entre la militancia entre si y también entre los miembros de la dirección. Al viraje lo gestó, lo construyó, lo defendió y lo llevó hasta el punto en que está ahora la misma militancia que cometió los errores y que peleó incansablemente, y hasta heroicamente en ocasiones. Militancia de base o con tareas de dirección. Militancia veterana o muy joven. Militancia que se autotransformó en la lucha por transformar al partido; y que puede seguir autotransformandose a si misma si continua transformando al partido y la izquierda construyendo su unidad. Era tan malo el mito de una trayectoria infalible, que para explicar sus fracasos tenía que apelar a verdaderos pases de magia, como pasar a la idea inversa (aunque simetrica) de que ochenta años de lucha y centenares de miles de militantes que pasaron por sus filas, incluidos algunos de los mejores luchadores, artistas e intelectuales de la Argentina, son desechables por completo. La historia de un partido no se puede leer solo en las declaraciones y documentos de su dirección, la historia de un partido resulta de muchas líneas de acción, de la creación y la militancia de los miles de compañeros que pasaron por sus filas. Más allá de las ilusiones y los desengaños, si nosotros coincidimos con Gramsci en que los partidos son lo que son en la lucha de clases, dicho todo esto que hemos dicho y que constituyen la razón ineludible del viraje realizado, el Partido Comunista siempre jugó para el lado de la clase obrera y el pueblo. Lo que el XVI Congreso discutió es que esa imprecisión en la estrategia, esa dificultad en la comprensión de la realidad y esas dificultades en la elaboración de políticas hicieron que el aporte de los comunistas a la lucha de clases fuera de menor productividad y de menor eficacia.
El XVI Congreso comienza discutiendo puntualmente el resultado electoral de 1983, el retiro de la formula comunista a la presidencia y el apoyo a la formula justicialista, de la discusión sobre esa política seguidista se pasó a cuestionar la política durante la dictadura militar, ¿por qué se había planteado esa táctica de diferenciar entre sectores fascistas y no fascistas?; y de esa discusión sobre la dictadura se va a la discusión sobre cual había sido la posición ante el surgimiento del peronismo y las dos consecuencias simétricas que tuvo esa actitud durante tanto tiempo. Una fue la variante seguidista de apoyar acríticamente al peronismo y sobre todo a la burocracia sindical peronista, y la otra la variante sectaria, liberal/gorila. Estas dos conductas convivieron durante mucho tiempo en el partido ora predominando una, ora predominando la otra. Y de esa discusión sobre el peronismo entonces ya se va a una discusión generalizada sobre política y se empieza a cuestionar toda la estrategia de la revolución democrática burguesa. Y ahí aparecen Mariategui y la conferencia del ´29, y con ella la necesidad de admitir que no había una sola manera de ser marxista sino que, por lo menos en el ´29 ya había dos y si había dos en el ‘29 a lo mejor pudo haber habido más de una manera de ser marxista durante todo ese tiempo. Y vienen el Che y el factor subjetivo. Y esta secuencia va a ir cerrándose con una discusión sobre la metodología, sobre la relación entre los militantes y la dirección, y de esa discusión casi todos terminaron discutiendo su proyecto de vida y su balance de militancia en una secuencia muy compleja que hoy explicamos fácil, pero que a todos resultó muy duro y dificil.
Todo este proceso fructificó por tres razones principales. Primero, porque el partido ya estaba estallando a consecuencia de la magnitud de los errores cometidos en los últimos años. Segundo, porque había madurado una generación de militantes que había protagonizado experiencias como la de la Coordinadora de las Juventudes Políticas y que conocía muy de cerca la revolución Sandinista victoriosa y la ofensiva del Farabundo Martí, que conocía otras conductas y otro pensamiento que el que circulaba bajo la supervisión de la Comisión de Control. Y tercero, porque en una parte de la dirección del partido y la juventud, se comprende que sin un proceso de viraje, el partido iba a estallar y desaparecería de la escena nacional.
Si uno lo mira como militante de los ’70, se piensa que el viraje llegó tarde, porque ¡cuanto bien le hubiera hecho a la militancia comunista un XVI Congreso en 1968, y así haber participado en las luchas abiertas por el Cordobazo con la idea puesta en construir una fuerza para la revolución!. Claro que desde este punto de vista, es un viraje demorado y atrasado. Pero si uno lo piensa desde lo que pasó en el mundo poco después, se puede afirmar con total objetividad que tuvo un carácter anticipatorio. Y que sin él, el Partido Comunista, por su relación tan especial con el PCUS, por el grado de penetración de la lectura más dogmática del marxismo y de intolerancia hacia otras tradiciones revolucionarias difícilmente hubiera podido sobrevivir a la caída del "socialismo real" y al triunfo del menemismo en las elecciones del ‘89.
Porque lejos de la visión culposa, tan fuerte en la Argentina por el peso de la moral judeo cristiana, la autocrítica no se hizo para encontrar culpables, para salvarnos y "saber quién es el que nos arruinó la vida" sino que se hizo desde una perspectiva revolucionaria, desde un balance de la lucha de clases en la Argentina, desde el compromiso más sólido con la generación que peleó y casi triunfó en los ’70, cuyas banderas llevaremos a la victoria. Y desde esa perspectiva, el viraje se hizo para poder servir mejor a los trabajadores y el pueblo argentino. Alguna vez Lenin habló de que finalmente la autocrítica fortalece al que la hace, Fidel lo dijo de un modo más latino: "del festín de nuestra autocrítica, el enemigo solo comerá las migajas".
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El viraje del Partido Comunista
Quince años de lucha por la unidad de la izquierda
Conferencia de José Schulman en el Archivo General de la Nación el 1º de noviembre de 2000 en el ciclo "Los partidos políticos en la Historia Argentina"
Hemos tratado de de demostrar que en el Partido Comunista ocurrió un cambio real en la estrategia y la practica política concreta. Entonces, si pensamos al viraje como la modificación de la política real, intentar hacer la historia del viraje nos lleva a pensar la historia de los últimos quince años, la historia de las luchas políticas, de las luchas obreras y populares; puesto que la historia de un partido político es la historia de un país desde un punto de vista monográfico. Obviamente que en una nota no podermos encarar semejante tarea sino simplemente señalar algunas puntas para una investigación rigurosa y el debate pendiente.
El viraje del Partido Comunista comenzó con gestos que se fueron produciendo como respuesta a desafíos de la lucha política real, y no todos pensados como parte de una estrategia previa con destino final en el viraje.
Uno de los primeros gestos que anticipa, y de por si comienza el viraje, ocurrió en Rosario en octubre de 1984 con la realización del primer acto público que el Partido Comunista Argentino realizara de homenaje al Che Guevara. El acto marcó el comenzó un proceso de reencuentro de los comunistas argentinos con el Che y significó también, desde el punto de vista práctico, la ruptura del predominio casi absoluto de la hermenéutica soviética marxista en nuestro partido. La apertura al pensamiento de Guevara fue sólo el primer paso, vino luego la incorporación del pensamiento de Mariátegui, de Shafik Jorge Handal , de Piñeiro Losada y en general un fuerte viraje en la atención a los temas del marxismo y la revolución latinoamericana. Este primer gesto de recuperación y reencuentro con el Che se proyecto en una consecuente política de impulso a la renovación del pensamiento revolucionario y en una fuerte voluntad de articulación con el resto de las fuerzas revolucionarias de América latina. Se organizaron seminarios latinoamericanos sobre el pensamiento de Guevara, se contribuyó a fundar la revista América Libre y se impulsó alrededor de estos seminarios el encuentro de fuerzas que irían a confluir todas hacia el Foro de San Pablo desde un perfil de izquierda e intentando en dicho foro, un movimiento amplísimo que abarca desde las FARC hasta el PRD de México, diseñar e impulsar una agenda propia de la izquierda.
En aquel acto, Patricio Echegaray, entonces secretario de la Fede, se concentró en la discusión con el posibilismo: si en la Argentina -y en toda América latina- era posible emprender un proceso de cambios revolucionarios o si como se formulaba desde el "alfonsinismo" en el gobierno, las condiciones de la correlación de fuerzas hacían que algunas cuestiones fueran teóricamente justas como por ejemplo discutir la deuda externa, pero desde el punto de vista político-práctico era imposible emprender la batalla por el No pago. El debate rápidamente fue al encuentro de una cuestión aún mas compleja: el balance de la lucha social y política, desafiante del poder, que transcurrió en la Argentina entre 1969 y 1975; y sobre las responsabilidades del genocidio y del golpe militar de 1976. El discurso posibilista que predicaba el alfonsinismo, que terminaba en la charca de "los dos demonios", era alimentado por un grupo de intelectuales entre los cuales resaltaban Portantiero, Aricó y Nun, que habían sido en los años ‘60/’70, parte destacada de la intelectualidad mas crítica y más comprometida con el pensamiento marxista, gramsciano y guevarista en la Argentina; y que ahora asumían el disurso de los "vencedores": "los cambios son irreversibles, la época de la revolución, y aún de la reforma, han pasado, que nunca se debió luchar, que la derrota estaba predestinada" e incluso, que "toda forma de violencia política es mala de por si". Discutiendo las consecuencias la caída de la Comuna de Paris, Engels decía que lo mas doloroso de las derrotas es que los pueblos olvidan las razones por las cuales lucharon y Marx escribió que "La canalla burguesa de Versalles puso a los parisinos ante la alternativa de cesar la lucha o sucumbir sin combate. En el segundo caso, la desmoralización de la clase obrera hubiese sido una desgracia enormemente mayor que la caída de un número cualquiera de jefes"
Lo que plantea Patricio tiene la misma lógica: la lucha del pueblo argentino, de sus organizaciones sociales, políticas, incluidas las organizaciones políticas que habían elegido la lucha armada para abrir paso a su proyecto político, fue una lucha justa y la discusión debe esclarecer cuales fueron las causas que impidieron el triunfo y no arrepentirse de haber luchado.
El otro gesto que va a producirse en junio de 1985 cuando el Dr. Alfonsin denuncia por radio una conspiración golpista, convoca a la plaza de Mayo en defensa de la democracia y ante una multitud que ha sido movilizada contra los golpistas, plantea que la Argentina está en un estado de economía de guerra y que hay que proceder al ajuste de la economía. La tesis de democracia o caos (jugando con el terror a la represión y el golpe) se completaba con la advertencia que para salvar la democracia había que ajustar la economía para no disgustar a los dueños del poder real, se va a repetir como discurso justificatorio del ajuste hasta el día de hoy. Cambia a veces el cuco, pero el chantaje es siempre el mismo: si no hacemos esto se enoja el mercado, si no hacemos aquello se enojan los militares; es el mismo discurso justificatorio en los 15 años, la misma lógica del pensamiento colonizado que busca transformar a la victima en responsable de la violación sufrida.
La columna del Partido Comunista, que era muy numerosa, se retiró de la Plaza de Mayo cuando Alfonsin planteó lo de la economía de guerra, y comienza entre el Presidente y la dirección del viraje una discusión pública. ¿Qué es lo que le molestaba tanto a Alfonsin? Temía que nuestra denuncia de la "teoría de los de los demonios", la ideología del posibilismo y su política de impunidad afectaran el mito radical de los derechos humanos: esa idea largamente difundida de que los gobiernos de la Unión Cívica Radical, y el radicalismo como fuerza, habrían tenido un compromiso alto con la defensa de los derechos humanos, idea que no resiste el menor análisis histórico si pensamos que Irigoyen fue el que ordenó la masacre de la Patagonia Rebelde y la Semana Trágica o o que Angeloz puso cien de sus cuadros como intendentes del "Chacal" Menéndez en Córdoba. Le preocupaba que al romper con la política del Frente Democrático Nacional y recuperar plena autonomía e independencia política, el partido dejara de ser una fuerza política "tolerable", dejara de ser una fuerza incluso utilizable en alguna operación política y se transformara en una verdadera fuerza opositora que ocupara su lugar en la izquierda, y que ese espacio se fortaleciera con ello. Ese primer gesto de la retirada de Plaza de Mayo va a continuar con el rechazo a todos los planes de ajuste, con el rechazo al pago de la deuda externa y con la participación consecuente en la resistencia a los planes de ajuste de Alfonsin, en la denuncia del carácter del gobierno de Menem aun antes de que asuma, en la participación en la lucha contra el Menemismo desde el primer día y en cada uno de los tres ciclos de lucha que hubo contra su gobierno.
Es en esas luchas que aprendimos que sin alternativa política propia no se acumula fuerzas para el cambio revolucionario, y que el poder las controla, las asimila y hasta puede fortalecerse con ellas (Santiago del Estero 1993, por ejemplo)
El tercer gesto que preanuncia y concreta el viraje es la formación en 1985 del Frente de Pueblo, un acuerdo electoral entre el Partido Comunista, el M.A.S y fuerzas menores, incluidos grupos peronistas, constituyendo un hecho absolutamente inédito en la política de izquierda de la Argentina, donde los comunistas y los trotskistas habían sido fuerzas historicamente enfrentadas. Ese primer Frente del Pueblo, se va a debilitar hasta diluirse en el ‘87 por las diferencias de Semana Santa, para luego reconstituirse en la Izquierda Unida de 1988 y producir dos iniciativas muy importantes: las elecciones abiertas internas realizadas con mas de 400.000 votantes en diciembre de 1988, un esfuerzo para integrar la llamada izquierda social o independiente; y la realización de la Plaza del No en mayo de 1990 en respuesta -y con una alcance popular muy alto-, a aquella Plaza del Si que organizaran Bernardo Neustadt y el propio Menem. La primera Izquierda Unida, sería afectada por el cambio de la situación mundial por la caída de Muro, por la desarticulación de campo socialista, y especialmente por la lectura que el M.A.S. hizo de los acontecimientos que se libraban en la Unión Soviética, que ellos interpretan solo como el debilitamiento de la dirección stalinista creandose la ilusión de que es la hora del trotskismo en los países socialistas y el movimiento revolucionario; desde esa perspectiva consideran que ya no les conviene compartir Izquierda Unida con "los stalinistas" y fracturan la alianza de izquierda generando una dinamica que perjudicará a todos, en primer lugar a ellos mismos. En un partido como el nuestro, la caída del Muro y sus consecuencias generaron una tremenda conmoción y tres visiones distintas sobre como afrontar la crisis. Una es una visión de claudicación: Eduardo Sigal encabeza entonces una corriente que dice directamente que si cayó la URSS, que si ha triunfado el capitalismo, no tiene ningún sentido seguir manteniendo una fuerza que proclame la revolución socialista en la Argentina; la otra visión es la de quienes dicen que es cierto que el movimiento revolucionario esta en dificultades, pero que todo lo que se dice de los crimenes stalinistas y la burocracia sovietica es parte de una conspiración del enemigo, y propone seguir como si no hubiera pasado mucho en el mundo y el país en una actitud terminó cuestionando el viraje; esa posición fue cristalizandose y hoy constituyen otro partido que se hace llamar Partido Comunista Congreso Extraordinario. La tercera actitud es la que asume la mayoría de la milintanccia y apuesta a vincularse a los revolucionarios que asumen la misma actitud de renovación, desde el Partido Comunista de Cuba hasta el Frente Farabundo Marti de El Salvador, y a consolidar el viraje extendediendolo a una serie de cuestiones no analizadas hasta entonces: las causas de la crisis del socialismo y la renovación del proyecto comunista para el siglo XXI.
Así pues que la batalla por la unidad de la izquierda, divisa del viraje y balance principal de lo que nos faltó en los ’70 para triunfar, debe mantenerse a pesar de la la situación de extrema debilidad del partido y la dispersión de la cultura de izquierda. Es en esas condiciones que se convoca a constituir el Frente del Sur y se participa en el proceso fundacional del Frente Grande con la idea de que es posible, y es conveniente, un acuerdo de la izquierda con sectores de centro izquierda, pero todo ese esfuerzo unitario va a derivar en la expulsión del Partido Comunista del Frente Grande en julio de 1994 marcando el comienzo de una derechización vertiginosa que se podría graficar en una parábola que termina en la renuncia de Chacho Alvarez donde él mismo dice que es imposible modificar desde adentro el gobierno, siquiera en el tema de la corrupción.
Aprendimos dolorosamente que siempre los acuerdos, incluso aquellos tan genuinos como los de impulso de la resistencia al neoliberalismo, dependen de la correlación de fuerzas. Si la izquierda ingresa dispersa a esos acuerdos y admite alguna inferioridad ante el centro, queda expuesta a la manipulación de estos sectores proclives a conciliar y subordinarse al bloque de poder. De lo que se trata es que la izquierda vaya unida, vaya constituida como fuerza y vaya con identidad a esos acuerdos para imponer una perspectiva de confrontación creciente y dificultar las maniobras de coptación. Reflexionando sobre las idas y venidas de la relación del Movimiento 26 de Julio con fuerzas opositoras burguesas decía Fidel Castro "¿Por qué en aquella época, cuando nosotros eramos 120 hombres armados, no nos interesaba aquella unidad amplia con todas las organizaciones que estaban en el exilio, y sin embargo, despues cuando nosotros teníamos ya miles de hombres, si nos interesaba la unidad amplia? Muy sencillo, porque cuando eramos 120 hombres, la unidad les hubera proporcionado abierta mayoría a elementos conservadores y reaccionarios.....Cuando al final de la lucha...se convencieron...de que la tiranía iba a ser derrotada y se interesaron por la unidad, ya nosotros eramos una fuerza decisiva de aquella unidad", La unidad amplia de los opositores al modelo de dominación (Batista en la Cuba del ’59, el neoliberalismo en la nuestra) no es un objetivo a conquistar sea como sea. La lógica política de "apuntar al enemigo principal" casi siempre termina favoreciendo las maniobras de alguna fracción del poder como les pasó a quienes votaron por Menem para derrotar a Alfonsin o a De la Rúa para derrotar a Menem.
Se trata de ser fieles a aquello del Manifiesto Comunista de que debemos preservar siempre la perspectiva de la revolución en el movimiento actual, y hoy eso implica encarar la lucha política desde la izquierda, luchar para constituirla por el camino de su unidad y la renovación cultural/política, evitando el peligro de la dilución en supuestos frentes amplios tanto como el del sectarismo autista. La recuperación de Izquierda Unida, su permanencia y crecimiento electoral dan cuenta de que parte de la recomposición del movimiento popular es el espacio que el pueblo le reconoce a quienes se asumen de izquierda, socialistas y revolucionarios; y reconocen que la unidad de este espacio es el paso obligado para marchar a resolver la tarea incumplida en los más de ochenta años de historia del comunismo en la Argentina: gestar desde el ideal socialista una alternativa popular de gobierno y de poder. Y ese es, exactamente, el sentido político práctico de nuestro viraje.
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